El debut de Reid

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Charlotte: Venga, Reid... otra vez me haces mentir a papá —la adolescente levantaba con grandes esfuerzos a su hermano, adormecido sobre la alfombra.

Reid: Siempre me llaman los mismos... para hacerme lo mismo... —murmuraba con una sonrisa pánfila de oreja a oreja, incapaz de moverse por su propio pie. Charlotte hizo más fuerza pero el peso del cuerpo se le acabó cayendo encima, y ambos se dieron contra el suelo.

Charlotte: Colabora un poco, maldita sea, tengo partido. Voy a llegar tarde por tu culpa —miró el reloj de su muñeca y bufó desanimada, volviendo a ponerse en pie y arrastrando de su hermano. Reid se puso en pie con una dificultad penosa, y pudo caminar hasta su habitación. Al llegar la cama y quedarse groggi en el acto, Charlotte avisó a su tío del asunto. Al menos estaba "consciente"; no quería llamar a los servicios de urgencias otra vez. Reid se drogaba con tanta asiduidad que temía que lo encarcelaran nada más cumpliera los 18.


Horas más tarde


Después de su partido de voleibol Ric Flair se le acercó, con una cara que ya le daba respeto.

Charlotte: Hola, papá... ¿todo bien?

Ric: No. Tu hermano ha vuelto a drogarse. Y esta vez con ayuda de alcohol. ¿Por qué no me has llamado?

Charlotte: Porque quería que me vieras jugar. Y estaba bien, estaba... consciente.

Ric: Sabes que yo no vengo a estos partidos de muñecas... me aburren, hija mía. No es la primera vez que te lo digo.

Charlotte: Pero ésta vez era un partido internacional. Creí que podía interesarte, al menos. Vas a todas las peleas de Reid.

Ric: A tu hermano hay que instruirlo bien, ¿no te das cuenta de que va a precederme en un futuro? —se acercó a su hija, palmeándole el hombro— además, seguro que has ganado.

Charlotte apretó en su palma la medalla que le habían dado, en pocos años se había convertido en una de las mejores. Curvó una sonrisa y fue andando con él a la salida del patronato. Todas las gradas se vaciaban después de haber un partido tan maravilloso; algunos padres la despedían con una sonrisa o con una frase halagadora de cómo lo había hecho, a lo que la chica sonreía congratulada. Cuando ya estaban en el exterior llamaron a Ric por teléfono. La chiquilla aprovechó para cogerle las llaves y sentarse en el lado del copiloto, esperándole.

Ric: Sí, tenía que venir a recoger a mi hija, no entiendo por qué no me lo contó —rio entre dientes, pateando algunas piedrecillas— tiene celos de él desde siempre. Pero es lo que hay, el wrestling no puede compararse a esta... cosa que hacen aquí, darle con los dedos a un balón de playa. Y lo mejor es que le dan medallitas por hacerlo, ¿te lo puedes creer? —murmuró en tono más bajo, aunque Charlotte se quedaba con cada frase que decía su padre. Nunca le había tenido respeto al voleibol, le parecía un deporte puramente femenino y aburrido. Su hija era la mejor de su escuela, pero para él esto no era un logro a destacar.

Ric: Si no quiere despertarse échale un cubo de agua fría. Le quiero como un clavo en el gimnasio dentro de treinta minutos. Si ese niño quiere ser alguien, que se esfuerce.

Al cortar y meterse en el asiento, su hija se había puesto las gafas de sol y ya tenía el cinturón abrochado.

Ric: Mi vida, voy a dejarte en casa. Esta noche tu hermano tiene su primera velada, le va a ver gente importante y decidirán si entra a la escuela de lucha libre. Así que ya sabes, duchadita y guapa para que te vean a ti también.

PasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora