La Esperanza de la Vida

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    La Esperanza de la Vida


CUANDO los "publicanos y pecadores" se reunían alrededor de Cristo, los rabinos expresaban su descontento. "Este a los pecadores recibe -decían-, y con ellos come".

Con esta acusación insinuaban que a Cristo le gustaba asociarse con los pecadores y los viles, y que era insensible a su iniquidad. Los rabinos se habían desilusionado con Jesús. ¿Por qué él, que pretendía tener un carácter tan elevado, no se juntaba con ellos y seguía sus métodos de enseñanza? ¿Por qué se portaba tan modestamente, trabajando entre los hombres de todas las clases? Si fuese un profeta verdadero, decían, estaría de acuerdo con nosotros, y trataría a los publicanos y pecadores con la indiferencia que merecen. Encolerizaba a esos guardianes de la sociedad el que Aquel con quien estaban continuamente en disputa, pero cuya pureza de vida los aterrorizaba y condenaba, se juntara, con una simpatía tan visible, con los parias de la sociedad. No aprobaban sus métodos. Se consideraban a sí mismos como educados, refinados y preeminentemente religiosos; pero el ejemplo de Cristo presentaba al desnudo su egoísmo.

También los encolerizaba el hecho de que los que mostraban sólo desprecio por los rabinos, los que nunca eran vistos en las sinagogas, acudieran a Jesús, y escucharan con arrobada atención sus palabras. Los escribas y fariseos sentían sólo condenación ante aquella presencia pura; ¿cómo era, entonces, que los publicanos y pecadores resultaban atraídos a Jesús?

No sabían que la explicación residía en las mismas palabras que habían pronunciado como una acusación despectiva: "Este a los pecadores recibe". Los que acudían a Jesús sentían en su presencia que, aun para ellos, había escape del hoyo del pecado. Los fariseos habían tenido sólo desprecio y condenación para ellos; pero Cristo los saludaba como a hijos de Dios, indudablemente apartados de la casa del Padre, pero no olvidados por el corazón del Padre. Y su misma desgracia y pecado los convertía en mayor grado en el objeto de su compasión. Cuanto más se habían alejado de él, tanto más ferviente era el anhelo y mayor el sacrificio hecho para su rescate.

Todo esto podrían haberlo aprendido los maestros de Israel de los sagrados rollos de que se enorgullecían de ser guardianes y expositores. ¿No había escrito David, ese David que había caído en un pecado mortal: "Yo anduve errante como oveja extraviada; busca a tu siervo"?* ¿No había revelado Miqueas el amor de Dios hacia los pecadores diciendo: "¿Qué Dios como tú, que perdonas la maldad, y olvidas el pecado del resto de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque es amador de misericordia".*

La oveja perdida

En esta ocasión Cristo no recordó a sus oyentes las palabras de las Escrituras. Recurrió al testimonio de lo que ellos mismos conocían. Las extensas mesetas situadas al este del Jordán proporcionaban abundantes pastos para los rebaños, y por los desfiladeros y colinas boscosas habían vagado muchas ovejas perdidas, que eran buscadas y traídas de vuelta por el cuidado del pastor. En el grupo que rodeaba a Jesús había pastores, y también hombres que habían invertido dinero en rebaños y manadas, y todos podían apreciar su ilustración "¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si perdiere una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a la que se perdió, hasta que la halle?"

Estas almas a quienes despreciáis, dijo Jesús, pertenecen a Dios. Son suyas por la creación y la redención, y son de valor a su vista. Así como el pastor ama a sus ovejas, y no puede descansar cuando le falta aunque sólo sea una, así, y en un grado infinitamente superior, Dios ama a toda alma descarriada. Los hombres pueden negar el derecho de su amor, pueden apartarse de él, pueden escoger otro amo; y sin embargo son de Dios, y él anhela recobrar a los suyos. Dice: "Como reconoce su rebaño el pastor el día que está en medio de sus ovejas esparcidas, así reconoceré mis ovejas, y las libraré de todos los lugares en que fueron esparcidas el día del nublado y de la oscuridad".*

Palabras de Vida del Gran MaestroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora