QUINZE

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17O325 || MACONDO

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17O325 || MACONDO

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Aquella experiencia con Jin me había convencido de que estaba perdidamente enamorado de JiMin y saberlo me había ayudado a comprender el por qué me sentía tan mal sin él. No tenía ni idea de si era recíproco o si lo volvería a ver, pero también comprendí que no había cosa alguna que pudiese hacer más que aceptarlo a pesar de mi educación católica a la que había mandado a la hostia.

En mi nueva vida todo flipaba, excepto quizás por las interminables horas de estudio. El señor Heo no me había puesto en un colegio y en su lugar se aseguraba que un reducido grupo de profesores del mejor nivel me atendieran personalmente. Quería que estos me dedicaran toda la atención y así aprendiera más rápido. En lo personal me parecía genial, sin reglamentos de colegios ni golpes de profesores malvados. Me la pasaba todo el día de un lado a otro de la ciudad en metro sin preocuparme por otra cosa que no fuera responder a la atracción sexual que representaban las calles, claro solo en los minutos que tenía para ir de un lugar a otro.

Fue así como un día fui a parar al concurrido Soho de pura casualidad, un lugar de lo más raro pero aun así tan atractivo. Las personas se movían de un lado a otro sin detenerse, hacían movimientos extraños, se regodeaban en sus excentricidades, colores y manías. Nadie se fijaba en el de al lado excepto para comérselo con la vista pero nunca en si aquel lucía extraño con sus pantalones apretados o su camisa descuadrada.

En esa fecha al menos no vestía de una manera tan anticuada aunque nunca con aquellos colores que me parecían vulgares y de tercera. Me había dejado crecer un copete todo rubio que dejaba caer sobre la frente y sobrepasaba mis ojos cuando caía. Tenía 14 años y poseía una mente que no cabía en mi cuerpo adolescente.

Todo mi ser era un pulso de energía nova que alimentaba a las personas que se atrevían a acercarse. En mi vida solo faltaba una persona, JiMin y estaba seguro que lo encontraría.

Como me había hecho adicto a caminar por el Soho luego que terminaba Literatura Griega por las tardes de vez en cuando me topaba con alguien que estaba interesado en compartir sexo conmigo. Lo mismo era un chapero que quería ganarse la vida o cualquier otro tipo que me confundía con chapero.

Con la excusa de que pesaban mucho dejaba los libros en casa o con la profesora para dar más margen a que la gente me confundiera. Aquello tenía algo que me ponía a mil aunque rechazaba todas las propuestas y me hacía el ofendido.

En una vida tan ocupada como la mía, que tal vez me la habían puesto de esa manera a propósito, ese tiempo que estaba caminando en la calle de regreso a casa era el único espacio en el que dejaba que los demás me dijeran que era guapo, que tenía un cuerpo fenomenal o que era «taaan lindo». Extrañaba muchas cosas de Daegu pero esta nueva vida era retadora, desafiante y me hacía tener las manos todo el tiempo en los bolsillos para variar.

Además de la maratón de clases, el señor Heo me obligaba a leer muchos libros continuamente y entregarle un reporte de ellos semanalmente. Eso aunque no me molestaba tampoco me dejaba mucho tiempo libre. Era el más exigente de mis maestros y a la vez el más cariñoso. En una ocasión mientras nos encontrábamos en su despacho y leía uno de mis escritos sobre un ensayo de T.S. Elliot imaginé que aquel señor con gafas tan estirado era mi padre al que nunca conocí. Creo que incluso se dio cuenta de lo que estaba pensando, ya que casi siempre lo hacía y me sonrió por encima de los espejuelos. ¿Acaso sabría ya de mi apetito por los chicos?

II. amigo míoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora