Bases para la Recompensa Final
Los judíos casi habían perdido de vista la verdad de la abundante gracia de Dios. Los rabinos enseñaban que el favor divino había que ganarlo. Esperaban ganar la recompensa de los justos por sus propias obras. Así su culto era impulsado por un espíritu codicioso y mercenario. Aun los mismos discípulos de Cristo no estaban del todo libres de este espíritu, y el Salvador buscaba toda oportunidad para mostrarles su error. Precisamente antes que él diera la parábola de los obreros, ocurrió un suceso que le brindó la oportunidad de presentar los buenos principios.
Mientras iba por el camino, un joven príncipe vino corriendo hacia él, y arrodillándose, lo saludó con reverencia. "Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?" preguntó.
El príncipe se había dirigido a Cristo meramente como a un honrado rabí, no discerniendo en él al Hijo de Dios. El Salvador dijo: "¿Por qué me llamas bueno? Ninguno es bueno sino uno, es a saber, Dios". ¿En qué te basas para llamarme bueno? Dios es el único bueno. Si me reconoces a mí como tal, me debes recibir como su Hijo y Representante.
"Si quieres entrar en la vida -añadió-, guarda los mandamientos". El carácter de Dios está expresado en su ley; y para que estés en armonía con Dios, los principios de su ley deben ser la misma fuente de cada acción tuya.
Cristo no disminuye las exigencias de la ley. En un lenguaje inconfundible, presenta la obediencia a ella como la condición de la vida eterna: la misma condición que se requería de Adán antes de su caída. El Señor no espera menos del alma ahora que lo que esperó del hombre en el paraíso: perfecta obediencia, justicia inmaculada. El requisito que se ha de llenar bajo el pacto de la gracia es tan amplio como el que se exigía en el Edén: la armonía con la ley de Dios, que es santa, justa y buena.
A las palabras: "Guarda los mandamientos", el joven respondió: "¿Cuáles?" El pensaba que se refería a algunos preceptos ceremoniales; pero Cristo estaba hablando de la ley dada desde el Sinaí. Mencionó varios mandamientos de la segunda tabla del Decálogo, y entonces los resumió todos en el precepto: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo".
El joven respondió sin vacilación: "Todo esto guardé desde mi juventud: ¿qué más me falta?" Su concepción de la ley era externa y superficial. Juzgado por una norma humana, él había conservado un carácter intachable. En alto grado, su vida externa había estado libre de culpa; ciertamente pensaba que su obediencia había sido sin defecto. Sin embargo, tenía un secreto temor de que no estuviera todo bien entre su alma y Dios. Esto fue lo que lo indujo a preguntar: "¿Qué más me falta?"
"Si quieres ser perfecto -dicele Jesús-, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme. Y oyendo el mancebo esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones".
El que se ama a sí mismo es un transgresor de la ley. Jesús deseaba revelarle esto al joven, y le dio una prueba que pondría de manifiesto el egoísmo de su corazón. Le mostró la mancha de su carácter. El joven no deseaba mayor iluminación. Había acariciado un ídolo en el alma; el mundo era su dios. Profesaba haber guardado los mandamientos, pero carecía del principio que es el mismo espíritu y la vida de todos ellos. No tenía un verdadero amor a Dios o al hombre. Esto significaba la carencia de algo que lo calificaría para entrar en el reino de los cielos. En su amor a sí mismo y a las ganancias mundanales estaba en desacuerdo con los principios del cielo. Cuando este joven príncipe vino a Jesús, su sinceridad y fervor ganaron el corazón del Salvador. "Mirándole, améle". En este joven vio él a uno que podría ser útil como predicador de justicia. El quería recibir a este noble y talentoso joven tan prestamente como recibió a los pobres pescadores que lo siguieron. Si el joven hubiera consagrado su habilidad a la obra de salvar almas, habría llegado a ser un diligente obrero de éxito para Cristo.
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Palabras de Vida del Gran Maestro
SpiritualComo Maestro, Jesús hacía uso de su pedagogía divina para impresionar la mente de sus oyentes de tal manera que grabara en ellas las verdades celestiales concernientes a Él mismo y la humanidad. A través de ilustraciones de sucesos cotidianos, o com...