La Perla de Gran Precio

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    La Perla de Gran Precio


EL SALVADOR comparó las bendiciones del amor redentor con una preciosa perla. Ilustró su lección con la parábola del comerciante que busca buenas perlas, "que hallando una preciosa perla, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró". Cristo mismo es la perla de gran precio. En él se reúne toda la gloria del Padre, la plenitud de la Divinidad. Es el resplandor de la gloria del Padre, y la misma imagen de su persona. La gloria de los atributos de Dios se expresa en su carácter. Cada página de las Santas Escrituras brilla con su luz. La justicia de Cristo, cual pura y blanca perla, no tiene defecto ni mancha. Ninguna obra humana puede mejorar el grande y precioso don de Dios. Es perfecto. En Cristo "están escondidos todos los tesoros de sabiduría y conocimiento". El "nos ha sido hecho por Dios sabiduría, y justificación, y santificación, y redención".* Todo lo que puede satisfacer las necesidades y los anhelos del alma humana, para este mundo y para el mundo venidero, se halla en Cristo. Nuestro Redentor es una perla tan preciosa que en comparación con ella todas las demás cosas pueden reputarse como pérdida.

Cristo "a lo suyo vino, y los suyos no le recibieron". La luz de Dios brilló en las tinieblas del mundo, "mas las tinieblas no la comprendieron."* Pero no todos fueron indiferentes a la dádiva del cielo. El comerciante de la parábola representa a una clase de personas que desea sinceramente la verdad. En diferentes naciones ha habido hombres fervientes y juiciosos que han buscado en la literatura, en la ciencia y en las religiones del mundo pagano aquello que pudieran recibir como el tesoro del alma. Entre los judíos había personas que estaban buscando lo que no tenían. Insatisfechos con una religión formal, anhelaban algo que fuera espiritual y elevador. Los discípulos escogidos por Cristo pertenecían a la última clase; Cornelio y el eunuco etíope, a la primera. Habían estado anhelando la luz del cielo y orando para recibirla; y cuando Cristo se les reveló, lo recibieron con alegría.

En la parábola, la perla no es presentada como dádiva. El tratante la compró a cambio de todo lo que tenía. Muchos objetan el significado de esto, puesto que Cristo es presentado en las Escrituras como un don. El es un don, pero únicamente para aquellos que se entregan a él sin reservas, en alma, cuerpo y espíritu. Hemos de entregarnos a Cristo para vivir una vida de voluntaria obediencia a todos sus requerimientos. Todo lo que somos, todos los talentos y facultades que poseemos son del Señor, para ser consagrados a su servicio. Cuando de esta suerte nos entregamos por completo a él, Cristo, con todos los tesoros del cielo, se da a sí mismo a nosotros. Obtenemos la perla de gran precio.

La salvación es un don gratuito, y sin embargo ha de ser comprado y vendido. En el mercado administrado por la misericordia divina, la perla preciosa se representa vendiéndose sin dinero y sin precio. En este mercado, todos pueden obtener las mercancías del cielo. La tesorería que guarda las joyas de la verdad está abierta para todos. "He aquí he dado una puerta abierta delante de ti declara el Señor, la cual ninguno puede cerrar". Ninguna espada guarda el paso por esa puerta. Las voces que provienen de los que están adentro y de los que están a la puerta dicen: Ven. La voz del Salvador nos invita con amor fervoroso: "Yo te amonesto que de mí compres oro afinado en fuego, para que seas hecho rico"*.

El Evangelio de Cristo es una bendición que todos pueden poseer. El más pobre es tan capaz de comprar la salvación como el más rico; porque no se puede conseguir por ninguna cantidad de riqueza mundanal. La obtenemos por una obediencia voluntaria, entregándonos a Cristo como su propia posesión comprada. La educación, aunque sea de la clase más elevada, no puede por sí misma traer al hombre más cerca de Dios. Los fariseos fueron favorecidos con todas las ventajas temporales y espirituales, y dijeron con jactancioso orgullo: Nosotros somos ricos, y estamos enriquecidos, y no tenemos necesidad de ninguna cosa; aunque eran cuitados y miserables y pobres y ciegos y desnudos.* Cristo les ofreció la perla de gran precio, mas desdeñaron aceptarla, y él les dijo: "Los publicanos y las rameras os van delante al reino de Dios"*.

Palabras de Vida del Gran MaestroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora