DOUZE

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17O325 || MACONDO

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17O325 || MACONDO

願...

Las clases de mates nunca mejoraban, siempre eran así de aburridas. Estaba consciente de que no eran los números. Los números me gustaban. Tan solo si el profesor fuera más animado.

Lo primero que debería hacer era quitarse el manto negro que tenía por arriba. Si se vistiera con aquellos pantalones de colores extravagantes y sobre las caderas seguro diera mucha gracia.

—« Permítame profesor. Cuidado no se incline usted que se le rompe por detrás. Qué pantalones más ajustados... » —aquello era hilarante y no pude aguantar las ganas de reírme solo.

— ¿Se puede saber de qué se ríe usted, señor? —ahora si estaba en problemas. Solo a mí se me ocurría enseñarle las muelas a ese tipo.

— ¿Yo? —mi única escapatoria era hacer de bobo.

— Señor Kim.

— Sí señor —joder, solo me quedaba que el polillón de clase me delatara.

— ¿A oído usted a alguien más que al señor Min reír en clase?

— No profesor —respondió el muy hijo de su madre.

— Vea usted ¿Tiene algo que compartir con el resto de nosotros? ¿Por qué no lo comparte con la directora en su despacho? Seguro le hará mucha gracia. —Zaz, zaz... joder, no rompí la puerta. Qué lástima.

Ni muerto iba yo a estar por del despacho de la señorita HaRi.

Los sermones eran demasiado largos y extenuantes. Siempre con la misma historia; que si me conocía desde pequeño, que era casi como mi madre y todas esas cosas. Además el tipo de matemáticas estaba loco, ya se le olvidaría. « Señor Kim... » Por eso tenía que hacer tantos chistes para que se rieran de él. Si estuviera JiMin por aquí le dábamos una zurra. SoJoong el polillón de clase era probablemente el único que se alegraba de que me fuera a la universidad por la razón incorrecta.

— « Anda que mala suerte. Por allá viene la señorita HaRi...» —venía acompañada de un señor muy estirado. No llevaba colores raros. Usaba traje pero no era de esos señores que venían de la iglesia, era más soberbio. Mucho más joven también.

—Buenos días YoonGi. Señor Heo, le presento a Min YoonGi —el estirado me tendió su mano. Pase un poco de trabajo para sacar las mías de los bolsillos y encogí los hombros.

—« Joder y yo que estoy de polisón »- pensé.

— ¿Sería tan amable de acompañarnos a la oficina? —aquel hombre me dirigió la palabra. Su voz era medida y algo me decía que podía confiar en él. Nunca nadie me había hablado con tanto respeto ni me había pedido que le acompañara «amablemente» a ningún lugar. Tenía gran educación y yo era sólo un chiquillo. Encogí nuevamente los hombros — ¿Es que no habla usted?

—No. Es decir, sí. Bueno en cualquier caso voy con ustedes.

—Muy bien muchacho —me guiñó el ojo.

Estuvieron largo tiempo hablando solos en la oficina mientras yo esperaba afuera. Estaba un poco nervioso pues era posible que estuviera en aquel lugar por la razón equivocada. Es decir, me habían mandado de castigo. —« ¿Será este estirado adivino? —me cayó una de esas dudas que aunque se sabe son imposibles se quedan ahí dándole lata a uno —Seguro ahora me preguntan qué hacia fuera del salón a estas horas. ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! »

Me metí el último caramelo de los que me había regalado Dan.

—« Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. Ten al señor Dan entre tus brazos así como yo tengo este caramelo en mi boca. Amén. »

Me invitaron a pasar y me hicieron sentar en uno de los sillones frente al buró de la señorita HaRi. A mi lado en el otro sillón el señor estirado. Aquello se sentía extraño, en aquella oficina no podía sentarse uno. Es decir, siempre que íbamos era de castigo... yo estaba de castigo solo que mis jueces no lo sabían. Casi me atraganto con el caramelo cuando me dijeron de entrar.

—Señor Min —me dirigía la palabra desde el lado aquel señor en un tono tan autoritario que hizo despegar todos mis sentidos —tengo entendido que es usted un muy buen escritor.

—Hace mucho tiempo que no escribo. —Noté que llevaba entre sus manos mis cuadernos donde solía hacerlo. Aquel era el hombre al que la señorita HaRi le había entregado mi diario. —Tengo entendido que ha podido hacer usted una evaluación...

—Sí, pido disculpas, un diario es algo que no debería compartirse sin el consentimiento del autor —miró a HaRi con una breve sonrisa y se precipitó a entregar lo que era mío —¿Ha considerado usted una carrera profesional?

—No sabía que se pudiera ganar dinero escribiendo. De cualquier forma me gustaría mejor hacer experimentos, descubrir estrellas y esas cosas.

— ¿Se refiere usted a la química o la astronomía?

— Me da lo mismo —aquel hombre hizo una mueca que corrigió rápidamente.

—Sería una pena perder a alguien como usted. Posee un talento extraordinario aunque haya que pulirlo mucho. ¿Por qué no lo considera?

—Ya usted lo habrá leído. No pienso escribir más hasta que no encuentre a mi amigo.

—Sin duda una triste historia. Qué tal... qué tal si... —se corrió hacia adelante en su asiento como si estuviera cocinando una mágica solución —qué haría si yo le ayudara a encontrar a esa persona. Mientras, tendría que estudiar mucho, prepararse claro. Las universidades de este país no aceptan a cualquier tonto.

—¿Y qué ganaría usted con todo esto precisamente?

—YoonGi, no seas irrespetuoso. —Intervino la señorita HaRi. El hombre sonrió como si lo hubiera estado esperando. Creo que le agradó que preguntara.

—Bueno, no tengo hijos y una absurda cantidad de dinero. Claro soy joven todavía pero naturalmente soy un filántropo. Me gustaría ayudarle y reducir mi deuda con lo que me ha tocado. Solo quiero poner el talento en el lugar adecuado. —Me quedé pensando un rato, realmente no me pasaba nada por la mente pero debía dar la impresión de que era un hueso duro de roer. Honestamente me moría de ganas de decir que sí.

— ¿Y me ayudará usted a encontrar a JiMin?

— Pondré el mismo esfuerzo que usted en sus estudios.

— Trato hecho —este no sería con saliva, mi nuevo mentor jamás lo entendería. Ya le enseñaría yo de estas cosas.

II. amigo míoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora