QUATORZE

62 22 3
                                    

17O325 || MACONDO

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

17O325 || MACONDO

旅行...

Todos me despidieron con besos y muchos abrazos. Minah la pequeña me regaló una flor roja, algo así como mi tótem personal para cuando estuviera triste. Sabía que estaban recelosos, en nuestra alegría veía que hubieran dado cualquier cosa por estar en mi lugar. Había logrado conseguir el deseo oculto de todo niño que no tiene familia... que alguien nos venga a recoger y cuide de uno.

Jin estaba afuera mirando por la reja. Seguro quería lo mismo que todos nosotros: alguien que le quisiera y le dijera que todo iba a estar bien. Nos miramos desde lejos y no hizo falta decir nada. Nos despedimos.

La señorita HaRi me acompañó hasta la estación. Ben llevaba mi maleta de madera con algunas mudas de ropa que entre todos habían comprado para mí de una tienda de segunda mano. Ya no iba a poder andar con el uniforme todo el día. Me dio un beso en la frente y Ben me dijo que cuando aprendiera a manejar le fuera a ver.

—Hijo vas al mundo, parece que fuera ayer que llegaste. Dios sabe que he hecho todo lo posible. Me alegro... me alegro... —no pudo decir más y echó a llorar así que la abracé por debajo de los brazos y apoyé la cabeza en su pecho, HaRi era tan alta...

—Este no es el final. Regresaré y los ayudaré a todos.

—No es necesario. Sé feliz hijo mío, no dejes que nadie te quite eso.

—Encontraré a JiMin.

—Haz eso por mí y quiero que me disculpes con él. Nunca he entendido nada.

—Él la quería mucho, no debe culparse —siguió llorando a moco tendido y no pude evitar hacerlo yo también. Las personas nos miraban de manera extraña y seguían de largo.

« ¡Su atención señoras y señores! El expreso con destino a Seúl partirá en breve por la plataforma 3¼. Les pedimos que aborden y tengan consigo los tiquetes de viaje. Gracias. »

Al llegar a Seúl el ruido era exorbitante y abrumador. La marea humana arrastraba a cualquiera que diera un paso dentro de ella. Mi primera reacción ante la gran ciudad fue de terror, de no ser por las personas que insistían en bajar hubiera subido nuevamente al tren.

Aquel destino no tenía nada que ver con el lugar de donde había salido. Enormes techos que protegían un espacio aún más enorme con muchos asientos, pequeñas cercas, colillas de cigarros, humo.

Alguien debía esperarme, tenía la esperanza que tal vez el señor

Heo porque no conocía a nadie más. Me quedé con mi pesado equipaje y los pies muy juntos a la orilla del andén. Todo me tembló cuando un encargado del lugar solicitó que me moviera pues no debía permanecer allí así que me senté en unos de los asientos que había visto. Alguien me ofreció unos dulces que no me apetecieron.

—« ¡¿Quién puede comer en este estado?! »

El mundo sencillamente se movía a una velocidad inédita, tan rápido que mi vida parecía la de un caracol.

—« ¿Cuántas de estas personas habrán crecido sin conocer a sus padres? Si JiMin estuviera aquí nos estaríamos riendo de aquel viejo feo encorvado. ¡Dios por qué le diste esa nariz tan grande! »

El reloj grande de la pared del fondo marcaba la hora y llevaba sentado más de cuarenta y cinco minutos.

—Señor Min, llevo algún tiempo buscándolo —una figura delgada con traje elegante y famélica apareció frente a mí con una expresión sumamente relajada que no concordaba con sus palabras.

—Por favor, solo YoonGi.

— Muy bien, solo señor Heo si le complace. ¿Pretende quedarse toda la vida ahí sentado?

Tomamos un taxi a la salida en el que estuvimos una eternidad.

Casi muero cuando el conductor cobró su tarifa. Con mucho menos que eso la habría pasado en grande en Daegu, saqué cuentas. « Diez caramelos de naranja, dos waffers y tal vez tres cosas extrañas de esas de chocolate. No, mejor cinco pasteles de fresa. No, mejor... ¿Ya llegamos? ¿Dónde está la casa? Ahh esa es la casa. ¡No jodas! »

El señor Heo tomó mi maleta pues se percató que yo estaba pasando algo de trabajo incluso con ambas manos. Pasó su mano por encima de mi hombro y juntos miramos la enorme casa parados en el portillo del jardín. Una cerca, árboles y césped verde.

— ¿Qué, te gusta?

— Me encanta. ¿En serio usted vive aquí?

— Bueno la mayor parte del tiempo. La compré hace unos años. ¿Entramos?

La casa era de madera y no estaba precisamente en el corazón de la ciudad —ninguna casa de madera hubiera sobrevivido allí. Tenía dos pisos y a pesar de lo grande que era resultaba acogedora. Nos estaba esperando la señora Koo, una anciana que no parecía tan anciana y que me resultó una buenaza. Tenía una gran sonrisa e incluso se alegró de verme.

— ¿Qué habitación le preparamos al señorito? —preguntó ella.

— La que da al jardín le será adecuada —contestó el señor Heo —ahora, si me disculpan estaré en mi oficina revisando la correspondencia. Señora Koo no me pase llamadas, por favor —diciendo esto se dirigió a unas puertas que abrió de par en par y desapareció.

Entonces la señora Koo me miró y sonrió aún más.

—Bueno y ahora podemos dejarnos de formalismos. No me habían dicho que tenías esos lindos ojos cafés. ¡¿Quieres explorar?! —debió leer lo que tenía dibujado en el rostro porque mis ojos no podían dejar de mirar todas las cosas que habían en aquel salón. Me instó por la espalda a que diera unos pasos y se quedó observando mi reacción desde donde estaba parada.

Los cuadros eran hermosos y tuve oportunidad de detenerme en todos y cada uno de ellos. La alfombra era roja como la sangre y tenía unos mosaicos dorados que me obligaron a pasar unos minutos descifrándolos. La lámpara en lo alto tenía decenas de luces. Pero lo que más me llamó la atención fue lo que hallé en la habitación contigua. ¡Millones de libros! Al parecer era cierto que había personas que se ganaban la vida con ellos. Entré como quien se aventura en una jaula de leones. Los estantes llegaban al techo y había cuatro de ellos repletos. Vale realmente no eran millones.

II. amigo míoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora