E p í l o g o.

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Ir en el metro después del instituto siempre había sido aburrido, monótono, fastidioso; hasta el punto en donde a cualquiera le daban ganas de dormir. Siempre se solían ver las típicas personas completamente cansadas e incluso frustradas de los largos y arrolladores días, algunas peores que otras; pero nunca salía de lo normal. Lo más parecido a algo diferente que ese chico vio ese día, fue a una muchacha de baja estatura, cabello negro y una delicada cara empapada de lágrimas junto a un ceño fuertemente fruncido.

Desde el primer momento en donde él la vio, supo que le gustaría verla sonreír, estaba seguro de que se vería muy bonita haciéndolo, aquel sentimiento de necesidad había surgido de una manera espontánea dentro de él. La carita triste y los ojos llorosos de la chica hicieron que su corazón se estremeciera hasta el punto en donde le sonrió para así hacerla sentir mejor o, por lo menos, contagiarle un poco de su ánimo. Pero no tuvo éxito, no ese día.

Luego, al día siguiente, aquella chica que había visto llorando se acercó a él entregándole la identificación estudiantil que habia perdido de manera accidental. En aquel momento, se había puesto hasta nervioso al momento de agradecerle; pero aún así, quería volver a hablarle. Y al ver que la chica se había preocupado en devolverle aquello, se le ocurrió la idea más tonta y estúpida de todas, como un experimento que, de seguro, saldría mal. Pero trataría de aprovecharse de la situación.

Aquella tonta idea consistía en dejar algunas de sus cosas en aquel transporte público con la intención de seguir hablando e interactuando siquiera segundos con ella, corriendo claramente con el riesgo de que alguna de esas cosas se extraviaran, pero, curiosamente, el tonto experimento funcionó sin la pérdida de algún objeto.

Ella se encargó de guardar aquellas cosas y dárselas de vuelta al chico, recordándole constantemente sobre lo distraído que era y él tenía que fingir estar apenado para así no arruinar el plan. Quería acercarse a ella, y lo logró; mejor de lo que alguna vez habría imaginado.

Terminaron conociéndose y, por obra del destino, terminaron juntos.

Park Jimin estaba completamente feliz de que, gracias a una tarjeta de identificación extraviada y una idea alocada, pudo conocerla.

Im Sunhee estaba inmensamente feliz de haber sido lo más amable posible con aquel desconocido y devolverle sus cosas, aún cuando se decía a sí misma que no era de su incumbencia.

Se querían muchísimo. Su relación era tan pura como los trazos que solía hacer Sunhee en sus dibujos o las canciones que solía cantar Jimin; como las sonrisas que solían regalarse o los abrazos después de cada cita; como las divertidas tardes de películas que solían tener o los días en donde comían helado hasta sentir que su cerebro se congelaba; o simplemente, como los delicados besos en los labios que él solía darle.

Él quería estar siempre para ella, quería encargarse de que siempre estuviera bien y que aquella vez que la vio llorar fuese la última vez en donde ella se iría a sentir de aquella forma, tan triste y decaída. Sunhee había robado por completo su corazón y no paraba de pensar en lo alegre que se sentía por eso, así que por ninguna circunstancia quería que se lo devolviera.

Ella quería tenerlo siempre a su lado, quería verlo sonreír hasta el punto en donde sus ojos desaparecieran, con tal de que su linda sonrisa no lo hiciera, y quería oír siempre aquella peculiar risa que tanto le gustaba. Jimin había sido el único chico que había logrado entrar a su corazón y estaba más que segura de que no iba a salir de ahí, y mucho menos lo iría a sacar por su cuenta.

Estaban completamente enganchados el uno con el otro, hasta el punto en donde sus propios corazones llegaban a ser uno solo y latían al compás de sus sentimientos.

Así que, después de todo, ir en el metro después del instituto terminó siendo lo mejor que en aquel momento les pudo pasar.

Subway↠p.jiminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora