Cómo Enriquecer la Personalidad

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    Cómo Enriquecer la Personalidad 


EN EL Monte de las Olivas, Cristo había hablado a sus discípulos de su segunda venida al mundo. Había especificado ciertas señales de la proximidad de su advenimiento y les había dicho a sus discípulos que velasen y se preparasen. Otra vez les repitió la advertencia: "Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el hijo del hombre ha de venir". Entonces les hizo ver en qué consistía velar por su venida. No se debe pasar el tiempo en ociosa espera, sino en diligente actividad. Tal es la lección que él enseñó en la parábola de los talentos.

"El reino de los cielos -dijo él- es como un hombre que partiéndose lejos llamó a sus siervos, y les entregó sus bienes. Y a éste dio cinco talentos, y al otro dos, y al otro uno: a cada uno conforme a su facultad; y luego se partió lejos".

El hombre que va a un país lejano representa a Cristo, quien, cuando dijo esta parábola estaba por partir de esta tierra para ir al cielo. Los "siervos" o esclavos de la parábola representan a los seguidores de Cristo. No somos nuestros. Hemos sido "comprados... por precio", "no con cosas corruptibles, como oro o plata; sino con la sangre preciosa de Cristo"; "para que los que viven, ya no vivan para sí, mas para aquel que murió y resucitó por ellos".*

Todos los hombres han sido comprados por este precio infinito. Al derramar todos los tesoros del cielo en este mundo, al darnos en Cristo todo el cielo, Dios ha comprado la voluntad, los afectos, la mente, el alma de cada ser humano. Todos los hombres pertenecen a Dios, ya sean creyentes o incrédulos. Todos son llamados a servirle, y en el día del juicio se requerirá de todos que rindan cuenta de la forma en que hayan respondido a esa demanda.

Sin embargo, no todos reconocen los derechos de Dios. En la parábola se presenta como sus siervos a los que profesan haber aceptado el servicio de Cristo.

Los seguidores de Cristo han sido redimidos para servir. Nuestro Señor enseña que el verdadero objeto de la vida es el ministerio. Cristo mismo fue obrero, y a todos sus seguidores les presenta la ley del servicio, el servicio a Dios y a sus semejantes. Aquí Cristo presenta al mundo un concepto más elevado acerca de la vida de lo que jamás ellos habían conocido. Mediante una vida de servicio en favor de otros, el hombre se pone en íntima relación con Cristo. La ley del servicio viene a ser el eslabón que nos une a Dios y a nuestros semejantes.

Cristo confía "sus bienes" a sus siervos: algo que puedan usar para él. Da "a cada uno su obra". Cada uno tiene su lugar en el plan eterno del cielo. Cada uno ha de trabajar en cooperación con Cristo para la salvación de las almas. Tan ciertamente como hay un lugar preparado para nosotros en las mansiones celestiales, hay un lugar designado en la tierra donde hemos de trabajar para Dios.

Los dones del Espíritu Santo

Los talentos que Cristo confía a su iglesia representan especialmente las bendiciones y los dones impartidos por el Espíritu Santo. "A éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro palabra de ciencia según el mismo Espíritu, a otro, fe por el mismo Espíritu, y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu; a otro, operaciones de milagros, y a otro, profecía, y a otro, discreción de espíritus; y a otro, género de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas. Mas todas estas cosas obra uno y el mismo Espíritu, repartiendo particularmente a cada uno como quiere".* Todos los hombres no reciben los mismos dones, pero se promete algún don del Espíritu a cada siervo del Maestro.

Antes de dejar a sus discípulos, Cristo "sopló, y díjoles: Tomad el Espíritu Santo". Otra vez dijo: "He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros".* Sin embargo, este don no fue recibido en su plenitud hasta después de la ascensión. No fue recibido el derramamiento del Espíritu hasta que, mediante la fe y la oración, los discípulos se consagraron plenamente para efectuar la obra de Cristo. Entonces, en un sentido especial, los bienes del cielo fueron entregados a los seguidores de Cristo. "Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres". "A cada uno de nosotros es dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo", y el Espíritu reparte "particularmente a cada uno como quiere".* Los dones ya son nuestros en Cristo, pero su posesión verdadera depende de nuestra recepción del Espíritu de Dios.

Palabras de Vida del Gran MaestroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora