diecisiete.

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Son las cuatro de la madrugada; él sabe que debería estar durmiendo pero, no puede. De verdad no puede.

Miles de estrellas deben esconderse en el degradado cielo en el cual Yuta solo puede diferenciar algunas. Es culpa de la maldita contaminación lumínica según leyó en ese estúpido artículo del periódico. Lo piensa así mismo y así mismo se los expreso. Yuta está un poco (bastante) frustrado. Los sentimientos que le recorren son demasiados como para que pueda organizarlos antes del amanecer, y por primera vez en la vida, todos se le presentan de manera positiva. Sostiene el lavamanos con una de sus manos, se apoya en este, y como si no le costara nada, como si se tratara de un trozo de papel, corta su flequillo.

Estaba demasiado largo.

Ese baño del departamento de Taeyong luce impecable. No ha visto el otro pues yace en la habitación de los padres, no obstante, no es como si le importara averiguar si está igual de limpio. Hoy no tiene ganas de distraerse con nimiedades. La cerámica donde pisan sus pies está fría, y es de un azul parecido al cielo, con varias figuras más claras deshaciéndose en los repetidos cuadrados del suelo; las cortinas de la ducha son blancas, transparentosas; el espejo sobre el lavamanos, que muestra su figura, mucho más largo de lo normal, y a un lado es que puede ver por la pequeña ventana. La vista desde un sexto piso luce realmente bonita a esa hora, la madrugada extensa sobre la ciudad; edificios, locales, casas, calles, árboles y unos escasos jardines repartiéndose en calma a lo lejos. Los pulmones de Yuta respiran el aire fresco que deja entrar la minúscula ventana, la brisa golpea sus mejillas, y él se estira para apreciar mejor el paisaje.

Crack suenan los huesos de sus pies cuando se elevan sus talones, mientras ahora apoya sus manos sobre la cerámica clara, la de las paredes, ignorando al espejo que contrario a las ventanas, nunca fue muy buen amigo suyo.

"Estoy tan jodidamente feliz" confiesa al fin, así sea a la nada.

Y he allí la frustración del japonés. Él no debería estar feliz semanas tras la muerte de su abuelo; ese sábado en el que debería llamar a su tía para discutir el encuentro de los abogados; y esa madrugada, donde es otoño y por seguro el patio de su casa se ensucia y llena de hojas marrones y naranjas.

Pero es feliz y se siente vivo, así que eso lo señala como culpable. Por ello, y porque la ansiedad le dio un par de puñaladas, es que no puede dormir.

Ha dejado que su mano se resbale dentro de su mochila y saque las medicinas que tomaba el señor Nakamoto. Ha dejado que sus pies lo dirijan al baño, y ha dejado a la gravedad hacer su trabajo. Las pastillas caen en el agua del inodoro, él ni siquiera las ve chapotear, y entonces, con una bajadita de palanca y el sonido del agua en espiral, se deshace de todas ellas.

Ahora está más que seguro: él no quiere morir. Ahora no.

Incluso si Taeyong se tiene que quedar, él encontrará una manera de verlo de nuevo. Encontrará nuevas razones para vivir además de su querido amigo, y encontrará una manera de cuidar y mantener, así sea en sus recuerdos, la casa donde se crió con su abuelo.

Toda esta revelación divina puede ser culpa del azúcar que consumió en el parque de atracciones, de los besos, caricias y apretones de Taeyong, o simplemente, puede ser que Yuta necesitara un momento para estar triste, que lo escucharan así tal cual, que lo acompañaran, y que lo dejaran contentarse. Porque él también hizo feliz a Taeyong en el pasado y es tan tonto que nunca lo notó.









Cuando Taeyong despierta tiene la dicha de encontrarse a su amigo, ya vestido con su pijama, a su lado, mirándolo fijamente con esos oscuros ojos perlados, descubiertos, sin ningún flequillo demasiado largo escondiéndolos, y se da cuenta de que lo supo todo este tiempo. Aunque no le hayan respondido a sus "te quiero" hace unas horas, Yuta le quiere, se lo ha dicho varias veces antes, y quizá está esperando para decirlo de nuevo como él crea se debe.

¿Cómo estás? —le pregunta Taeyong, sonriendo incluso con la sorpresa de haber hablado en coreano en un acto inconsciente.

Genial —sin embargo le responde claramente el japonés: justo como él le enseñó—, ¿qué hay de ti?

Genial también —susurra— ¿cómo más podría despertar?

Se acerca, para besarle con una delicadeza indiscutible que les hace cerrar los ojos, y se sorprende por segunda vez al notar el olor a menta en el aliento del mayor. ¿Se ha cepillado los dientes? ¿Su cabello está húmedo y recortado? ¿Lleva puesta una de sus pijamas recién lavadas? No le parece justo, ¿hace cuánto despertó Yuta?

Rozan sus narices, sus manos también lo hacen sobre la cama para entrelazarse. Un débil pero no desapercibido rayo de sol les pega desde la enorme ventana de la habitación, les recuerda que deben levantarse dentro de un rato y procura, al mismo tiempo, no incomodarlos demasiado.

—Hoy vamos de viaje.

—¿Adónde? —le pregunta Yuta, volviendo a besarle.

—Ya verás —responde Taeyong antes de corresponderle.

NODS ‹ yutaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora