Desde que Dazai le hiciese aquella pregunta en medio de una conversación de cama en la que no encajaba de ninguna de las maneras, Kunikida parecía estarse aficionando a describir las cosas con una sola palabra. Aquella mañana en concreto sólo de le ocurría calificarla como aburrida. Que sí, que él era un admirador de la tranquilidad y un adicto al trabajo que con gusto se pasaría toda la vida haciendo informes, pero ese día era inevitablemente cargante. No había nada que hacer. Yokohama, el tan denominado y afamado paraíso de los gángster, estaba terriblemente tranquila, como si en la Port Mafia se hubieran ido todos de vacaciones a Australia. Y era ese ambiente de calma absoluta que pedían a diario y realmente no querían el que imposibilitaba a los detectives a la hora de trabajar. Doppo ni siquiera sentía ganas de teclear la crónica del último caso que habían resuelto, así de kilométricas eran las dimensiones de la desidia que tenía encima. Y no era sólo suya esa situación, aunque quizá sí resultase la más llamativa dada su naturaleza cumplidora. Ranpo, por ejemplo, estaba en su silla giratoria dando vueltas y comiendo chuches como si fuera un niño pequeño. A veces Kunikida no se creía que de verdad tuviese veintiséis. Al otro lado, Kenji charlaba con Kyouka; seguramente, ambos se quejarían de la tan odiada adolescencia. Atsushi se hallaba en paradero desconocido, aunque nadie parecía tener interés en encontrarlo y ver que estaba con Akutagawa, para no variar. Y Dazai -sin ser esto algo impropio de su suicida compañero- hacía gala de su vagancia y aburrimiento más absolutos. En su escritorio frente al rubio, con las largas piernas apoyadas sobre la mesa y los brazos distendidos como si careciese de articulaciones, Osamu se limitaba a no hacer nada, con un libro abierto sobre el rostro. Sus manos se balanceaban lánguidas por el efecto que ejercía sobre él la fuerza de la gravedad. Perfectamente podría haberse quedado dormido. No lo estaba; ni estaba dormido ni ignoraba los rápidos vistazos que, de cuando en cuando, le dirigía el idealista.
-¿Tengo algo en la cara, Kunikida-kun? -Murmuró con un tono a medio camino entre esos dos estados tan similares de encontrarse hastiado y aletargado.
-Sí, tu horrible libro del suicidio.
-Touché.
El día y el ambiente propiciaban una conversación como aquella, extensa, sesuda, plagada de audaces metáforas, símiles poéticos y agudas ironías.
Incluso pulsar una tecla causaba en Kunikida un cansancio tal que prefirió evitar hacerlo, cruzando los brazos sobre la mesa y escondiendo la cabeza entre ellos. Maldito fuese el verano, con su calor apabullante, su sol cegador que los invadía por las ventanas como si de un país sin ejército se tratasen y, en especial, por su falta de acción que amenazaba con matar de aburrimiento a los detectives.
Por suerte para ellos, sobre todo para el directamente afectado, que fue nuestro querido Doppo, la calma se vio interrumpida por la abrupta llegada de Yosano. La médico, como la mayoría de miembros de la Agencia en aquella estación, llevaba las mangas remangadas y los primeros botones de la camisa abiertos, para tratar así de contrarrestar el calor.
-Kunikida -lo llamó, atrayendo su atención y la del suicida-, ya veo que no estás haciendo nada. Mejor, así no interrumpo.
-¿Me necesitas para algo, Yosano-sensei?
-Ven conmigo; tú y yo vamos a tener una pequeña charla.
-Cuando vuelvas de que te expliquen de dónde vienen los niños, tráeme un café helado, Kunikida-kun.
-Levántate tú a por él, maldito desperdicio de vendajes.
Dazai murmuró algo por lo bajo, sin llegar a variar en nada su postura. Kunikida prefirió hacer oídos sordos y marchar con la doctora, tratando de no preguntarse la razón de tal llamamiento ni de inquietarse por ello. Acto difícil, teniendo en cuenta los turbios sucesos que sucedían en la clínica de la Agencia. Akiko esbozaba una sonrisa constante y diabólica que no varió cuando se sentaron, él en un taburete harto incómodo y ella en su silla.
-¿Qué ocurre, Yosano-sensei?
-¿Qué te traes con Dazai?
-¿Perdón?
-Lo que has oído. ¿Qué sois?
-Básicamente, compañeros de trabajo.
-¿Seguro? ¿Sólo eso? -La médico elevó las cejas, tornándose su expresión en una mueca pícara. Doppo se removió inquieto en su asiento, rezando para no sonrojarse, gesto que sólo sirvió para intensificar las certeras sospechas de la doctora-. Soy toda una experta, Kunikida, puedes hablarlo conmigo.
-¿Por qué de pronto te interesan mis relaciones con Dazai?
-Porque eres condenadamente obvio, y siempre me ha gustado hacer de Cupido. Ahora vamos, cuéntaselo todo a la doctora Akiko.
-¿Insinúas que me gusta Dazai?
-¿Acaso no es verdad? Te lo comes con la mirada a diario.
Kunikida, tras ahogarse en una especie de tos atragantada, meditó la cuestión un segundo, analizando meticulosamente la situación, sus pros y sus contras. Su vínculo con Dazai no se podía considerar como salir juntos, ojalá. Citando al suicida, la pseudo-relación que mantenían se basaba en sexo esporádico (o no tan esporádico, viendo que repetían cada bendita noche) y sin compromiso, lo normal.
Cuando el ex mafioso le propuso aquello, hacía más o menos seis meses, su primer impulso fue decirle que no y, ya de puestos, atizarle con la libreta. Abierta además por la página en la que describía a su mujer ideal. Sin embargo, antes de responder se paró a pensarlo y recordó lo enamorado que estaba de Osamu. Al darse cuenta, no se pudo permitir perder tal oportunidad de oro. Por desgracia, su situación era todavía más estática y frustrante que cuando sólo eran compañeros. Podía tocarlo, podía tener sexo con él, podía incluso demostrarle una décima parte de su cariño en contadas ocasiones gracias a pequeños actos y caricias. Pero no se atrevía a besarlo, a abrazarlo o a decirle lo que sentía. No sabía si odiar o amar aquella dinámica.
El idealista miró a Akiko a los ojos, tratando de descifrar las intenciones de la doctora y valorando si merecía o no la pena sincerarse con ella. Yosano era algo ruda y explosiva, el tipo de persona que no se corta un pelo a la hora de hablar, pero no era mala. Bajo una apariencia dura y retorcida en ocasiones, Kunikida sabía que realmente era alguien noble e inteligente. Quizá... quizá ella pudiera ayudarlo.
-Supongamos -comenzó el rubio, subiéndose las gafas en un gesto un tanto intranquilo-, que tengo un amigo...
-Tú.
-Y que ese amigo está enamorado. -Continuó sin interrumpirse, queriendo ignorar el ardor de sus mejillas-. Y supongamos también que el objeto de su aprecio es un suicida.
-Dazai.
-Un suicida anónimo de nombre X.
-Lo que tú digas. ¿Y que le pasa a ese amigo tuyo enamorado de un suicida anónimo de nombre X?
-Su relación con ese suicida es algo complicada.
-¿Cómo es?
-Digamos que son... compañeros de cama. Pero sólo eso, y mi amigo está muy frustrado sentimentalmente hablando.
-Vamos, que te follas a Dazai todas las noches.
-¿Podemos mantener la parafernalia del anonimato?
-¿Vas a estar más cómodo así?
-Sí.
-Está bien. Entonces tu amigo y el suicida del que está enamorado tienen una relación de sexo sin compromiso. ¿Correcto?
-Exactamente, pero...
-Pero como tu amigo está enamorado no se siente satisfecho con vuestra... digo, su situación actual. -Doppo asintió con la cabeza, afirmando la repetición de sus palabras en boca de la doctora-. ¡Por eso tu amigo ha recurrido a una profesional!
-Técnicamente, la profesional lo ha arrastrado a su consulta y lo está sometiendo al tercer grado.
-Da igual. Tú dile que confíe en la profesional.
-Supongo que no le queda otra... -Cansado y algo desesperado, Kunikida se masajeó las sienes antes de mirar a Yosano a los ojos, con una petición velada en ellos-. ¿Puedes ayudar a mi amigo, Yosano-sensei?
-Faltaría más. ¡Te enseñaré cómo conquistar a un suicida!
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Cómo conquistar a un suicida [Kunikidazai] [BSD fanfic yaoi]
Fanfiction¿Eres un profesor de matemáticas que está locamente enamorado de un adorable suicida y no sabes qué hacer? ¿Te tiras de los pelos hasta deshacerte la coleta porque vuestra relación no va ni para atrás ni para delante? ¿Quieres gritarle lo que siente...