El pobre Kunikida no estaba para nada seguro del curioso primer paso que Yosano le había sugerido -u obligado, mejor dicho- realizar. Dejarle en su escritorio un clavel anónimo con una notita le parecía terriblemente infantil, casi patético. Era típico de un estudiante de instituto falto de valor y confianza para pedirle una cita a esa persona tan especial por San Valentín. Y con ese calor del demonio, fijo que era de todo menos catorce de febrero. Sin embargo, la doctora lo había planteado y maquillado de tal forma que podría sonar incluso bien. Si le dejaba ese pequeño gesto sin remitente, Dazai podría interesarse, podría despertar su curiosidad. Y, si esto ocurría, quizá acabase llegando hasta él gracias a sus habilidades deductivas. Era como meter al suicida en un pequeño laberinto del que sin duda no le costaría ni un suspiro salir. Pero el interés del acertijo no radicaba en su dificultad, sino en ver quién se encontraba al final, en toparse con Kunikida y recibir su confesión. ¿Fácil? Fácil, sí, pero no para el idealista.
Para los enamorados nunca es fácil.
Cuando Osamu llegó a la oficina aquella mañana, todo parecía ir según el plan, más o menos. El suicida iba medio adormilado, abanicándose la cara con la mano como si así pudiese producir una corriente de aire de algún tipo y refrescarse. Esfuerzo vano, el calor no iba a disminuir ni aunque mantuviese sus vagos movimientos. Sin duda, les hacían falta ventiladores en aquella maldita oficina. Doppo tecleaba un informe en su escritorio, la continuación del que el día anterior no logró terminar. Aunque, en aquellos momentos el rubio dudaba de hasta que punto sería útil para la Agencia el reporte sobre una infidelidad harto obvia; aquel señor no entendió bien la parte de armada. Ni la de que su mujer lo quería por su dinero y en realidad estaba enamorada de su vecina.
El rubio le lanzó una mirada a su compañero por el rabillo del ojo, dándose cuenta una vez más de la intensidad de sus sentimientos. ¿Cómo era posible que le pareciese tan adorable bostezando, si incluso eso lo hacía con desgana? El suicida, que debía haberse arrastrado directamente desde la cama a la Agencia, se frotó los ojos como haría un gato perezoso y callejero. Parpadeó confuso, como si pensase que aquello era un sueño y él todavía estaba dormido, al ver la flor que descansaba sobre su mesa.
-¿Y esto? -Cuestionó acercándose. El clavel poseía unos colores de intensidad casi irreal, parecía una flor artificial. Ese brillo, Osamu lo identificó al instante, sin necesidad de investigación previa. El tono de su voz se tiñó de inocente ironía mientras su mirada castaña se dirigía irremediablemente hacia su compañero de trabajo, incomodándolo-. ¿Me ha salido una admiradora secreta? ¿O quizá es un admirador?
-¿Y yo que quieres que sepa, maniático suicida?
-Me encanta la cantidad de cosas bonitas que me dices y lo llenas de amor que están nuestras conversaciones por la mañana. ¿También va a ser así cuando vivamos juntos o ahí al menos incluirás un desayuno para compensar?
¿Ha sido descrito el detalle de la taza de café con hielo que tenía el idealista en la mano? Sí, sí, esa que se estaba llevando a los labios y cuyo contenido debió retirar de la pantalla de su ordenador portátil. Dazai elevó una ceja, ahogando una risita sarcástica ante tal reacción mientras Kunikida limpiaba el dispositivo con un pañuelo de papel.
-Hay que ver que mal te tomas una broma, Kunikida-kun.
-Es que vivir contigo sería una pesadilla sin fin. -Masculló. Si Yosano le viese, seguramente se llevaría un tirón de orejas que lo dejaría como una estatua de Buda. Y le estaría bien merecido porque, realmente, le encantaría vivir en ese "mal sueño".
-¿Y cómo se explica este...? ¿Es un clavel? -Inquirió el ex mafioso, obviando el comentario de Doppo-. Que por cierto, no es por nada, pero prefiero otras flores. Llámame clásico, pero soy más de rosas.
-Se explica como que alguien tiene muy mal gusto.
-¿Tan malo como el tuyo, que aceptaste acostarte conmigo?
Los colores se subieron a toda prisa al rostro de Kunikida mientras Dazai -que no había tocado la flor por miedo a que esta desapareciese- enarcaba una ceja de nuevo. Menos mal que no le quedaba más café porque, puestos a repetir actos y reacciones, lo habría escupido otra vez de mala manera. Sólo Osamu podía lograr que actuase de forma tan estrepitosa y que se avergonzase tanto por unas pocas palabras, una mera frase. Aunque no era por el acto que acostumbraban a realizar. Más bien, su bochorno venía dado por los sentimientos implícitos de ambos y que eran ignorados por el contrario.
-No saques ese tema en el trabajo, desperdicio de vendajes.
-¿Por qué no? Estamos solos, después de todo.
-Porque no. Da igual que estemos solos, hay que separar vida privada de profesional.
-Curiosas palabras viniendo de ti. No me daba la misma impresión después de ver la florecita esta. Aunque ya que sacamos el tema, acabo de recordar que no viniste ayer por la noche.
Dazai sólo estaba hablando de aquello porque estaban completamente solos en la oficina. Lo sabía, pero eso no evitaba que se sintiese nervioso al tocar tal tópico. El suicida, sin embargo, mantenía un semblante sereno, lo que no eximió a su voz de poseer cierto tono de reproche. Doppo se encogió de hombros, ignorando como malamente podía la molestia con la que su compañero lo miraba. No había ido por la misma razón por la que ese clavel existía, por recomendación de Yosano. La médico le había dado unos argumentos bastante razonables con los que había acabado por encontrarse de acuerdo. Al ir cada día aparentaría padecer cierta dependencia del suicida -o de su cuerpo-. Aunque, por como lo miraba el ex mafioso, daba la impresión de ser él quien estaba realmente desesperado.
-En nuestro trato no dijimos que debiese ir a diario.
-No, claro...
-¿Pasa algo? -Esta vez fue el idealista el encargado de buscarlo con ojos inquisitivos. El comportamiento de Osamu parecía más extraño de lo habitual, y eso que nunca era normal del todo.
-No es nada. -Suspirando con obvia aceptación fastidiada, el moreno recompuso su máscara de siempre y avanzó hacia su escritorio. Se sentó frente al clavel, encendió su propio ordenador y sacó unos documentos para ojearlos distraídamente. Hizo de todo menos tocarlo, como si estuviese reticente a ello. Acabó por tomarlo al cabo de un rato, cuando no le quedaron más cosas por hacer y no pudo retrasar más el fatídico momento. Sus dedos al rozarlo se iluminaron con tenue brillo, activando su poder y anulando el del rubio. La flor se deshizo entre sus dígitos como una ilusión, transformando un gesto romántico en una triste metáfora. Dazai esbozó una sonrisa amarga, antes de leer las palabras escritas en la hoja de papel que había sustituido al clavel-. Realmente tienes muy mal gusto, Kunikida-kun.
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Cómo conquistar a un suicida [Kunikidazai] [BSD fanfic yaoi]
Fanfiction¿Eres un profesor de matemáticas que está locamente enamorado de un adorable suicida y no sabes qué hacer? ¿Te tiras de los pelos hasta deshacerte la coleta porque vuestra relación no va ni para atrás ni para delante? ¿Quieres gritarle lo que siente...