tres.

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Hoy Taeyong le pidió a Yuta que lo acompañara a pasear, y este le negó a la primera, sin siquiera pensárselo dos veces.

Qué más, a Taeyong le toca ir solo.

Va tomando fotos con la cámara que compró en la tienda donde está ayudando, el foto-estudio del señor Nakamoto. La resolución de las fotos que obtiene no es profesional, pero siguen pareciéndole bonitas y vivas, y es que a Taeyong muchas cosas por allí le parecen así; los árboles, los caminos de piedra, los jardínes, las colinas que se visualizan a lo lejos y hasta la gente que camina despreocupada por la distanciada acera.

Desde que llegó a Japón, ha admirado la belleza de sus alrededores y, admite que si bien hay cierto aire que le recuerda a Corea del sur, también hay una especie de ambiente totalmente distinto.

Siente que alguien lo mira conforme continúa su tanda de fotos, y al elevar la cara para buscar algún espía entre los arbustos, lo encuentra en la ventana de la casa. Yuta lo observa, con la barbilla reposando en sus manos, despabilado y con el flequillo tapando sus ojos. Él le sonríe y ve cómo una pequeña curvatura, para corresponderle, se forma en aquel rostro trigueño. No tarda en capturarla. Captura esa sonrisa con su cámara y luego verifica la foto; es fantástica, como todo Yuta en sí.

Ambos se miran, aún sonriendo, empiezan a sentir algo que tal vez no deberían, y por esto, Yuta desvía su vista rápidamente, como si hubiera encontrado algo más interesante que su amigo Taeyong. Lo cual en realidad es poco probable.

El visitante relaja sus cejas, dando una apariencia debilucha y decepcionada al hallarse ignorado, y aun así, vuelve a levantar la cámara para tomarle otra foto a Yuta, quien ahora finge perderse en el cielo y no en un revoltijo de sentimientos.



—¿Alguna vez te has enamorado? —le pregunta Taeyong más tarde, cuando ya están cenando. Los dos están solos en casa porque el abuelo está durmiendo, y eso equivale a estar nada más ellos— Enamorado de verdad, me refiero.

—Nunca.

—Yo sí.

—¿De quién? —Yuta suelta los palillos con los que toma sus fideos. Se detiene para prestarle atención.

—De alguien que nunca me hizo caso.

—¿Entonces por qué te enamoraste? Es triste si no eres correspondido.

—Es que soy masoquista, quizás —razona y sigue comiendo, como si nada, sin saber que el corazón de Yuta se agita y encoge.

No quiere que Taeyong se haya enamorado de nadie. Y no sabe el porqué. Teme preguntárselo a sí mismo.

—Bueno, quizás, cuando yo me enamore, también sea masoquista —finaliza el mayor, imitando al otro, continuando con la comida.

"Si es que ya no lo soy".





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