CAPITULO 3: INICIA LA ODISEA

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-¡Joder, joder, joder! ¡No voy a llegar!- Yurio entro corriendo al aeropuerto. Después de la llamada de Phichit, había comprado el boleto para el vuelo más próximo a Japón, dejándolo solo con dos horas para hablar con Yakov (más bien distraerlo y escapar), ir a su casa, empacar sus pertenencias y alcanzar el avión - Si logro abordar estoy seguro que llegare para la cena, quizá el katsudon quiera cocinar algo, yo podría... - de nuevo sonó su teléfono, Yurio gruño antes de contestar, terminaría tirándolo a la turbina del avión- ¿Y ahora qué demonios quieres? Tengo prisa ¿sabes?-.

-¿Yuri? ¿Estás bien? ¿Prisa para qué? Quería hablar contigo para terminar con los preparativos de la otra semana- contesto Otabek al otro lado de la línea.

- Mierda. Lo lamento Beka, la situación es esta - El rubio había olvidado por completo que iría de viaje a Las Vegas con él. Estaba muy apenado y le explico apresuradamente todo lo que el tailandés le había confiado esperando lo comprendiera, estaba a punto de abordar, le quedaba poco tiempo.

-Está bien Yura, lo dejaremos para otra ocasión, es una emergencia después de todo. Saluda a Katsuki de mi parte - el kazajo no podía decirle lo dolido que estaba. Pasó a segundo plano por culpa del nipón, haciendo que incluso olvidara que habían planeado este viaje, donde Beka tenía pensado confesar sus sentimientos desde hacía un mes; el que lo dejara de esa manera tan repentina lo quebró. Siempre había sido así desde que eran jóvenes, viéndolo llorar y escuchando lo mucho que amaba a Yuuri, nuevamente era botado a un lado sin más.

-Gracias Beka, en verdad te debo una, ahora debo colgar estoy a punto de subir al avión- se despidió Yurio.

- De nada, suerte- dijo Beka poco antes de que colgara el ruso. Era horrible, realmente horrible. ¿Por qué termino así? Sus esperanzas estaban desapareciendo; no quería dejarlo ir y sin embargo ya era tarde. - Yura... No vayas, elígeme a mí - musito contra el celular con voz estrangulada. Su rostro se contrajo a causa del dolor mientras gruesas lágrimas caían por sus mejillas. Sabía que nadie iba a contestar, la persona a la que le hablaba en realidad nunca había estado ahí para él.

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-No debí precipitarme. Esto es muy incómodo... ¡estúpida clase turista!-gruño Plisetsky revolviéndose en el asiento. Iba a mitad del camino y ya se sentía exhausto.

Una vez que se hubo resignado a la posición menos dolorosa el resto del vuelo transcurrió con el joven ruso pensado en múltiples regalos para compensar a Beka por ser un amigo tan comprensivo, pensó decirle que fuera con alguien más a divertirse, estaba mal desperdiciar los boletos y las reservas del hotel. Seguramente encontraría alguien para ir. Después de todo, Otabek tenía muchos amigos... incluso podría invitar a Mila. La pelirroja había estado ayudándolo con su programa y se merecía unas vacaciones.

Sus pensamientos tomaron una dirección distinta, las dudas y el miedo cayeron sobre él como un balde de agua fría, ¿qué haría al llegar? ¿Qué debía decir? Cada vez estaba más nervioso, ¡demonios! ¿Cómo soportaría estar en la misma casa que Yuuri sin tocarlo?

El recuerdo de los días que compartió con el cerdo llegó de golpe. Recordó que para su cumpleaños solía abrazarlo y cocinar para él, cosa que lo llenaba de felicidad más que cualquier regalo, era casi tan buen cocinero como su abuelo y eso ya era bastante sorprendente. Recordó también la vez que perdió una competencia, entro llorando a la casa que compartía en San Petersburgo con Yuuri y Viktor, era el pelinegro quien se encontraba en ese momento. Lo consoló abrazándolo fuertemente, diciéndole que aunque no había ganado, él era el mejor patinador de su edad y debía demostrárselo al mundo regresando la siguiente temporada para ganar, después de todo ese contacto físico tuvo que huir al baño sintiendo una gran vergüenza. Al día siguiente no podía ver el rostro del Katsudon.
El recuerdo hizo que se ruborizara.

Estaba a punto de aterrizar, por fin había llegado. Pronto lo vería. Estaba feliz, pero muy nervioso, había pasado tanto tiempo desde que se alejó de ellos... Un último recuerdo vino a él, la noche en la que se atrevió a infiltrarse en la recamara de los chicos y le robo un beso a Katsuki mientras dormía. Sonrió tontamente, ese había sido su primer beso.

-Yuuri, ya estoy cerca- dijo en voz baja mirando tiernamente por la ventanilla.

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El rubio se encontraba frente a la puerta, la miraba fijamente como si en ella hubiera escrito un código indescifrable. La casa tenía ese aspecto moderno y occidental debido a las demandas de Viktor, después de muchas peleas había convencido a Yuuri de comprarla aunque por dentro poseía ese aire oriental.
El camino del aeropuerto a casa de Yuuri fue el equivalente a realizar una estrategia militar; una y otra vez pensaba que le iba a decir, como debía actuar, como explicaría el por qué estaba ahí sin delatar a Pichit. No ayudo nada el hecho de que el japonés no respondía las llamadas.

-Está bien, mantén la calma, actúa normal. Debes ser fuerte Yura. Él quizá este hecho un manojo de lágrimas, debe ser un desastre total ahí dentro. Sí, eso es, ¡Entraras ahí y pondrás orden! Necesita alguien en quien apoyarse, y ese serás tú- se decía así mismo en voz baja- Vamos Yura, solo es el estúpido cerdo... el estúpido cerdo del que por cierto estás enamorado ¡Ay maldición! ¡Todo por culpa de ese idiota calvo! - Inhalo con fuerza, era suficiente de estupideces. Era ahora o nunca.

-¡Oi cerdo estoy aquí, deprisa, abre!- grito Yurio a la vez que aporreaba la puerta. No hubo respuesta, así que lo intento de nuevamente -¡Ey katsudon abre de una maldita vez, muero de hambre!... ¡sé que estás ahí!- Nada. Eso fue la gota que derramó el vaso - ¡SUFIENTE, VOY A ENTRAR TE GUSTE O NO ESTUPIDO CERDO!- De una patada hizo ceder al cerrojo y entró de golpe. Avanzó dando zancadas por el corredor, miro a todos lados y se impresiono con lo que vio. La casa estaba completamente ordenada, parecía que la habían limpiado hace apenas unas horas. Definitivamente no era lo que esperaba ¿Dónde estaba la catástrofe que se supone encontraría? Lo único fuera de lugar eran un par de frazadas y una almohada en el sillón, pero incluso eso estaba pulcramente doblado y perfectamente alineados. El aroma a comida y unos ruidos provenientes de la cocina lo sacaron de su desconcierto.

Dirigió sus pasos hacia el cuarto de cocina, donde alguien preparaba la cena tranquilamente. Un pelinegro mezclaba energéticamente comida dentro de una sartén, cuando se volvió para tomar un plato noto la presencia del joven ruso. Sus ojos negros se abrieron de par en par y se le resbalo el cuenco de entre las manos, por unos segundos ambos se miraron sin poder hablar.

-¿Yurio? ¿Qué haces aquí? - dijo por fin Yuuri contemplándolo y quitándose lentamente los audífonos.

De nada sirvió prepararse, no supo contestar.

A partir de aquí los capítulos serán más largos, si algo no las convence o no les queda claro haganmelo saber. Amo el amor salvaje de Yurio jaja

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