Prólogo. ALDER

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Huyendo

Había llegado al claro. Había llegado al maldito claro en el bosque. Mi respiración era agitada. Mi cabello se me pegaba al rostro del maldito sudor y las lágrimas. Coloque mis manos en mis rodillas para evitar caerme y lograr respirar más profundamente. Me quede quieta inhalando por alrededor de un minuto antes de incorporarme y alzar la cabeza hacia el cielo en un afán de observar por primera vez en meses las nubes y el color azul del cielo, para poder contemplar mi libertad. Por fin era libre. Después de tanto tiempo, podía respirar aire limpio y sin contaminar. Deslice mi mirada hacia el frente, habían una empinada, arbustos, a lo lejos podía ver un riachuelo y más árboles, más allá sabía que encontraría el camino de vuelta a casa. De vuelta a la normalidad.

No necesitaba darme la vuelta para saber que él estaba a unos 5 metros de mí, se habían detenido al mismo tiempo que yo, pude oír la pequeña alteración en su respiración. Definitivamente estaba más en forma que yo. Sabía que estaba esperando mi siguiente movimiento. Yo estaba esperando mi siguiente paso. Sin embargo vacilaba, ¿Como vacilaba en lo que durante meses estuve segura que era lo único que quería? Correr. Correr hacia mi libertad. Pero eso no es lo que estaba haciendo, eso no es en lo que pensaba ahora que tenía la maldita oportunidad. Por estúpido que parezca, los últimos meses me golpearon de lleno. Quería voltear, mirar su cara, echarle un vistazo a lo que estaba a punto de dejar, tenía tantas ganas de girarme que no podía respirar. Necesitaba echarle una última mirada. Era una pelea interna con lo que debería hacer y lo que quería hacer. Debería largarme de aquí, porque sabía que el cumpliría su promesa de dejarme ir, pero quería voltear, mirar sus ojos, perderme por última vez en sus labios...

Di el primer paso a mi libertad, supe el momento en que él se dio cuenta de que verdad estaba dejándolo. Percibí su pequeño jadeo y cuando dejo de respirar. Casi podía adivinar sus gestos corporales ahora mismo sin mirarlo, mandíbula apretada, labios en línea recta, cejas fruncidas, ojos ligeramente entrecerrados, hombros rígidos, brazos pegados al cuerpo, manos en puños, no necesitaba mirarlo para saber estas cosas, las sabía de memoria. Di el siguiente paso y otro más en mi nueva libertad, sentí más que verlo cuando dio un paso hacia mi para detenerme, así que di tres pasos más y ya no se movió. Me detuve por un segundo y luego eche a correr.

Corrí tan rápido que pensé que mis piernas no responderían después de todo lo que ha había corrido. No mire hacia atrás mientras emprendía la carrera de nuevo. Imágenes invadieron mi mente, la cama, el baño, el sillón, el piso, su cara, sus manos, su cabello, sus ojos, Dios, esos ojos, su pecho amplio y su piel tersa. Cada cosa y acto que me hizo, los golpes, las marcas, el trato que recibí de su parte. Santos infiernos, no podía creer lo que mi mente era capaz de hacerme pasar en momentos tan decisivos en mi vida. Seguramente no había corrido ni 200 metros cuando cedí sobre mis pies, a unos 50 metros estaba el riachuelo, podía escuchar su suave agitación desde donde estaba acostada en un ovillo en el suelo, envuelta en hierba y tierra. Llorando a mares. Sorbiendo por la nariz y enterrando mi cara en el pasto. Oliendo la fragancia de la libertad, una fragancia que estaba rechazando. Una fragancia que definitivamente no tenía el mismo significado para mí como creí que lo tenía ayer.

Sabía lo que quería, y no era esto. No quería mi libertad. No sin él de todas maneras. Era una maldita enferma. Justo ahora me daba cuenta. Esta tan retorcida como él, y llegados a este punto, la verdad es que ni siquiera me importaba. No ahora de todas formas. Me di cuenta justo mientras huía de toda esta mierda, que de hecho yo le amaba, le amaba tan profundamente que el simple hecho de pensar en alejarme más de él, prácticamente me había aniquilado. No pude dar más pasos sin sentir que una parte de mi corazón se quedaba atrás para siempre. Sin sentir que si daba otro paso moriría asfixiada. Porque así se sentía ahora para mí. Él era mi puto aire. Y necesitaba de él para respirar. Tarde tanto tiempo diciéndome a mí misma que no sentía nada por él, que ahora cuando me golpeo, ni siquiera hice el intento en negarlo. Lo sabía con certeza. Ya no era la misma chica. Ya no era ingenua. Amaba a mi captor. Lo amaba con tal lujuria y pasión, que no me importaba perder mi libertad de nuevo con tal de quedarme a su lado.

La Captura de AlderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora