Capítulo 1

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A varios años de la historia, he decidido dar una última corrección con una versión fiel al principio de la historia pero desarrollada de una forma más simple y coherente.

Versión 2025 (corregida)

Aquí va completa, vamos por ese final. 

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La hija del presidente
Capítulo 1

Laura:

Desperté más temprano de lo habitual; eran las 6 a.m. en punto. Me levanté y preparé un poco de café, lo dejé enfriando mientras tomaba una ducha. El agua no estaba muy caliente, pero era aceptable. Después bebí el café vistiéndome para evitar perder tiempo.

Lunes como pocos; agotador. La noche anterior había estado leyendo un poco sobre nuevas leyes, algunas reformas y protocolos de seguridad en torno a la ola de violencia que se vivía desde meses atrás. Gracias a eso, dormí cuatro horas.

Tomé las llaves y mi mochila, me dirigí a la puerta del apartamento, cerré y bajé hasta el estacionamiento para tomar el coche e irme rápido a Los Pinos.
El tráfico estuvo más relajado de lo común, llegué justo a tiempo; el presidente estaba por salir hacia Palacio Nacional.

El día transcurrió de forma tranquila. Durante la comida del presidente, me tomé un momento para comprarme un jugo y unas galletas en la máquina expendedora. Cuando iba de regreso a la oficina del presidente, una llamada entró a mi celular.

—¿Sí?— pronuncié con cautela; era un número privado.

—¿Licenciada Laura Vega Monte?
—Ella habla— di un sorbo a mi jugo mientras me acomodaba fuera de la oficina junto a Ricardo, mi compañero de seguridad.
—Tenemos un reporte en el MP de vínculos con el cártel del Pacífico de usted y su hermano.
Escupí los trozos de galleta al oír eso.
—¿Qué?— estaba exaltada. —No sé de qué demonios habla— el aire comenzaba a faltarme y la vista se me nublaba.
—Ah, ¿verdad, cabrona?— la otra voz que me habló me parecía familiar. —Te tembló hasta el calzón.— Pude identificar la voz.
—No me jodas, Óscar— respiré profundamente.
—¿Te asusté, hermanita?— reía tranquilamente.
—Tengo cola que me pisen, aunque lo dudes— bromeé.
—Además del cuerno de unicornio que te ponen, creo que no hay algo que esconder— no pude evitar reír; sus comentarios siempre eran sarcásticos.
—Estoy ocupada, hermano. ¿Te llamo más tarde?— Rick me veía serio.
—Claro, solo quiero que sepas que mañana llegamos Ale y yo a tu rancho para que nos esperes en tu casa.
—Bien, la cuota es por día y el check-in es a las 6 a.m. Te quiero, tonto.
Colgué porque Rick me fusilaba con la mirada. Óscar vivía en Guadalajara, la perla tapatía; de vez en cuando él y su novia me frecuentaban.

El Dr. Sánchez salió de su comida con su familia y de ahí nos fuimos a una reunión en el Congreso. Esta vez, Rick y yo estuvimos detrás de él todo el tiempo; había rumores de políticos inconformes y tratábamos de evitar cualquier altercado.

Por la noche, lo regresamos a la residencia oficial y me fui a dormir a casa; estaba agotada.
Había sido un día monótono, uno más de trabajo.

La mañana siguiente, al llegar a la oficina presidencial, Sánchez nos pidió a Ricardo y a mí que habláramos con él. Presentía que pronto habría una tremenda guerra y deseaba que pusiéramos énfasis en el cuidado de su familia.
—Ustedes dos son mi personal de confianza, además de unos excelentes abogados y un admirable equipo de seguridad— Sánchez estaba algo tenso—. Por eso necesito que cuiden de mi familia, necesito que pongan todo de ustedes. Sé que no me defraudarán.— Mi compañero y yo nos limitamos a escuchar.
—Ricardo, espera a Laura afuera, por favor— continuó—. Mira, Laura— Rick ya estaba por salir del lugar—. Son tiempos complicados. Estaba pensando en enviar al extranjero a mis hijas para evitar un posible atentado. Por desgracia, sabemos que no son muy queridas por el pueblo, en especial Karla. Tiene un imán para atraer escándalos— respiró lentamente—. Necesito que me busques una universidad en Estados Unidos, donde Karla pueda hacer una maestría y llevar una vida lejana a todo esto.
—Con todo respeto, señor presidente, ¿cómo va a convencerla de irse?— Estaba segura de que sería misión imposible, esa chica era un desastre total.
—No lo sé— empuñó sus manos sobre el escritorio—. Vega, eres muy capaz, sé que serás de gran utilidad para convencer a Karla. Al final de cuentas, comparten profesión; tú sabes cómo motivarla.
—Doctor Sánchez, lo primero, déjeme buscarle algunas opciones y vemos qué pasa con su hija.
—Vega, lo dejo en tus manos— dijo, confiado.
Salí de la oficina. Sánchez era un tipo de carácter fuerte, no llegaba a las cinco décadas, y honestamente jamás lo había visto tan tenso.

El día transcurrió de forma tranquila. Por la noche, al llegar a casa, me puse a investigar la encomienda del presidente. Karla era una chica terca, solo por joder a su padre hacía justo lo contrario de lo que él quería — daddy issues—. Andaba en muchos escándalos que, a mi juicio, eran por no trabajar. Mi hermano llegó a casa a eso de las 11 p.m.

Abracé a Óscar y saludé efusivamente a Ale, mi cuñada favorita, una mujer encantadora. Si no estuviera con mi hermano, estaría conmigo. Todo en familia al final.

Propuse ir a cenar, caminando a una taquería que estaba cerca. Alejandra y Óscar querían ubicar el Auditorio Nacional porque el fin de semana irían a un concierto, estaba a unas calles, prometí llevarlos al día siguiente. Durante la cena me di cuenta de la vida tranquila que llevaban; un poco de añoranza pasó por mi mente, pero rápidamente me deshice de esos pensamientos. Ahora más que nunca debía estar concentrada en el trabajo.

De regreso a casa, alcancé a ver un vehículo que creí conocer. Julia estaba entrando al estacionamiento del edificio.

Nos acercamos y se saludaron como siempre. Luego, Julia me besó desesperadamente; su aliento tenía un poco de alcohol. Era martes, al día siguiente trabajaba, lo dejé pasar esperando hablarlo más tarde con ella. Subimos a mi piso. Óscar y Julia estuvieron platicando en la sala mientras le ayudaba a Alejandra a instalarse en la otra habitación del apartamento. Charlamos un poco hasta que Julia y mi hermano entraron a la habitación.

Julia se recostó en la cama a mi lado y me abrazó mientras Óscar besaba a Alejandra. Mi novia se levantó y me invitó a hacer lo mismo.
—Los dejamos solitos, eeh...— Julia hizo como si fuera de puntillas—. No griten mucho o serán competencias. Me tomó de la mano y salimos de la habitación, directo a la mía.

Antes de abrir la puerta, Julia me recargó contra la puerta y me empezó a besar el cuello. Mi temperatura se elevó de inmediato; la tomé del cabello y la besé dulcemente en los labios. Luego, el beso subió de tono.
Su lengua peleaba contra la mía, a ratos la pelea tenía lugar en su boca y a ratos en la mía, y aunque teníamos mucho de qué hablar, esa noche decidí que las palabras sobrarían, al menos por unas horas.

Abrí la puerta y entramos en mi habitación. Me tomó de la cintura y me recargó contra la pared, subió una de mis manos y continuó besándome. Lentamente empezó a besarme el cuello, enredaba sus manos en mi cabello y lo jalaba con delicadeza. Coloqué mis manos en su cadera, bajé presionando su piel hasta llegar a sus glúteos; deseaba todo de ella en ese momento.

Me tomó de las piernas y me hizo dar un brinco para acomodarlas en su cintura. Me tenía suspendida en la pared, mis piernas rodeaban su cadera y mis brazos hacían prisionera su cabeza. Julia comenzó con un rítmico vaivén que rápidamente provocó choques eléctricos en mi columna vertebral y cosquilleo en mi vientre. Nuestras respiraciones estaban alteradas, nos movimos unos minutos así mientras ambas disfrutábamos. A ratos soltaba pequeños gemidos en el oído de Julia, ella se limitaba a contener la respiración; sus manos me recorrían de arriba a abajo, con gran habilidad me tocaba, sabía exactamente dónde y cómo hacerlo.

Me sostuvo con fuerza y nos fuimos a la cama. Se sentó al borde de esta y quedé a horcajadas sobre ella. Me tomó por la cintura y siguió ese delicioso vaivén. Mis senos rozaban con los suyos, gemía más fuerte, necesitaba más de ella, quería acabar en ese mismo instante. Julia me quitó la blusa y el sostén en un dos por tres, se quitó lo suyo y nuestros senos chocaron; eso me provocó aún más placer. Cambiaba el ritmo del vaivén; iba rápido y luego lento. Ahogué mis gemidos en su cuello, ella tomó uno de mis senos y se lo llevó a la boca. Me miraba con lujuria, ambas sabíamos lo que deseábamos, aunque yo estaba cerca de lograrlo y parecía que sería con ropa.

Tenía la entrepierna más que húmeda, la deseaba ahí en ese momento. Julia lo sabía, me dio vuelta y quedó sobre mí. Rápidamente bajó el cierre de mi pantalón, que se encontraba en mi trasero, acarició las nalgas y me bajó de un tirón el pantalón. Separé las piernas y ella se puso encima de mí.

Por la mañana, Julia se quedó dormida en mi cama. Tuve que irme temprano al trabajo.
Seguía con una especie de sentimientos encontrados; la vida de mi hermano era mucho más tranquila que la mía, más disfrutable.

Pasé a un café por un litro en mi termo, debía comenzar bien el día, con energía suficiente, aunque la dosis parecía más apropiada para una explosión de ansiedad.

La hija del presidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora