CAPITULO 2: Castigos que no lo son.

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Me despierto en la maldita habitación. Sorprendentemente estoy sin ataduras. Pero se por instinto que las ataduras no importan. No son para retenerme. Por supuesto que no. Son para recordarme que ahora soy prisionera, son para hacerme entender que he perdido totalmente mi libertad. Que ya no soy dueña de mi cuerpo. Que pueden hacer de mi lo que quieran, con o sin ataduras. No las necesito porque igual solo sirven para mermar mi esperanza. Lo sé, porque ahora que las ataduras no están, desearía tenerlas. Al menos me lo haría más fácil. No tendría esperanzas. Sin las ataduras tu mente hace juegos mentales contigo. Te da un millón de formas e ideas de como posiblemente escapar. Y cada una parece posible. Y te llenas de positivismo. Y crees que puedes lograr lo que sea. Pero en el fondo sé que no funcionara. Estas personas, quienes sea que me retengan no me dejaran ir tan fácilmente. Ya se tomaron demasiadas molestias por mí. Por supuesto que sabe lo que hacen. Y por más que desee huir, sé que no lo lograre.

No significa que me haya rendido, por supuesto que no. Pero sé que si no encuentro la forma de salir adelante, poco a poco terminare prisionera, no solo de los hombres que me retienen, sino de mis propios miedos, y eventualmente de mi propia estupidez. Por lo que trazo un plan. Un plan genial y estúpido a la vez. Uno que puede potencialmente matarme espiritualmente. Uno que podría denigrarme a un ser sin alma. Tan retorcido como los hijos de puta que me retienen. Pero al mismo tiempo, uno que puede ser mi única esperanza. Necesito pensarlo cuidadosamente. Lo más meticulosa y fríamente que pueda.

Finalmente esto es lo único que sé hacer. Sobrevivir a cada día. Aceptar la mierda de la vida, tomarla y dejar que me golpee con todo lo que tenga. Fingir que me ha vencido, agachar la cabeza y dejar que piense que soy débil. Y entonces seguir adelante. Siempre hacia adelante. Nunca pensando en el pasado. Ni lo que dejas atrás. Solo pensando en un futuro. En algo mejor. Tal vez nunca mejora en realidad, pero vives otro día, y eso es suficiente. Es lo mejor que puedes hacer. Lo único que puedes hacer. Y te conformas con eso.

O eso les hace creer al mundo. Solo lo tomas, todo lo que tenga para darte. Dejas a la sociedad matarte, que te hiera. Que te haga sentir como una paria. Dejas que acaben con tu ideología, que te hagan una perra. Alguien a quien solo puedes mirar desde arriba. Te vuelves una apestada. Primero todos te humillan. Te miran con repulsión. Te barren con la mirada. Después se convierte en algo más personal. Si estas en un lugar, se retiran de él. Si miras en su dirección, retiran la mirada. Si les hablas entonces vienen las malas palabras o contestaciones seguidas de una invitación obscena. Y finalmente, dejan de notarte. Te vuelves invisible en una sociedad tan llena de ella misma. Con personas egocéntricas sumergidas en su propia mierda. Nadie nota los problemas de los demás, no quiere hacerlo o finge que no lo sabe. Dejas de importar. Solo eres otro fétido ser humano andando de aquí para allá. Sobreviviendo día a día. Y a nadie le importa.

Intento pensar en todas las cosas que me llevaron a este momento. En todos mis actos que me hicieron llegar hasta aquí. Cuando fue que deje que el mundo influyera en mí. Cuando permití convertirme en parte de la mierda que tanto odiaba. Cuando me hice parte de la vida cotidiana. Dejando que me absorbiera. Sé que intente con todas mis fuerzas alejarme. Pero finalmente nunca pierdes los viejos hábitos.

Conseguí un trabajo decente, un trabajo que amaba. Encontré un viejo departamento que podía rentar a un precio considerable, considerando que estaba ahorrando para empezar a ir a la universidad. Pero supongo que las becas y préstamos estudiantiles tendrían que esperar para otra vida.

La Captura de AlderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora