Fiesta en la piscina

159 22 3
                                    

Michael: Mira, ahí viene —alzó las cejas en dirección a la compañera de clase de la que hablaban. Charlotte Flair acababa de sacar los libros que le tocaban y los ponía en la mesa. Sacó de su mochila la libreta y el estuche y aguardó pacientemente sentada en su pupitre. En la universidad solían haber muchos grupos que dispersaban a la clase cuanto tocaba el cambio de hora, pero ella no empatizaba demasiado, sus amigas de voleibol estaban en otras clases y nunca coincidía.

Bram: Yo no sé qué le veis, tampoco está para tirar cohetes.

Michael: Venga, las apuestas son las apuestas. Ya sabes lo que pactamos —dijo, ante la mirada de sus otros tres amigos. Aquellos cinco sinvergüenzas, los peores imanes de líos, eran altos y fuertes, y los más mayores por haber repetido el curso hasta dos veces. Eran inseparables los cinco, y a cada cuál más cerdo que el anterior. Siempre hacían apuestas ridículas, sin sentido y con el ingrediente especial: que un tercero que no tuviera nada que ver saliera afectado.

Dominic: Yo creo que a ella le gustas, llámame loco. Pero si no lo quieres hacer tú, lo hago yo encantado. No me cuesta nada —dijo divertido, observando agitado las proporciones de las piernas femeninas. Fingió abanicarse y el resto empezó a reír.

Michael: Va, pídeselo. Yo creo que es de las pocas que no ha comprado entrada.

Bram asintió, poniéndose en pie. Dejó a un lado su palo de hockey, los cinco eran los mejores jugadores que tenía el equipo del campus. Si no los habían echado ya por mal comportamiento, era por sus apellidos conocidos y el soborno familiar o por ser increíblemente necesarios si querían llevar al equipo a nivel global. Bram también era un gran luchador, su vida era el deporte. Con 23 años que tenía también era el más atractivo: piel morena, ojos de un verde agua y pelo negro, fuerte. Era el más alto y también el más musculado. Según se iba acercando a la muchacha, palpó en su pantalón las entradas.

Bram: Hola, Charlotte.

La chica dejó de mirar su móvil y alzó la vista a él, teniendo que retener hacia dentro la vergüenza que le provocaba. ¿Bram estaba hablándole, era él de verdad? Miró por inercia hacia los lados y le contestó en voz baja.

Charlotte: Sí, soy yo... Bram, ¿verdad?

Bram asintió, sonriéndola.

Bram: Mira, esta noche se celebra una fiesta en casa de Mario, mi colega. Casi todas las clases han comprado, vendrá mucha gente y va a estar muy bien. ¿Por qué no vienes?

Sentía tanta vergüenza y agitación que su corazón empezó a palpitar acelerado, aquel chico le sacaba siete años y siempre le había atraído. Afortunadamente, Charlotte había heredado los nervios de acero de su padre.

Charlotte: Ya las había visto, pero no quería ir. Tengo que estudiar.

Bram: Pero si siempre sale tu nombre en los boletines. Seguro que este tema lo tienes ya más que repasado.

Charlotte: No, no creas... he estado un poco ocupada, he tenido partidos en el equipo de voleibol.

Bram: Ahhhh, sí. Es cierto, te vi. Eres una campeona, ¿eh? Te he visto y juegas mejor que las de la tele —le guiñó el ojo, desarmando la primera capa de coraza de la muchacha. Así que le veía, le había visto jugar. Y encima la halagaba por ello, ya era más de lo que su familia hacía.

Hubiese tenido algún significado si Bram le hubiera visto realmente y no estuviera inventándoselo todo para atraerla.

Charlotte: Si te digo la verdad no me gustan mucho las fiestas... —dijo ahora con sinceridad, un poco avergonzada de tener que soltar aquella frase con 16 años que tenía. Charlotte había visto de cerca todos los males que provocaban las fiestas en su padre y en su hermano, no quería seguir el ejemplo.

PasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora