Manera n° 17.

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Estábamos en la cancha de CARP, viendo a Argentina jugar contra Chile.

Argentina ganaba por un gol, gol en el que había gritado con mi alma.

No sabía cuánto faltaba pero mi cara estaba algo arañada por la tensión.

Mi familia se movía nerviosa, la gente gritaba las faltas y gemía lastimosamente las fallas.

El fútbol se sentía en nuestros corazones y parecía que relucía en estos momentos. Era algo inexplicable. Era amor.

Los minutos pasaban y la pelota iba y venía.

En un costado estaba mi familia y en el otro había un chico con la de él.

No lo había visto desde que había entrado, porque mirar el partido era mucho más importante... o al menos no mirar.

Vino el tiro libre de Chile, una opresión en el pecho terrible. Ganas de enterrarme en la tierra. De abrirme el pecho con mis manos y darle mi corazón y mi alma para que fallen.

No era necesario sacarme el alma, fallaron.

En el momento que fallaron me levanté como toda la tribuna y abracé sin pensarlo a la persona de mi lado, que había hecho lo mismo.

Hubiese sido más lindo si nos hubiésemos conocido.

Estaba sufriendo demasiado.

Necesitábamos ganar.

El abrazo quedó en el olvido.

10 minutos para el final más el descuento.

Qué nervios, qué tensión.

Sólo unos minutos y ya estaban defendiendo con todo, varios estaban más que desesperados.

El último minuto fue horrible. Pasaba demasiado lento.

El Chino pateó y el silbato sonó.

Habíamos ganado. Argentina había ganado.

Lágrimas de emoción se deslizaban por mis mejillas.

Ya no importó nada, nos abrazamos con mi compañero de un costado y ocurrió algo que no me esperaba, nos besamos.

Fue algo corto pero muy significativo.

Todos estaban demasiado emocionados y no nos prestaban atención, me dio su número.

Hablamos todo el tiempo.

Me dijo que en los momentos de tensión del partido me miraba a mí, porque eso lo calmaba.

Seguimos yendo a la cancha desde ese día.








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