Dos

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EL CHANTAJE

Bueno, ya es la penúltima semana de clases pero con ello conlleva a más trabajo, exámenes, presentaciones y las esperadas vacaciones. Ya quiero que sea domingo.

¿Y porque domingo? Se preguntaran, pues fácil, los sábados trabajo de mesera en un pequeño restaurante. No gano la millonada, pero al menos me sirve para comprarme mis pequeños gustitos.

Así que los últimos tres años de mi vida se resumen a esto; escuela, tareas, trabajo, vacaciones y volvemos a empezar.

Muchas personas dicen que soy una ermitaña del siglo veintiuno, pero no es del todo cierto porque por las tardes salgo a correr o a andar en bicicleta, pero lo cierto es que solo hay unas dos personas que me conocen realmente. La primera es mi mamá, pues como todas o bueno casi todas las madres conocen a sus hijos tal y cuáles son. La segunda persona es mi hermana de otra madre, mi mejor amiga. Thais.

Ella es... wow, siempre se me van las palabras correctas para describirla. Mejor empezaré por el principio.

Thais y yo nos conocimos en el secundario, secundaria o como quiera que ustedes le digan. Éramos, como lo que se conoce, enemigas, aunque no lo crean, hacíamos de todo para que una de las dos siempre quedara en ridículo delante de los demás. En verdad que no entendía el porque me odiaba. Yo no la odiaba a ella, mas sin embargo el que constantemente me hiciera burla, me contrariara en clase y que me mirara como si quisiera perforarme, no ayudaba mucho. Eso paso o duro los primeros seis meses del primer año. Después de que nos pusieran en equipo para la presentación más importante que se daría a toda la escuela, fuimos a su casa para trabajar en el proyecto. Como su mamá pensaba que éramos amigas, se puso a platicar conmigo y a preguntarme cosas como: ¿eres de aquí? ¿De qué escuela vienes?, ¿desde hace cuanto son amigas?, ¿porque no habías querido venir?

Y realmente fue muy incomodo contestar las últimas dos, aunque nunca le dije un "no somos amigas". Ella lo entendió como "somos inseparables". Cosa que no mucho tiempo después se volvió realidad.

Para cuando realmente nos pusimos a trabajar ya iban a hacer las tres y yo solo tenía permiso hasta las seis y media. Así que como buenas estudiantes hicimos todo el trabajo en dos horas exactas, sin descansos y solo hablando con la otra por alguna duda. Incluso nos dio tiempo de practicar el cómo íbamos a presentarnos.

Al día siguiente nos pusimos n nuestros lugares y salimos al espectáculo. No salió como lo practicamos, salió mucho mejor. No lo podíamos creer. Era como si estuviéramos pensando hacer lo mismo, estábamos como sincronizadas y lo increíble fue que explicábamos apoyándonos en la otra.

Cuando dimos por finalizada la exposición todo el pequeño auditorio se lleno de aplausos. Ahora que recuerdo, terminamos en un pequeño auditorio porque la cancha estaba demasiado mojada por la lluvia de la noche anterior.

Luego de ser felicitadas por nuestra profesora salimos del salón porque nos dio casi todo el día libre, y como no había casi nadie afuera, más que los castigados limpiando, nos fuimos juntas a desayunar y ahí fue cuando realmente hablamos como dos personas civilizadas.

Pero no duro mucho porque alguna de las dos conto un chiste y solamente se escucharon nuestras risas de monos a medio morir.

Los días pasaron y ya nos juntábamos más y más cada día. A nosotras llegaron otras dos chavas que – a pesar de no entender como de ser las peores enemigas, ahora éramos inseparables- se quedaron con nosotras.

No voy a decirles que no tuvimos peleas, porque sería mentirles. Lo que si es que siempre supimos arreglar nuestros problemas y aprendimos a saber cuándo es momento de ceder.

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