Siete

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UN DÍA DE VALOR NO HACE DAÑO

“Cuando una persona ha sentido dolor y decepciones, algún día tendrá que sacar todos esos sentimientos encontrados y en la persona menos indicada.”  

Cuando leí estas palabras en un blog y luego las escuché de boca de una amiga, hace ya algunos años, no podía entender si eso sería real o una falacia completa de la relaciones más problemáticas. Para ser justos yo seguía teniendo la experiencia de una papa siendo una manzana, ninguna y fuera de mi campo laboral.

Hoy era mi último fin de semana trabajando en el restaurante y no podía creer que el tiempo pasara tan deprisa.

Hoy también hace una semana que salí con Gabriel, hace ya una semana del beso, cosa que me confundió completamente e hizo revelar la estupidez dentro de mí.

El todo tan caballero, yo toda tan estúpida sin control. Digo, no es normal que en las citas termine el trasero de tu acompañante en el suelo y sin saber cómo ocurrió.

— No pasa nada, pero es increíble que apresar de todo pronóstico alguien tenía que terminar en el piso — mencionó mientras se tocaba el cabello despreocupado — se que en estos momentos estás confundida y que tienes mucho en que pensar y lo que menos quiero es hacerte tener otra carga contigo, pero lo que acaba de ocurrir no tiene porqué afectar tus planes o tu vida en general, nosotros seguimos siendo amigos, y se que te irás, no te pienso impedir o mucho menos pedir que dejes tus planes o metas tirados por algo a lo que ni siquiera se puede decir algo. Sería muy egoísta de mi parte, lo que si quiero pedirte es que no me olvides y que siempre voy a estar para tí, en cualquier momento y para cualquier cosa. Me encanta compartir tiempo contigo, pero entiendo que no estás preparada para algo con alguien y aunque no me lo has verbalizado se que así es, y tienes razones más que suficientes para no estarlo. Muy posible te estás aburriendo con todo lo que te digo, pero a lo que trato de decir es que tal vez, en un futuro haya una oportunidad para nosotros, eso claro si estás de acuerdo.

Vaya… te brincaste la barda Laia, tienes al tipo comiendo de tu mano. Pasa la receta…

Cállate.

—Laia, querida, ya que esta es  prácticamente es tu fiesta de despedida y tu último día de trabajo laboral en mi muy honorable negocio, podrías hacernos el favor de traer todo tu muy eficaz trasero hacia acá.

Me dice desde las mesas, pues me encontraba en la cocina terminado de hace un rápido inventario de un par de artículos que se necesitaban.

— Ya voy Marc, por cierto has visto a Elías, tengo un encargo que hacerle.

Comentó muy ligeramente caminando sin ver ya que solo leo lo que estaba garabateando en el pequeño cuadernillo de pedidos, parando me abruptamente al ver ahí a todas la personas con que he compartido estos años. No creí que realmente los iba a extrañar, pues para mí era tan cotidiano verlos, platicar con ellos e incluso a veces hacer planes improvisados a algún lugar.

Me alegraba mucho saber que aún después de todo, todavía tenía algunos sentimientos en esa caja que ya hacía tiempo estaba vacía.

— ¿Qué acaso creíste que te ibas a librar de una tarta de despedida ? Después de todo eres la compañera más latosa que he tenido y la que logró quedarse después de todo. — me  recalca mientras me abraza el latoso de Elías.

Ah, cómo vamos a extrañar a ese vagabundo.

— Gracias, gracias, me reconforta el saber que fui un dolor de trasero con el trabajo.— Hago unas reverencias para enfatizar lo que digo.

— Contigo aquí controlando todo, pequeña verdugo, hasta yo sentía que todo lo hacía mal — comenta Marc — por cierto, ¿Sabes que le ha pasado a la señora rosa?

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