doce.

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El olor a incienso inunda indiscriminadamente el ambiente, al igual que el color negro, y la tensión. Con una mano, Yuta se tapa la cara, sus delgados dedos pasan por sus labios y por su nariz hasta llegar a sus ojos, como si bloquear su vista fuera a bastar para negarse, por completo, el hecho de que su abuelo se ha marchado para siempre.

Y es que no es justo. Odia los malditos viajes. Los odia con toda su existencia. Eso piensa mientras está de pie, rodeado de amigos cercanos y familiares lejanos, todos disfrazados de luto. Yuta no habla con nadie desde que en el hospital, le dijeron que su abuelo sufrió un ACV que aniquiló la mitad de su cuerpo, y que además, la caída que jamás escuchó fue suficiente para darle una muerte contundente.

—¿Mi abuelo murió por resbalarse de su silla en la cocina...? ¿Mientras yo estaba como si nada, en la sala? ¿Habla en serio? —quedó en blanco frente al doctor.

Hay un sabor amargo en su boca y uno salado colgando de sus ojos cuando le entregan un pequeño jarrón negro con decoraciones blancas, contenedor de todo lo físico que quedó del cuerpo de su abuelo.

¿Seguro que estás bien? —le pregunta su tía, una señora mayor; hermana de su madre a la que en realidad ha visto solo tres veces en la vida.

Puedes quedarte con nosotros —suelta ese primo que siempre le llamó marica en época de secundaria.

Aquí tienes mi número por si pasa cualquier cosa —dice el abogado de su abuelo, porque sabe que ahora es que se va a prender el problema por la herencia de la casa y el foto estudio.

Ahora todos se acuerdan del señor, de su residencia y de su negocio.

Y a él no le impresiona, sabe que las muertes suelen reunir a la familia, no obstante también sabe que por muy poco tiempo y no de una manera muy positiva.

Unos días más tarde, no hay nadie más que él frente a la tumba del señor Nakamoto, y ya su tía y su primo le han presentado a sus respectivos abogados con anterioridad, dejándole claro que van a porfiar quedarse con parte de lo que perteneció a su abuelo. La cabeza le duele un tanto, pero más le duele el corazón cuando regresa a la gran casa de paredes pálidas donde vivió desde los seis años, y no hay nadie que lo acompañe. Por fin se da cuenta de cuán grande es la sala, de cuántos libros hay en las bibliotecas, cómo rechinan las escaleras que llevan al primer piso y qué mal le cae ver, desde la entrada de la cocina, la silla donde dejó a su querido familiar caer. Un arranque de cólera se apodera de su ser y no halla mejor manera de deshacerse de él, sino, con el objeto inanimado. Cuenta sus pasos hasta la silla, aparentemente calmado aunque acaba tomándola con fuerza; sus manos templándose y agitándola con la intención de lanzarle al piso. ¡Zas! Suena el golpe, alto, inconfundible, y entonces Yuta quiere gritar pues por supuesto que un mueble partido en el suelo no alivia su ansiedad. Quiere gritar hasta desgarrarse la garganta, mas no lo hace.

Por un momento, concurre en él el deseo de morir, por un momento nada más, sí, pero el problema es que le golpea sin miramientos. Sigilosamente, se acerca al gavetero de la cocina y retira el cuchillo más afilado, observando su perturbado reflejo en este antes de acercarlo a su muñeca. Su respiración se altera. No ha ejercido presión, sin embargo, se imagina qué pasaría si lo hiciera, se imagina el ardor y el corte, y el espacio y silencio de la cocina le gritan que ya no los atormente con más sangre. Yuta está deprimido, y al darse cuenta de ello, suelta el arma blanca despacio y suspira con pesadez.

"No soy capaz" se afirma. "Estoy triste pero... en realidad no quiero morir. Soy un dramático".

Entonces recuerda a Taeyong. No es que haya sufrido de alguna amnesia atípica que lo haya hecho olvidar al menor, es que al hablar con Taeyong se siente feliz, y ha desarrollado cierto temor a la posibilidad de que cuando vuelvan a comunicarse las cosas se sientan distintas. Y este pensamiento, siendo en parte verdad, de resto es una excusa creada por el mismo masoquismo del japonés, cual le exige olvidarse del coreano y enfocarse, mejor, en la realidad de su entorno.

"Él ni se debe acordar de mí" duda, asegurándose que esa estaca en su corazón, —a la cual él ha denominado espina para simplificar—, es algo que su organismo expulsará por su cuenta y sin necesidad de ayuda. Grave error.

Escucha a alguien llamarlo desde afuera. Él se emociona, y en consecuencia se le ve corriendo hacia la puerta con una rapidez notable. La melancolía le saluda junto a la decepción al notar que se trata de un cartero o algo así, "¿qué esperaba?" y sin embargo, sus manos tiemblan asemejándose a un niño asustadizo apenas recibe un sobre de parte de Lee Taeyong.

—Parece que son fotos —indica un muchacho con la gorra mal puesta hacia atrás— ¿Alguna vez ha ido a Corea?

—No he ido. Nunca he salido de por aquí —se impresiona al reconocer su voz después de varios días, más al considerar que irónicamente habla con un extraño. Observa el paquete entregado y luego mira al suelo, resoplando.

—Entonces ¿qué está esperando? —suelta de pronto, imitando a una propaganda de agencia de viajes—. Debería viajar. Es joven, puede hacer lo quiera a esta edad —agrega aquel tipo, sonriendo en la puerta de la entrada mientras le extiende una tableta para que deje su firma, confianzudo. Yuta detalla su nariz respingada, su poca altura y su torpe acento, siendo este último lo que le declara es extranjero.

Le entrega la tableta y guarda sus fotos bajo el brazo, despidiéndose lo más amable que puede del mensajero. Este sigue sonriendo, incluso cuando ya está de nuevo en su bicicleta, y pedalea, desapareciendo a los segundos por el camino asfaltado de las calles.

El cielo está despejado a pesar de que es otoño, hace brisa y muchas hojas caídas se amontonan en el patio, Yuta tendrá que limpiar. Mira el sobre amarillento en el que Taeyong le envió las fotos y lee los detalles; el nombre de su querido coreano, el número de teléfono y la fecha, y Yuta, recordando que están a finales de octubre, pestañea: pronto será su cumpleaños.


NODS ‹ yutaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora