Paso 7: Deja de dar un paso hacia delante y dos hacia atrás

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-¡¿Pero tú eres imbécil o qué demonios te pasa en la cabeza?! -Le chilló Yosano al otro lado de la línea.

-No grites, por favor... -Como si tuviera resaca, Kunikida padecía aquella mañana de un dolor de cabeza titánico. La noche anterior no bebió ni agua, así que aquello debía de ser el karma justiciero, castigándolo por besar a Dazai y luego huir como un cobarde. Y aunque la aspirina que se había tomado hacía media hora paliaba en cierta medida su incomodidad, que no sus ganas de que la tierra lo tragase, la reprimenda de la médico sólo lo empeoraba. Tal era su estado que ni siquiera había ido a trabajar; aunque eso era en parte por querer evitar la bronca que tanto se merecía en vivo y en directo-. No se me ocurrió otra salida. Me entró el pánico y huí.

-Pareces un crío en la edad del pavo.

-Eso llevo pensando yo toda la semana pero... ¿y qué otra cosa podría haber hecho?

-Podrías haberle dicho lo que sientes por él. Lo besaste, ¿tanto te costaba decírselo a la cara?

-Pues me costaba, me costaba mucho. ¿Nunca has sentido miedo al rechazo?

-Todos lo hemos hecho, pero a superarlo ya no te puedo ayudar. Tienes que echarle valor tú solito.

-Ya lo sé... ¿No existe una poción mágica que enamore a la gente? O un usuario con esa habilidad; también me valdría.

Al otro lado, en la Agencia, el idealista escuchó un ruido un ruido muy fuerte que reventó sus pobres y maltratados tímpanos. Similar al sonoro golpe de una pila de papeles contra una mesa, le daba la impresión de que la doctora había puesto el altavoz cerca únicamente para torturarlo. Y él no pudo contener un quejido ante tal estruendo

-Punto número uno, Dazai lo anula todo. Punto número dos, eres rematadamente gilipollas.

-¿Por qué?

-¿De verdad no te das cuenta?

-¿Darme cuenta de qué?

-Kunikida, eres una de las personas más inteligentes que conozco, pero eres idiota.

-Muchas gracias, Yosano-sensei. ¿Has terminado ya de insultarme?

-No, todavía no. ¿Cómo puedes estar tan ciego?

-Lo ignoro, debe ser por eso por lo que llevo gafas. ¿Serías tan amable de decirme qué se supone que tengo que ver? -Masculló ya con cierta molestia arrogante. Su tono condescendiente sólo sirvió para enfadar todavía más a Akiko.

-No, no lo haré. Búscate la vida para descubrirlo, detective de cuarta. Tienes la respuesta delante de las narices.

Doppo suspiró cuando la doctora colgó abruptamente. No sin cierta ironía, pensó que lo único que tenía frente a él era un reloj de cocina atrasado dos segundos exactos. Estaba puesto así a propósito para llegar un poco antes a la oficina, hasta eso lo tenía calculado.

Su día -su mediodía, en realidad- no podría ir peor. Le dolía la cabeza como si estuviese en el mismísimo infierno y tuviese diablillos pinchando su cerebro con pequeños tridentes; no sabía de qué demonios hablaba Yosano y, por si todo eso fuera poco, tenía una pila gigantesca de desastrosos exámenes de álgebra que corregir. ¿En qué momento se le ocurrió que era buena idea compaginar su trabajo de detective con el de profesor? ¿Y en qué momento decidió también, con ese razonamiento maravilloso suyo, que estaría bien darle clases particulares a sus alumnos suspensos, durante el verano? De verdad, era un completo desastre...

A pesar de su malestar, Kunikida era una de esas personas que no puede ver un trabajo a medio hacer y dejarlo así. Él mismo sabía que su vida sería mucho más sencilla si se tomase las cosas con más calma, pero eso contradecía su ideal sagrado. Aunque enamorarse de Dazai también lo echaba por tierra y ahí estaba, colado por los huesos de ese proyecto de momia. Y así, se armó de un bolígrafo rojo, la poca paciencia que tenía y se lanzó a la corrección. Esa era también, de alguna curiosa forma que sólo él podía entender, una vía de escape. Mientras se centraba en aquellos exámenes podía dejar de lado al menos un segundo sus sentimientos por Osamu, sus actos de la noche anterior y su confusa relación con este. Podía olvidarse de su mirada suplicante y triste, esa misma que lo había perseguido hasta en sus sueños más profundos. Aunque el destino parecía tener interés en fastidiarlo.

Más o menos a las ocho de la tarde, terminó de corregir todos los exámenes. Por supuesto, se había tomado un par de descansos para no morir deshidratado. El día había sido arduo y difícil, a pesar de haberlo pasado solo en casa. Debía darle las gracias al ventilador del salón, la única causa de no haber acabado desmayado por un golpe de calor. Empezaba a ver a ese aparato como su salvador y a pensar que debía hacerle un altar o, en su defecto, comprarle pilas nuevas; tal era el tamaño del daño que le hacía el caluroso verano japonés. Y alrededor de esa hora, el timbre comenzó a sonar de manera desenfrenada. A quién quiera que estuviera al otro lado de la puerta, pensó Doppo, más le valía tener una buena razón para molestarlo así. Y fuese quién fuera y tuviera la razón qué tuviera, del "libretazo" no se libraría tan fácilmente. Molestarlo estando él de semejante humor de perros se pagaba caro.

Aunque claro, esa primera valoración de los hechos se basaba en el desconocimiento de la identidad de su invitado improvisto. Y cambió radicalmente en cuanto abrió la puerta de su apartamento y se encontró con ese condenado suicida que le había robado el corazón y el aliento.

-¿Dazai?

El nombrado optó por no responder inmediatamente. Es más, ni contestó. A pesar de su seriedad, un brillo indescriptible iluminaba sus ojos. En nada se parecía al que siempre poseía. Este era más decidido, más vivo, más llamativo. Era el que mostraba cuando se le metía una idea -normalmente una mala- en la cabeza. Estaba determinado a algo, aunque Kunikida no pudo adivinar a qué. Tampoco tardó mucho en descubrir las intenciones tras ese fulgor. En cuestión de segundos, el ex mafioso lo agarró de la camiseta y se impulsó hacia delante, obligándolo a él a doblar las rodillas para salvar la escasa diferencia de alturas. Esta vez fueron los finos labios de Osamu los encargados de llevar la voz cantante y esta vez su beso estuvo tintado de una fuerte demanda. Debía ser algo así como una venganza, porque al rubio apenas tuvo tiempo para reaccionar. Cuando quiso darse cuenta, sus bocas se habían separado. Y él, descontento, volvió a juntarlas mientras lo abrazaba por la cintura. Dazai no se quejó, aunque una especie de ruidito ahogado se extinguió en sus labios, al mismo tiempo que sus largos brazos vendados rodeaban el cuello contrario.

-¿A qué ha venido eso? -Masculló el idealista cuando se separaron. O cuando dejaron de besarse, porque continuaban abrazados y ninguno parecía tener ganas de soltar al contrario.

-Te lo dejaste en mi casa. -Contestó con aparente simplicidad-. Eso y una conversación también.

-¿Estás dispuesto a hablar sin salirte por la tangente?

-Estos matemáticos... ¿me vas a dejar pasar o vamos a seguir liándonos aquí mismo?

Cómo conquistar a un suicida [Kunikidazai] [BSD fanfic yaoi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora