7. ¡Sorpresa!

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- ¿Qué es eso? - pregunté dudosa.

- Anestesia... - respondió la enfermera.

La jeringa traspasó la piel de mi cuello de una forma dolorosa.

Anestesia...

Yo sabía lo que era, y no era anestesia. Esa inyección iba a matar mis neuronas hasta que se terminaran o hasta que yo lograra fingir todo el tiempo que estaba cuerda.

De eso se trataba el nuevo tratamiento.

Estaba sentada en una camilla y me sentía como un cerdo en el matadero. Una cortina me impedía ver a los laterales, pero sabía que había más personas en las secciones contiguas.

- Espera - hablé demasiado rápido.

Miré a la enfermera y fui consciente de que la aguja ya no estaba de intrusa en mi piel; pero seguía sintiendo un ligero piquete pulsante en su lugar.

Mis ojos se hicieron pesados y empecé a marearme poco más de la cuenta. El líquido era rápido.

Podía sentir el frío en mis venas a lo largo de mis brazos, y luego subir rebotando por mi nuca hasta el cerebro.

El dolor no fue tan potente; me recordó al que me daba a veces cuando comía helado demasiado frío.

Pero la sensación no se calmó y empezó a pulsar demasiado rápido. Me estaba confundiendo. Entonces me hice consciente de tener los ojos apretados pues ya empezaba a ver luces blancas a través de mis párpados.

Luego de un momento los abrí de golpe provocando otra punzada de dolor en mi cabeza. Pasaron 3 segundos o más para que mi vista se aclarase, y cuando lo hizo la maldita luz casi me dejó ciega.

Miré a la enfermera, que me observaba con el alivio de una niña que acababa de descubrir que no había monstruo en su armario.

Me ayudó a colocarme en una silla de ruedas y salimos al pasillo junto con otras sillas en fila detrás de mí.

Nos llevaron a una de las habitaciones del final, cerca del comedor.

Nos formaron en filas frente a una ventana polarizada que abarcaba toda una pared.

«Ah, vale. Parece que alguien sí mató a su gato».

Recordé mi fantasía con los vampiros la otra noche, y terminé por desilusionarme más porque sabía que no eran reales.

- Buenos días - dijo una voz desde los alta voces.

Un coro de voces respondió al saludo. Las enfermeras se habían marchado ya.

- Haga el favor de acercarse a la ventana, señorita Page -.

Parpadeé un par de veces e hice lo que me pidieron.

- Gracias a todos los demás, no será necesaria su presencia. Pueden regresar a sus habitaciones - terminó la voz.

Un montón de gritos de protesta se alzaron en la habitación. Tuvieron suerte que la ventana no fuera un vidrio, porque alguien lanzó una especie de navaja desde atrás, lo que hizo que todos callasen.

Era un chico de unos 14, quien se levantó de su silla y se marchó azotando la puerta.

Una chica más gritó y las enfermeras sacaron a todos de ahí.

«¿Inscendiaste tu cama o qué?».

«Ya valimos, imbécil».

Tragué saliva. Empezaba a sentir un poco de nervios, por lo que involuntariamente mis dedos empezaron a rascar mis brazos.

Mortem [MD 1°]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora