Escondites

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Alec tuvo pesadillas esa noche, y la posterior a esa, y todas las que vinieron el resto de la semana. Magnus había terminado decidiendo quedarse a dormir con él todos esas noches, en las que todos quienes rodeaban y querían a Alec habían obligado a este a no trabajar en Pandemónium (al menos hasta que la prensa se calmara un poco con todo el desastre que había quedado tras su fiesta de cumpleaños).

Si bien Magnus odiaba con su vida a Meliorn, tenía que admitir que esta semana estaba siendo de suprema ayuda, junto con Jonathan, pues ambos se estaban haciendo cargo del antro sin querer molestar a Alec.

Aquel jueves por la noche, Magnus no podía dormir; le era imposible. Si bien Alec estaba tranquilamente acurrucado contra él, Magnus sabía que no debía faltar mucho para que comenzara con los quejidos y movimientos bruscos, que siempre terminaban en gritos y lágrimas hasta que lograba despertar.

Dos de la mañana... Magnus estaba consciente que al día siguiente sería un zombi en la oficina, pero ¿cómo volver a su departamento y a su tranquila vida, si sabía que haciéndolo dejaría solo y asustado a Alec?

–Mi pequeño... –susurró con tristeza, rodeando a Alec con sus brazos y acercándolo aún más a él–. ¿Qué puedo hacer para ayudarte? ¿Cómo puedo hacer para que dejes de temer?

Alec no contestó, claramente. Su única respuesta a Magnus, fue darle la espalda, tomándolo del brazo para que lo abrazara por la espalda.

–Ah, pero despierto peleas por ser la cuchara grande –sonrió Magnus, enterrando el rostro en la nuca de Alec.

~

Abrió los ojos y se vio en su cuarto; carteles de bandas de rock, ropa sucia en una de las esquinas, su escritorio lleno de papeles, su mochila de la escuela desparramada por el suelo...

Un momento.

Esa no era su habitación, o al menos no la de su departamento. Aquel cuarto era el que tenía cuando adolescente, en casa de sus padres. Pero, ¿cómo había llegado ahí? Y ¿no se suponía que sus padres habían transformado esa habitación en un cuarto de huéspedes una vez él se había independizado?

Se levantó, más no porque quiso; su cuerpo parecía actuar en piloto automático. Su cuerpo lo llevó al baño, donde se desnudó y duchó; volvió a su cuarto y se vistió con el uniforme escolar; guardó un par de libros en su mochila y buscó su mp3 con sus audífonos.

Al salir de su cuarto, se topó con su hermana, a quien intentó saludar. Nada. Esta pasó de él, con el ceño fruncido y fingiendo que no lo había visto.

–Isabelle... –soltó triste, viéndola marchar. Su voz sonaba más aguda, más joven. Como un adolescente.

–Hijo... –sintió la temerosa voz de su madre a sus espaldas. Esta estaba a mitad del pasillo.

Alec intentó preguntarle qué ocurría. ¿Por qué su madre lo veía como si temiera que hiciera algo? Bueno, pues lo hizo. El piloto automático de su cuerpo lo hizo gritar que lo dejaran en paz, y se marchó de la casa dando un portazo, sin siquiera despedirse de alguien o mirar atrás.

Lo siguiente que vio Alec fue a él frente al despacho de DEREK HALE, el psicopedagogo de la escuela. Tocó la puerta y entró cuando escuchó la ronca voz del adulto decir "pase".

La imagen se volvió a cortar y lo siguiente que vio fue la pared del despacho. Derek estaba tras él, ambos con los pantalones y ropa interior abajo, intentando no meter bulla para no alertar a quienes pasaran por el pasillo.

En picada | malec auDonde viven las historias. Descúbrelo ahora