Capítulo 8

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Annabelle

Mi padre nunca fue el mejor cocinero, pero amaba las tortillas que hacía para el desayuno. Una vez me dijo que había aprendido a hacerlas en uno de sus tantos viajes por América.

–¿Me enseñarias a prepararlas? – le pregunté más de una vez y finalmente una mañana dijo que sí, sin saber que todo iría abajo dentro de poco.

–Solo si me prometes no quemar la cocina – me dijo riendo. –Ya sabes que te amo, mi niña. Pero no hay dinero para reparar la cocina – soltó una carcajada y entrecerré mis ojos mirándolo de forma inquisitiva.

–No es gracioso, además... No siempre hago desastres, recuerda que soy buena cortando la carne – me defendí y el paso su mano por mi cabeza de forma cariñosa, desordenando mi cabello por completo.

–Ve a tomar un baño y no te quedes haciendo nada en la casa todo el día – lo dijo porque era sábado y solía echarme sobre la cama, y vagar.

–¿Tienes que trabajar hoy? Esperaba que hiciéramos algo... Como cuando nos fuimos de turismo a Roma, también está esa otra vez en que... – Empecé a recordar.

–Lo siento, cariño. Pero, estaba pensando que la próxima semana podríamos ir a visitar la tumba de la abuela – me sonrió esperando que eso me alegrara un poco.

–Quiero volver – le dije. –Quiero que nos mudemos – dije de repente y él me miró sorprendido.

–Yo también. –

***

El guardia me miró con sospecha, por lo que yo procedí a regalarle una de mis mejores sonrisas, la mujer encargada miro mi identificación de nuevo y finalmente firmó la autorización que permitía mi ingreso. Ajuste mis gafas de marco negro, las que siempre usaba para lucir súper intelectual, junto con mi cabello recogido, definitivamente no era mi peinado favorito, pero siempre me las arreglaba para lucir sexy.

–Oficial, Anastasia Petrova – la mujer me entregó de vuelta mi identificación. –Siga ese pasilla, allí la dirigirán a la sala dos – me señaló un corredor.

–Gracias, que tenga un buen día – me gire en mis talones e inicié mi camino, hasta encontrar otro guardia que me llevó a una sala privada donde se llevaban a cabo interrogaciones o reuniones entre abogados y clientes de la prisión.

Me sente comodamente, saque mi espejo de la cartera y me revise el maquillaje, de paso volví a ponerme labial rojo, mientras retenía el impulso de soltarme el cabello. Finalmente escuche otra puerta abrirse, pero no levanté la mirada. Sentaron al prisionero frente a mi y le di una mirada al guardia para que no dejará solos. El guardia aceptó a regañadientes y el prisionero me miró aterrorizado. Cuando estuvimos solos, inicié la tan esperada charla.

–Hola, Joshua... Me extrañaste – dije con una gran sonrisa.

–Imposible no hacerlo – me sonrió, siguiendo la corriente. –¿Me trajiste algún cigarrillo? – Preguntó, como si de un amigo se tratará.

–No, me imagino que tus vicios te están matando más que tus compañeros – me burlé de él. –Te ves horrible – le dije.

–Gracias, ya tengo un espejo para decirme eso – menciono aburrido. –¿Es seguro para ti estar aquí? Escuche que te están buscando – su sonrisa burlesca apareció.

–Para ser un prisionero escuchas demasiadas cosas... ¿Acaso quieres que me encuentren? – Hice puchero.

–¿No tienes miedo? Podrían encerrarte para siempre – me dijo.

Las Mentiras de Annabelle (LQNSDB #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora