¿diecinueve?

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Incluso si para el resto del mundo yo parezco insensible...
De mi corazón, sinceramente
nunca podré borrarte
Taeyong, Taeyong...
si tú me preguntas si creo en el amor,
Si tú llamas a esto amor
Entonces yo asiento, y asiento, y asiento

Voy a esperarte de nuevo

Hay muchas cosas que Yuta tenía por hacer al llegar a Japón. Además de limpiar las millones de hojas naranjas y marrones de su patio y llamar al abogado, tuvo que buscarse un empleo.

No fue fácil. Él era fatal tratando con las personas y por eso usualmente lo echaban de los trabajos a poco menos de un mes, pero lo consiguió a punta de esfuerzo duro y llorar unas cuantas veces antes de dormirse en su habitación. Le hacía falta comida, adelgazaba; vendió su colección de mangas y la de sus libros favoritos, acomodó el negocio familiar con su tía aunque esta terminara quitándoselo, y volvió a llorar, aún con hambre, pero esta vez Taeyong pudo consolarlo por teléfono.

Taeyong acabó acostumbrándose a llamarlo todos los días en la mañana; era su despertador.

La primera buena noticia surgió cuando después de muchos problemas legales, saliera el testamento de su abuelo a defenderle. La casa del señor Nakamoto sería heredada exclusivamente por su nieto, ya que sus dos primeros hijos habían muerto y la menor estaba casada, en buenas condiciones, estaba cómoda.

Yuta se llevó las cámaras de su abuelo del foto-estudio, cual pasaría a ser una peluquería, y montó un pequeño estudio en su propia casa para trabajar como fotógrafo de vez en cuando. Incluso organizó la habitación que su abuelo antes utilizaba como cuarto oscuro. Le salía tan fatal como trabajar en un principio, y de hecho rompió una de las cámaras que más le gustaban a su abuelo. Esa vez no lloró, simplemente pataleó hasta por fin pegar un grito, grueso y rotundo, asustando a sus vecinos. Recogió el muy destrozado aparato y como todo aquello que ya no le servía, lo echó en la basura.

Cuando había pasado ya un año, Yuta se encontraba más estable. No del todo claro, ni económica y muchos menos emocionalmente, pero iba haciendo amigos, y empezó a salir con un chico de ascendencia china que trabajaba con él, de lo cual avisó a Taeyong. Este pareció alegrarse por el hecho.

Lo habían dejado claro: cada quien tenía que intentarlo por su cuenta. Taeyong se dio la oportunidad de salir con una compañera de universidad, mas nunca dejó de escribirle a Yuta. Yuta por supuesto, siempre le escribía y llamaba.

Era hasta curiosa su relación. Nadie a excepción de Yoonoh se enteraba de ella, o bueno, esas personas que los seguían en twitter y por lo tanto les leían conversar; en ese idioma tan extraño, esa mezcla entre coreano y japonés a la que se acostumbraron tan bien.

Taeyong a veces le enviaba fotos por correo a Yuta, todas monocromas, tomadas con la vieja cámara que compró durante la primavera del 2013. Las temporadas pasaban, el paisaje cambiaba y con ello las cantidades de las fotos también. A veces eran bastantes, muchas de él y los escenarios urbanos de su ciudad; otras solo enviaba diez, ocho, seis, y apenas podía escudriñarse que traían un significado oculto. El coreano tomaba captura de las nubes en el cielo y los arco iris que caminaban entre ellas, de las hojas que caían y ensuciaban las avenidas, y de él, con su buen mejor amigo y la novia de este embarazada.

«Jaehyun siempre fue muy lanzado» le escribió a Yuta, quien se sorprendió y los felicitó de todas formas. Parecía que Yoonoh estaba alegre por la noticia incluso si su novia había pensado en perder al bebé.

«Felicidades por ser el padrino.» le envió, aún con esa sensación extraña al enterarse de que personas menor que él ya estaban formando sus familias.

Por su lado, las cosas no resultaron con la mayoría (porque a pesar de todo aprendió a mantener a algunos) de sus amigos o con ese chico con el que salía. Tampoco con el que vino después de ese. No obstante, Yuta no se acomplejaba. Quizá porque estaba ocupado con los trabajos que traía encima y porque no llegaba a sentir algo verdaderamente fuerte por sus novios cercanos. Sus manos eran suaves pero frías, y sus ojos no eran tan oscuros como los de Taeyong, pero eran menos profundos y brillaban escasamente. Debió admitir, en lo profundo de su ser, que no iba a ser tan fácil superarlo. Y el que Taeyong todavía estuviera de novio con su compañera lo hacía sentirse muy atrás en cuestiones de avanzar en el amor. ¿Y si el coreano decidía tener una familia, al igual que su amigo?

Negó y suspiró esa tarde de invierno; Taeyong siempre fue mejor que él en todo.

El 2016 llegó sin tomarse su tiempo. Yuta trabajaba en una librería por el día, en un restaurante por la noche y hacía de fotógrafo en sus ratos libres. Uno de estos días, de primavera justamente, se quedó dormido para llegar a la librería. Eso le pasaba por quedarse en su celular hasta tarde. Iba agitándose por la casa cuando tropezó con una silla en la cocina y cayó de sopetón contra el suelo de madera. No solía caerse seguido, así que creyó ese día no sería de los suyos. Se levantó e ignoró el rojo de su nariz, pues iba con prisa; con algo de suerte y el correr de sus piernas, seguro conseguiría colocar el pie derecho dentro de la librería a la hora. Salió, sin peinarse demasiado y olvidando su celular en el sofá de la sala unos segundos hasta que se volvió para alcanzarlo de un jalón, notó que estaba vibrando.

Y era Taeyong.

Pensó en pasar de su llamada y repicarle luego, dirigiendo sus pasos por el pasillo que daba a la entrada de su residencia. Al salir, le pegó el sol en la cara mientras seguía viendo la llamada de Taeyong en su pantalla LCD. Fue más fuerte que él. Levantó su mano y movió su pulgar para responder, el viento primaveresco recorría sus mejillas y las verdes hojas de los árboles alrededor se sacudían. Yuta escuchó un "hola" directamente contra su oído, mas no pudo sonreír como usualmente hacía. No pudo hacerlo una vez miró de frente, visualizando a un muchacho moreno, aproximadamente de su edad, asomándose en las rejas azul celeste que protegían al jardín. Tampoco pudo bajar la escalerilla que seguía a la puerta que ya había abierto cuando ese muchacho sí le sonrió, diciéndole:

—¿Me extrañaste? Vine a quedarme contigo —como si nada.

El celular cayó de su mano, al igual que su bolso y pequeñas lágrimas de alegría. No entendía muy bien cómo es que Taeyong estaba allí con dos maletas, el cabello recortado y aquel gesto tan bonito para él, no obstante, para responderle, como no podía hablar de la impresión, asintió.

Ya no estaba nervioso.

















N o t a :

;; gracias a quienes hayan leído hasta el final.

Sé que esta historia es en extremo tranquila, y a muchos les habrá aburrido, pero yo quería darle ese toque de vida común y corriente, sin nada fantástico además de los sentimientos. Les recuerdo que me inspiré en la canción de Woohyun así al final no se relacionara demasiado.

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