seis.

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Taeyong está esperando en la entrada de la casa de Yuta. La brisa está más caliente que de costumbre y las nubes esponjosas se han marchado, dejando apenas un rastro de algodón, estirado y deforme en el cielo. Los rayos del sol chocan contra él y su equipaje; él espera, pero nadie llega. A unos cuantos metros lo observa Yuta, sentado en la escalerilla que lleva a la puerta de su hogar. No quiere pasar sol porque insiste con que su difunta madre no dio a luz a ninguna teja, así que permanece allí, ido, sin poder hacer más que mirar al menor quien espera en la distancia por sus progenitores. Quienes no, aún no llegan.

Los ojos de Taeyong lucen tan vivos como siempre, o quizá un poco más brillantes, Yuta sabe que él se está aguantando las lágrimas para no parecer débil, para no parecer un llorón. Resopla y cierra sus propios ojos, quiere decirle tantas cosas al menor y de todas formas, concluye que nunca dirá nada. Nunca le dirá cuánto lo va a extrañar.

Con una obvia ansiedad, Taeyong saca su teléfono celular para hacer una llamada, sus dedos rozan la pantalla con un temblor disimulado y en su fisonomía destaca una especie de desesperación que, la verdad, ante la percepción del japonés, no es más que la de un niño al que decepcionan otra vez sus padres. Taeyong debería estar acostumbrado, conoce a esos señores más que nadie y aunque es de suponerse que no vendrán por él, espera, aguarda paciente porque (como siempre) se lo han prometido.

—Acompáñalo a la estación de tren —dice el abuelo después de recibir una llamada.

Los Lee, a colmo de haber regresado a Corea del Sur sin su hijo, debido a un repentina reunión de negocios, también lo dejan plantado después de prometerle regresar para buscarlo. No hay de otra, Taeyong esperará a su primo Taeil en el aeropuerto.

Caminan por las calles que antes les parecieron más divertidas. Ahora estas están llenas de gente, ansiedades y despedidas, así que son amargas antes que otra cosa. El paisaje sigue siendo bello, mas ya es no especial. Y es que la belleza no siempre deslumbra, suele aburrir cuando se acostumbra a verla sin otro estímulo de por medio. Y como ellos ya no están felices ni corren debajo la lluvia, es natural que nada les deslumbre.

Al llegar a la estación Taeyong por fin eleva el rostro, sosteniendo mejor su maleta para adelantarse. Yuta quiere alcanzar su mano para detenerle y decirle "no te vayas, por favor. Quédate conmigo" pero ¿es estúpido, no? Incluso si consiguiera el valor para pedírselo, nada cambiaría. Taeyong debe regresar a su hogar, allá donde sus padres no le prestan atención y su amigo lo rechaza todo el tiempo. Un complejo sentimiento se clava en su ser y es incapaz de darle un nombre al instante, pero para uno que lo analiza y puede pensarlo con cabeza fría, no hay lugar a dudas de que se trata de frustración.

—Tómame una foto —le pide el coreano una vez están en la zona donde recibirán el tren. Saca esa cámara anticuada que compró en la tienda del señor Nakamoto, entregándosela a su nieto, quien le sonríe triste y le contesta:

—Claro, colócate allí por favor.

Es la primera vez que Yuta le toma una foto a Taeyong, y lamenta no haberlo hecho antes. Por lo tanto, no solo toma una, le hace una sesión entera en la estación. Lo hace posar de las mil y un maneras, lo hace reír y hace que ambos se destensen hasta bromear como siempre.

—¿Te tomas una conmigo? —le pregunta al fin Taeyong, y Yuta asiente, porque sabe que si habla, hablará de más.




Nota: 

Subiré el próximo capítulo hoy o mañana si las cosas me salen bien (?) 

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