El sonido provenía de la parte más oscura de la caverna, el viento rozaba suavemente mi cuerpo, sin embargo, este se estremecía inclemente ante la ligera brisa, desgarradores quejidos resonaban por en todo el lugar, la oscuridad extinguía todo a su paso, almas sin rostro caminaban ante mi, con grilletes alrededor de los tobillos, demonios detrás de ellas con varios látigos. Caminé apresuradamente para ya no ver más horrores; salí de aquél lugar.
El averno se extendía a miles de kilómetros, millones de almas vagaban unos cuantos minutos atrás, pero ahora solo habían unas cuantas, rocas decorando alrededor, suelo fangoso, melodías melancólicas, olor a azufre y unas temperatura excesivamente caliente y húmeda, como el que se obtiene en una caldera. Me senté a reposar en una piedra, únicamente las almas atormentada por Eros tenían la facilidad de pasearse en el infierno como gustasen, este demonio gozaba de manera peculiar el observar a las almas buscándole por doquier, incluso en el mismísimo infierno, sus ruegos eran melodías agradables de oír, nuestra tortura era su éxtasis.
Sin demonio castigador el estar en un lugar como este se vuelve monótono, aún más desesperante y solitario de lo que se acostumbra en vida...
-¿Aún sigues queriendo que te tome de la mano?-.Eros cuya sonrisa radiaba más luz que el mismo sol y quemaba por igual, se hallaba tendido en una roca, se incorporó.-Pequeña alma, aún no sabes lo que debes de saber, ¿Crees que el que yo sea tu demonio es un privilegio?, déjame decirte que te equivocas-. Eros comenzó a reírse irónicamente y se volvió a recostar cómodamente en la roca, disfrutando espléndidamente del clima.
Poseía un cuerpo muy distinto al de otros demonios, su piel era demasiado tersa y sin rastro de imperfecciones, mi cuerpo era atraído al suyo como la limadura de hierro al imán, imposible de decidir por si misma, sin embargo, una fuerza externa me ataba al suelo, incapaz de poder moverme, Eros desapareció y con él lo que me ataba, tropecé con mis propios pies y caí.
Me incorporé y seguí caminando pausadamente, nosotros, los condenados por Eros, éramos invisibles ante todos, desterrados, únicamente las almas cuya condena era aplicada por él podíamos vernos, inútil era tratar de hablar con un condenado por la Ira o la Soberbia, nadie nos notaba, unos cuantos demonios nos imponían castigos como a una más de sus almas pero llegaba Asmodeus a castigarlos por desobediencia, Eros llegaba junto con él, a su lado parecía un pequeño niño inocente que le gustar jugar con sus juguetes viejos a pesar de ya ser mayor, sin duda alguna el castigo para ellos era muchísimo peor.
El tumulto era evidente, pero atrás de todo ese ruido, la voz suave e hiriente de Eros se hacia cada vez mas fuerte, frases que nos hacían querer vivir una vez más, amar desenfrenadamente como la primera vez, nos hacia pasar por una verdadera odisea, no contento con la tortura, nos hacia mirar a través del espejo, mirar nuestro pasado, nuestros recuerdos arrancados, jugaba con ellos y mirábamos de forma avergonzada la manera más vil a la que nos habíamos entregado a él, sin vacilar un solo instante, riendo a carcajadas y de forma extenuante Eros se encontraba, nuestra plegarias eran elevadas a un ser inexistente.- Almas, pequeñas almas, a quien elevan sus ruegos si no es a mi-.
De rodillas, tratando de tapar mis oídos para no escuchar más, cerrando los ojos y lanzándome a la vertiente de fuego que pasaba cerca de ahí, me hundí, un ardor recorrió de forma electrizante mi cuerpo.
No podías escapar del infierno, algunos demonios se esconden tras sonrisas, disfrazados de ángeles, creyendo que haces lo correcto, te hunden en el peor abismo, las pasiones.
