Prólogo 2: Dean

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Me enamoré.

De entre todas las mujeres me enamoré de ella, la ame cada maldito segundo que tuve para compartir con ella. Jurarían que si estuvieran en mi situación hubieran hecho las cosas diferentes, diablos, yo desearía haber hecho las cosas diferentes y sin embargo no todo sale como debería ser. No me mal entiendan, y no me juzguen, hice todo lo que pude para solucionar mis errores, hice y di todo lo que estuvo en mis manos, pero me enamore de una mujer que no aceptada mi mierda.

Diría que ella era diferente, pero sonaría tan simple, tan común, tan cliché, y ella odiaba los clichés. Así que diré que era una cadena de libros amontonados unos con otros, andando en este mundo lleno de imbéciles como yo. Permitan me explicar porque ella parecía una biblioteca, y no es por otra razón que esa, tenía libros por montones, los amaba, casi me llego a amar como amaba a sus libros, y sin embargo aún los amaba más, porque podrían hacerla llorar, pero nunca romperían su corazón.

Yo rompí su puto corazón.

Y no estoy orgulloso de ello. Quisiera estarlo sin embargo, porque así la culpa sería menor, los daños colaterales no se sentirían como patadas en la entrepierna, como ganchos directos al hígado, como cabezazos en la ceja, o puños en la nariz.  Sería más fácil pensar que finalmente no todo estuvo tan mal, es enfermo de mi parte, pero soy honesto conmigo y sé que eso ayudaría con mi culpa.

Si se pregunta qué clase de mierda soy, bueno la verdad es que soy de la peor clase, de la clase que golpea a una chica que ama y luego se disculpa y jura no volverlo hacer. Pero lo que lo hace más enfermo, porque sí, aún puede ser más enfermo, es que rogaría por otra oportunidad para estar con ella, y finalmente con el tiempo terminaría cometiendo el mismo error. Pero joder, yo la amaba ¡La amaba! Aunque no lo crean. Y sé que se preguntan cómo me permitía hacer cosas terribles, lo sé porque yo me lo he preguntado desde el primer día en que cometí el primer ataque. Y la cuestión es que mi amor por ella era inmenso, pero ese mismo amor venía con otros paquetes, como la inseguridad, el terror a perderla, y la maldita adicción a ella, a toda ella.

Me hubiera enamorado de ella de todas maneras. De la forma de su cara, de sus ojos preciosos, de su pelo rizado e incluso de aquellas piernas que ella tanto odiaba en sí misma. Me hubiera enamorado de todas maneras de su corazón tan loco e impredecible o de su enorme inteligencia y sentido del humor chocante. De su manera de ser directa y arrogante como tímida y penosa. Me hubiera enamorado de ella. Me enamore de ella.

Y luego la odie, la odie por haberme dejado amar tanto de ella, para que al final simplemente mi amor no tuviera restricciones. Como si lo mereciera, cuando evidentemente no lo hacía, no la merecía, y por ello la odie. La odie porque era demasiado perfecta para este vil imbécil que no podía creer su puta suerte al estar con una mujer como ella. Que la cagó. La cagó tan bonito que la odio aún más por ser el imbécil del que se enamorara. Por dejarse correr ese riesgo, a ella y a su corazón frágil. Por no retirarse antes de que me amara. Por  tirarse de cabeza ante un jodido hijo de puta como yo.

Por no poder evitar ser la luz en un mal día. Por ser tan maravillosa que no,pudo escapar de mi vista. Por ser tan malditamente caliente, porque fue eso, su maldita belleza lo que en un principio me llevó a ella. Su belleza fue lo que la destruyo. Fui yo quien la destruyo. Y recibí las consecuencias.

La Captura de AlderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora