Esquivando ¿el amor?

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Aquel lunes por la mañana, camino al trabajo, Magnus no podía dejar de pensar en el triste par de ojos avellana con los que Alexander lo había observado el sábado.

Luego de las palabras de William, éste había vomitado y, entre el alboroto, Alec había encontrado la forma de desaparecer de su vista. Catarina le había ofrecido quedarse en su apartamento para que no estuviera solo, pero lo que menos quería Magnus era hablar de sus problemas.

¿Problemas?, pensó con desgano. Alexander no había sido un problema, el problema había sido él. Él y sus prejuicios. Porque sí, Alexander venía de una familia con mucho dinero, pero no era un mantenido, como él pensaba. Administraba su propio local, uno grande y muy popular, además.

Sin embargo, volviendo a recordar aquellos ojos tristes, Magnus se encontraba confundido. Lo admitía, había sido antipático y era obvio su rechazo a hablar con Alec, mas no era como para que a Alexander le afectara tanto, ¿o sí? Él no era lo que uno clasificaría como chico sensible, o al menos eso percibía Magnus.

–¡Fíjate por donde vas, imbécil! –gritó una chica en bicicleta, golpeando el capó del auto de Magnus. Éste no se había dado cuenta de la señal de PARE, a su costado.

–¡Perdón! –gritó por su ventanilla, pero la ciclista ya se encontraba muy lejos.

Tenía que dejar de pensar en Alexander Lightwood.

~

La semana pasó sin nada importante. Montones de trabajo, salidas a correr con Catarina, almuerzos con Raphael y Simon.

Cuando el viernes llegó, Magnus se encontraba en la máquina de café, a eso de las diez de la mañana. El sonido de unos tacones llegó a sus oídos. Venían caminando hacia él. O hacia la máquina, pensó.

–Buenos días, Magnus –escuchó una voz femenina.

Isabelle Lightwood.

–Buenos días, señorita Isabelle –saludó de manera cortés.

–Sólo Izzy –sonrió–. Esta conversación no es de trabajo. Podemos saltarnos los protocolos y formalismos.

Oh, no.

Si no quería conversar de trabajo, ¿de qué querría hablar? ¿Sabría, acaso, de su problema con Alexander? Eran hermanos, después de todo. Y por lo que vio en la cena de la otra vez, no tenían una mala relación. Magnus era hijo único, pero siempre quiso tener algún hermano, o hermana, con quien conversar.

–¿Y cómo has estado? –preguntó Magnus, tratando de parecer normal.

–¿Yo? –pareció sorprendida por la pregunta–. Pues bien, bien. Gracias. ¿Qué hay de ti?

No había malas intenciones en el tono de su pregunta. De hecho, era de lo más normal. Así que Magnus respondió ya más tranquilo que estaba bien, sólo que con mucho trabajo y mucho sueño.

–Por eso el café –señaló el vaso de cartón.

–Comprendo –rió Isabelle.

–Y, ¿qué te trae por esto lugares? –volvió a hablar Magnus.

–Busco a tu compañero, Simon Lewis. ¿Dónde puedo encontrarlo?

Magnus alzó una ceja con sospecha. ¿Por qué se iban a juntar? El trabajo ya estaba terminado, ¿no? Que él supiera, no debían hacer nada más –con respecto a The Institute S.A.– hasta dentro de unas semanas.

–Ha de estar en su oficina. Sigue por este pasillo hasta el fondo, puerta 703.

Agradeciendo su ayuda, Isabelle se fue en la dirección que Magnus le indicó y pronto desapareció de su vista.

En picada | malec auDonde viven las historias. Descúbrelo ahora