✨Preludio✨

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El arrastrar de las oxidadas, y numerosas cadenas hacía eco en aquel lugar de escasa luz. Pequeños gemidos lastimeros le acompañaban y el sonido de la estática sólo hacía más terrible el ambiente para quien estuviera presente en tan lúgubre habitación. Con los mismos rayos, los cuales parpadeaban por escasos periodos de tiempo, se podía vislumbrar lo que allí ocurría. Asomándose entre la diminuta ventana de cristal que había en la parte superior de la puerta: aquella única barrera que cubría de los ojos de los pocos presentes el infierno que se ocultaba detrás.

Celdas, unas tras otra, vacías o con una vida dentro, era todo lo que se observaba. Un pequeño coro de voces que con el pasar de los segundos, se iba apagando.

Pero al final de aquel canto tan doloroso de almas jóvenes, donde aquellas luces surgían; gritos desgarradores comenzaban a sonar.

—¡Ya no! Por favor... —El cuerpo de un infante se dejó caer, siendo cruelmente sujeto por unos grilletes que mantenían sus manos sujetas a su espalda, rodeando una pequeña barra metálica en posición vertical. Estaba sin salida. Extrañas figuras rodeaban su débil cuerpo, figuras que parecían moverse a sus ojos; pues de tanto dolor, ya no le era tan fácil distinguir su frío entorno. Sus cabellos rosas, despeinados y algo largos, cubrían la impotencia y la agonía que mostraba su inocente y joven rostro. Su cuerpo: delgado y maltratado, no paraba de temblar. Lo cual hacía confuso todo; no se sabía si temblaba de temor o por la descarga recibida, o quizás era por ambas.

Sujetos enmascarados y cubiertos por batas y capuchas negras hablaban entre sí. Sus voces indistinguibles para el chico, atontado y herido por lo que le hacían cada día de su maldita vida.

—Dale otra descarga, esto no está funcionando —ordenó uno de ellos. El pequeño sólo miró asustado como otro avanzaba hacia un extenso panel de control, donde al tocar el botón cuya función ya se sabía de memoria, el dolor  volvió a su cuerpo y tembló violentamente mientras que lenguas eléctricas lo rodeaban. Echó la cabeza atrás y gritó desesperado por salir.

Su cuerpo fue electrocutado otros minutos más. Sus desesperados gritos sólo hacían temer a las pequeñas vidas –que aguardaban fuera–, por tener el mismo destino que su compañero. Los sujetos permanecieron impávidos mientras el infante se retorcía y luchaba sin parar por detener aquella tortura; porque a pesar de que el olor a carne quemada inundaba el lugar, su piel permanecía intacta, igual que todo su cuerpo. Era como si no estuviesen en realidad experimentando con electricidad en él.

—Basta —sentenció quien había comenzado con su tortura. Los rayos cedieron y de nuevo el cuerpo cayó inerte—. Regrésalo a su celda, éste tampoco reacciona, ya las descargas no hacen efecto. Ahora tenemos a dos bastardos con suerte.

Los enmascarados liberaron al chico, dejando que su cuerpo impactara cruelmente en el suelo antes de llevarlo a rastras, sujeto de los brazos. Cuando abrieron la puerta, los lamentos que habían vuelto se detuvieron, y sólo se podían escuchar sollozos de aquellos que ni siquiera eran capaces de luchar un día más. Su compañero que había entrado por ellos, y ahora no se movía.

—Si no fuera por lo mucho que hemos invertido en esto, te daría de comer a los demás devoradores[1] —musitó el hombre que dictaba toda orden una vez el niño estuvo de vuelta a su lugar—. ¿Qué dices perro? Coopera y serás libre. Sólo necesito un recipĭens[2] en el cual ocultar mis creaciones y es todo, pero no me estás ayudando. 

El chico, que había permanecido callado en todo momento, parpadeó un instante, asimilando aquello. Con el cuerpo temblando, logró ponerse de pie, viendo a la pared y no a su pesadilla. Sus manos; llenas de cicatrices, y con los nudillos raspados; se cerraron en puños y alzó los hombros, controlando los espasmos. Él era fuerte, había aprendido a ser así, no podía dejarse vencer.

Ángeles de Guerra. [ADAPTADA-FT]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora