5. Mierda...

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Desperté. Otra vez.

Otra vez; y como siempre, en la cama.

Miraba aturdida la habitación, estaba otra vez internada, y mi vista volvía a concentrarse ese jodido reloj del gato Cheeshire.

Volví a escuchar ese irritante Tic-Tac que me pone los bellos de punta, y me hacía querer salir con un hacha y destruirlo sólo para dejar de escuchar el maldito sonido.

Me levanté bruscamente, como siempre, y de igual manera mi cabeza se agitó produciendo un pequeño dolor punzante.

Bebí el vaso de agua en la encimera al lado de la cama, y me dispuse a tranquilizarme como siempre hacía cuando las cosas se ponían un poco feas.

Me abracé y froté mis brazos para intentar tranquilizar mi respiración. Observé la ventana: todo estaba oscuro, era de noche.

Entonces dirigí mi mirada a la puerta, no sabía por qué, ni cómo, pero algo no parecía normal; aunque tal vez fuera yo misma. Nada en mi vida era completamente normal, y no porque fuera especial.

Me obligué a levantarme, e hice acopio de las fuerzas que me quedaban para caminar desde mi cama a la puerta.

Toqué la perilla y me detuve.

Ahí estaba yo, seguía caminando entre los kilómetros y kilómetros que...

«No jodas».

Solté una risa nerviosa, y seguí mirando mi mano pegada a la perilla; entonces lo entendí: tenía miedo.

Tragué saliva obligando a mi cerebro a coordinar mis acciones. Abrí la puerta. Y lo que había detrás no era nada más y nada menos que nada, o al menos lo fue durante los pocos segundos que se mantuvo a oscuras. Definitivamente yo no estaba en el hospital.

Me quedé quieta, y sin despegar los pies del piso, asomé mi cabeza por la abertura tratando de no hacer ruido y observé todo lo que ahí había.

«Mierda».

«Mierda».

- Mierda -.

Metí mi cuerpo rápidamente en la habitación y cerré la puerta de golpe.

Mi respiración era frenética, mis manos temblaban, mi corazón se agitaba y punzaba, cada pulso como un golpe en el pecho, y dolía... mucho.

Empecé a contener la respiración para no hacer ruido, pero mis pulmones me jodían y no dejaban que los cerrase.

Necesitaba escuchar lo que había allá fuera, estaba casi segura de que me habían visto, y no por nada estaba asustada.

¿Donde mierda estoy?

«Estamos»

«Están. No me incluyan en sus mierdas».

No sean idiotas, y cállense antes que decida dormir.

Sacudí ligeramente la cabeza y examiné la habitación, nada raro: muebles en su sitio, ventana en su sitio, paredes en su sitio, puerta en su sitio, y el jodido reloj desaparecido. Hice una pausa pensando que eso podría ser extraño, sin embargo me encogí de hombros y sonreí.

- Mejor así - dije, y volví a echarle una mirada de reojo a la ventanilla por si acaso.

Me senté al borde de la cama para cuidar la entrada y la ventana. Había dejado la puerta entreabierta por lo que podía escuchar el ruido de fuera; y apenas podía ver lo que parecía ser una pared marrón del otro lado de un pasillo forrado con alfombras rojas de textura complicada.

Mortem [MD 1°]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora