Primera Parte, Capítulo 1.

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Anais suspiró y observó por la ventana.

Delante de si tenía una línea perfecta y hermosa de árboles, cerezos, todos en flor.

Volvió a suspirar cuando se movió hacia el baño. Al ver su reflejo delante de ella, en ese pequeño espejo, hizo una mueca.

Nunca le había gustado mucho su cabello castaño y desordenado, siempre lo había llevado amarrado en un simple moño pero ahora, lo llevaba suelto y libre. Lástima que cuando se movía a sus anchas parecía más un nido de pájaros que otra cosa.  Sus ojos castaños examinaron su piel pálida y boca pequeña. Negando suavemente con su cabeza mojó las manos y las  paso por sobre su cabello, aplastándolo con fuerza. Estaba tan aburrida de estar allí. Llevaba semanas en ese cuarto, muriéndose de aburrimiento, de curiosidad y de preocupación.

Cuando la puerta se abrió cerró los ojos unos segundos y salió. Como siempre, Mikael, su médico, apareció allí, con una bandeja de comida y una bolsa colgando de su mano.

Él dejó todo en la mesa al lado de la cama y la miró.

—¿Y cómo estas el día de hoy? —dijo él.

Lo vio sonreír como siempre, y como siempre, esa sonrisa no llego a sus ojos. Al parecer no era la única con problemas.

—Aburrida —respondió como si fuera una tradición.

Se sentó para comer y observó la bolsa.

—¿Y eso? —lo miró.

—Es para ti, debes ponértelo luego de que almuerces.

Ella arrugó su frente y siguió comiendo.

—Ya sabes —él llegó a la ventana y la abrió un poco —esta tarde vas a pasar por tu asignación.

Anais se congeló con la cuchara a medio camino. Su corazón latió muy rápido al oírlo, le pasaba cada vez que pensaba en eso, en tener que enfrentar algo así.

Asignados, pensó.

Dios, estaba tan curiosa por eso, quería ver de qué se trataba, como funcionaba, como los elegían, pero quería solo ser una observadora. Sentarse en un rincón y tomar notas, no pasar a través de él.

Suspiró y llevó una mano a su frente.

No podía creer como cambiaban las cosas.

No hace más de un par de meses estaba trabajando en su última investigación sobre el comportamiento humano frente a ciertos estímulos químicos, luego se encontró en la selva buscando a una de sus amigas que había desaparecido. Lo siguiente que supo era que estaba en un lugar extraño, secuestrada por un grupo de hombres descerebrados, y para terminar, para darle el toque final y extravagante, descubrió que estaba en otro mundo de otra galaxia, con nuevas reglas que la parecer iba a tener que seguir, quisiera o no.

Y lo peor no era eso. No, porque estar allí podía ser entretenido, podía aprender cosas que nadie en la tierra aprendería jamás, vería cosas diferentes, una sociedad extraña. Lo malo, era que un grupo de ancianos la entregarían a un grupo de hombres, a saber con qué gustos. Aunque, pensó un segundo, como toda científica, eso también podía ser divertido, sería capaz de ver desde dentro como funcionaban esas familias, como convivían y eran capaces de compartir.

Anais hizo una mueca.

Solo que era a ella a quien iban a compartir, y ella jamás había sido compartida, o no compartida. Ella jamás, nada de nada, y eso le daba dolor de estómago.

Cuando levantó la vista se encontró con que Mikael la observaba con una ceja alzada.

—¿En qué piensas? —le preguntó.

—En muchas cosas —confesó ella y arrugó su frente—, ¿y tú, cómo has estado?

—Bien, como siempre.

Ella volteó sus ojos.

—Eso no te lo crees ni tú mismo.

—¿Qué quieres decir? —dijo él fingiendo indiferencia.

—No lo sé, te conozco desde hace un mes y de un día para otro estas así —lo apuntó con una mano.

—¿Así como? —él solo la observó, como si no comprendiera a que se refería.

—Como si fueras a explotar en cualquier momento.

Mikael solo la observó, hasta que negó suavemente con su cabeza.

—Te dejaré sola ahora, en unos minutos vendrán por ti —ella suspiró —si llegas a sentirte mal llámame e iré a verte.

—Está bien —murmuró.

Luego de que él se despidiera Anais observó la bolsa que le había dejado. Sacó el vestido que contenía y lo levantó.

—Azul —murmuró. Le habían dado un vestido color azul. No es que no le gustara pero, siempre prefería el negro.

Luego de cambiarse y pelear otra vez con su cabello se sentó a esperar.

No te pongas nerviosa, se dijo, no te pongas nerviosa. Nada malo iba a pasar.

La pasión de Anais.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora