Bajo un sol mortal a las seis de la tarde, apoyando la espalda en una farola, Kunikida contemplaba impaciente su reloj de pulsera. De vez en cuando levantaba la vista y buscaba con esta las vendas características de su suicida favorito, pero nada. Todavía no se aparecía entre la toda esa multitud. Con semejante calor, llegar quince minutos antes de la hora fue un clarísimo error.
Doppo llamaba la atención de los y las jóvenes que pasaban por allí. ¿Cómo no hacerlo? Era perfectamente comprensible que lo mirasen cuando su sola silueta resultaba tan brillante e imponente como la del astro rey. Aunque él maldecía el atuendo elegido para la ocasión, por muy bien que le quedase, así como el tiempo gastado en elegir la ropa. Ni que fuera un colegial en su primera cita. Y ¿por qué le dio por los pantalones oscuros? ¿En su ideal, dónde decía exactamente que debía ponerse largos en verano y sudar como un cerdo? Al menos Osamu fue bastante más inteligente que él en lo que a ropa se refiere.
Dazai no sólo atrajo la mirada del rubio con su puntual aparición. Él también -en especial por sus vendajes- destacaba más de lo que debiera. Gracias a los vaqueros de color claro que le llegaban por la mitad del gemelo Kunikida constató algo que sabía de sobra por todas esas noches intimando. Las vendas del ex mafioso cubrían todo el cuerpo de este, desde el cuello hasta el empeine.
-¿No tienes calor? -Cuestionó a modo de saludo el idealista mientras se quitaba las gafas de sol y se las colgaba del cuello en forma de pico de su camiseta.
-No te creas, son bastante más frescas de lo que parece. Además, elijo colores claros para contrarrestar los efectos del sol. Ya me harté de ir de negro en la mafia. -Comentó, en referencia a su camiseta blanca. Osamu estaba sonriente. Analizando su expresión, Doppo notó extraños tintes en esta, matices que nunca había visto. Era mucho más sincera y bonita que otras-. ¿Qué dicta tu ideal que hagamos hoy?
Kunikida se permitió una sonrisa resignada. Había estado a punto de planificar aquella tarde al milímetro, pero Yosano lo detuvo a tiempo dándole una patada que lo dejó en el suelo. Ese día era especial en muchos sentidos, por eso se había obligado a dejar su libreta en casa, por mucho que le doliese.
-Disfrutar. -Contestó con simpleza-. Hoy no habrá ideales, horarios ni suicidios.
-¿Quién eres tú y qué has hecho con Kunikida-kun? Porque que conste que estoy pobre, no tengo dinero para pagar un rescate.
-Da gracias que no puedo pegarte con el cuaderno...
-¿No lo has traído? Vale, esto es muy serio, debes estar enfermo terminal. Vamos a urgencias corriendo.
-Estoy perfectamente. Haz el favor de caminar y dejar de decir tonterías.
-¿Tenemos rumbo?
-Me cuesta admitirlo, pero no. Ciertas fuerzas mayores no me han dejado planificar absolutamente nada. Tendremos que improvisar sobre la marcha.
Osamu enarcó una ceja ante aquello, con su curiosidad visiblemente despierta. Sin embargo, el suicida se limitó a callar y llevar los brazos hacia arriba, doblándolos tras su cabeza en una pose relajada. En cuanto se pusieron rumbo a ninguna parte, una bombilla pareció encenderse en su perversa cabecita.
-Tengo una idea. -Habló.
-Sorpréndeme.
-Ya lo hago a diario con mi flexibilidad.
-Dazai...
-Vale, vale. -Emitiendo una risita que no podría sino clasificarse como adorable, el ex mafioso tomó la delantera, encaminando sus pasos-. Hay una librería por aquí cerca especializada en clásicos y libros antiguos a la que llevo tiempo queriendo ir. ¿Podemos pasarnos?
***
Doppo no tuvo ningún problema en dejarse arrastrar por su compañero a aquel lugar que parecía sacado directamente de una novela de fantasía. No sabía si sorprenderse o no pero, en caso afirmativo, sería gratamente. Por una parte, Dazai parecía encajar a la perfección entre todas aquellas estanterías enormes que incluso a él lo hacían parecer diminuto. Recorría con la mirada y los dedos los lomos empolvados de aquellos viejos libros. Su sonrisa era similar a la de un niño en una tienda de dulces, pero mil veces más hermosa. Sin embargo, el idealista nunca se esperó que tuviese unos intereses tan culturales. No quería decir eso que dudase de su intelecto, pero lo veía más capaz de llevarlo a un bar de mala muerte que a aquella tienda de libros tan especial y bella en la que el aroma del papel podría hacerlos perder la noción del tiempo y el espacio.
Kunikida quizá podría haber optado por buscar algún libro de su agrado, pero prefirió contemplar a Osamu revolotear entre los estantes, pasando entre los corpúsculos de la luz que eran las motas de polvo sólo para examinar un título que le había llamado la atención. Su mirada se perdería gustosa en la hechizante hermosura del momento y del objeto de su aprecio. Era cautivador. Al fin y al cabo, aquella se trataba sin duda de la primera vez que podía considerar que lo veía feliz y no haciendo banales payasadas.
-Mira, Kunikida-kun -exclamó ilusionado, mostrándole un libro granate de tapas duras con el título escrito en elegantes letras romanas de color dorado-, jamás pensé que lo encontraría.
-¿Cuál es?
-El Príncipe, de Maquiavelo. Es un libro de política italiana renacentista, con ciertos tintes satíricos.
-¿Qué sabes tú sobre política italiana?
-Alguna que otra cosilla, aunque debo admitir mis preferencias por los filósofos franceses. -Admitió con una risita. Como si se tratase de un viejo amigo muy querido, el ex mafioso pasó los dedos por la portada. Su rostro estaba teñido de nostalgia-. Me trae muchísimos recuerdos.
-¿Ya lo habías leído?
-Sí, cuando tenía seis años. -Al idealista se le cayó la mandíbula al suelo-. No me mires así. Mori-san elegía mis lecturas cuando era un niño como una buena manera de educarme. Me encanta leer, así que nunca me pareció mal. La verdad, no pude entenderlo del todo hasta que no lo volví a releer a los catorce.
-¿Qué clase de cerebro tienes?
-Uno un poco retorcido.
-Ya lo veo...
-Me encantaría poder leerlo otra vez ahora mismo. Es una pena que no lo tenga en casa. La mayor parte de libros que me enseñaron a pensar se quedaron en la mafia cuando huí. No pude hacer un buen equipaje y no sé que habrá sido de ellos.
-¿Y lo quieres?
-Pues... sí. Pero la edición es cara y el presidente no va a volver a pagarme hasta que no compense la última denuncia que me pusieron. ¿Cómo iba a saber yo que estaba prohibido suicidarse en una propiedad privada?
Suspirando con obvio fastidio, Osamu quiso devolver el libro a su lugar entre sus compañeros de estantería para que siguiese almacenando polvo hasta que algún cliente lo quisiera tanto como él lo anhelaba. Doppo no se lo permitió, agarrándolo por la delgada muñeca para evitarlo. Cuando Dazai lo interrogó con la mirada, el idealista se limitó a encogerse de hombros y fingir -de manera muy obvia- falsa molestia.
-Tómatelo como lo que no conseguí con los bombones.
Y Kunikida obtuvo una recompensa totalmente inesperada al ver al suicida sonrojarse, como si por fin un paso diese resultado.
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Cómo conquistar a un suicida [Kunikidazai] [BSD fanfic yaoi]
Fanfiction¿Eres un profesor de matemáticas que está locamente enamorado de un adorable suicida y no sabes qué hacer? ¿Te tiras de los pelos hasta deshacerte la coleta porque vuestra relación no va ni para atrás ni para delante? ¿Quieres gritarle lo que siente...