- S e i s -

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-¿Qué hago? -preguntó ____ cuando llegó a la cocina....

-Sólo hazme compañía -respondió Justin. Abrió la nevera y se inclinó, demostrando la maravilla de la ingeniería biológica que era su cuerpo. Los músculos se le movieron suavemente, se tensaron y se relajaron mientras buscaba las cosas dentro del refrigerador. Y tenía la piel dorada del sol...

Alto. ¿Qué estaba haciendo? Su cerebro debilitado por el viaje continuaba fijándose en la anatomía de Justin. Debería estar preocupándose por «cualquier cosa que hubiera en la nevera». Si Justin era como el resto de los hombres, habría sobras de comida china, kétchup y, a lo mejor, una lechuga mustia.

Se sintió aliviada cuando vio que se trataba de comida fresca: un aguacate, unos champiñones, queso y espinacas.

-¿Estás seguro de que no quieres que te ayude en nada? -preguntó ella. «Para dejar de comerte con los ojos».

-Nada -respondió él. Por la forma en que él encendió el fuego y puso la mantequilla en la sartén, ella constató que sabía apañárselas en la cocina.

La cocina de aquella casa era pequeña... no, acogedora, se corrigió, pensando como una vendedora de pisos. La encimera no era muy grande, pero encantadora, de azulejos blancos y azules bien colocados. El fregadero y el grifo, sin embargo, estaban viejos y oxidados. Tendría que invertir unos cuantos dólares en reemplazarlos, porque el baño y la cocina de una casa eran dos grandes bazas para venderla. La cocina era antigua, pero estaba limpia y parecía que funcionaba bien.

-Al menos, voy a poner la mesa -dijo ella, acercándose a un armario que estaba al lado de él, donde imaginó que estarían los platos. Sin embargo, encontró cuencos, frascos de harina y azúcar y legumbres.

-Ahí arriba -Dijo Justin, y levantó la barbilla para señalarle el lugar mientras cortaba champiñones.

-Perdona -dijo ella, que se estiró para tomar los platos por delante de él.

-No te preocupes -dijo Justin sin moverse ni un centímetro.

____ sintió sus ojos en el cuerpo y su sonrisa perezosa, y se sintió molesta por la intimidad que desprendía aquella situación. Tomó dos platos y decidió esperar a que él se alejara de la encimera para alcanzar los vasos de agua de la estantería más alta.

Gracias a Dios, los cubiertos estaban en el primer cajón que abrió. Sin embargo, no se arriesgó a buscar las servilletas, que seguramente estarían en un cajón a la altura de la ingle de Justin, y tomó dos trozos de papel de cocina. Después se acercó a la mesa, en la que había más cosas de Justin, un manual para reparar bicicletas, un set de llaves inglesas y un taco de revistas de surf, de buceo y de vela.

-Parece que haces muchos deportes acuáticos -le comentó para darle conversación mientras ponía la mesa.

-¿Y qué otra cosa podía hacer, viviendo en la playa? Me gusta pasarme el día en el agua.

____ pensó que quizá estuviera bien pasarse el día en el agua de una piscina, limpia y clara, pero no en el agua asquerosa del océano, llena de algas y de criaturas misteriosas que no se veían. Además, el agua salada le irritaba los ojos.

Cuando terminó de poner la mesa, observó cómo Justin picaba con destreza un trozo de cebolla y la echaba en la mantequilla que borboteaba en la sartén. Estupendas manos.

____ se obligó a apartar la mirada, y se fijó en el linóleo del suelo. Estaba descolorido, agrietado y abombado. Habría que cambiarlo también. Esperaba que fuera parte del trabajo de Justin. Si no, tendría que pagarlo ella.

Era la ocasión perfecta para preguntarle qué era lo que le había pedido Natty. Se lo preguntaría amablemente, no con su estilo directo habitual. Después de todo, aquel hombre estaba cocinando para ella.

Un Extraño en CasaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora