trece.

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Varios autos tocan sus bocinas para nada, pues el tráfico sigue terrible y no parece vaya a cambiar. Debido a esto su impaciencia incrementa, y como sabe, según sus  cálculos, que en realidad le quedan menos de cuatro cuadras, Taeyong le dice al taxista que lo deje allí. El tipo pone mala cara al aceptar su pago, y él ni se fija, está ocupado en su mente, quejándose de que habría llegado antes si tan solo hubiera escogido tomar un taxi para el metro.

Cuando baja del auto, el cielo continua con esa tonalidad rosa que estuvo observando hace unas horas por la ventana de su departamento. Ahora el arcoiris desaparecido no puede importarle menos.

Trota para cruzar hasta la otra acerca, sin ir por el rayado y sin pedir permiso cuando choca con varias personas. Los tenis blancos (y sucios) de Taeyong suenan contra el asfalto, y junto a las bocinas de los coches y el bullicio de la gente; crean una melodía que a él le sabe a impaciencia, que le huele a sorpresa y se siente como las flores. Nadie le ha pedido que se apure, pero él lo hace para complacerse a sí mismo entretanto su corazón sufre, ya que palpita con fuerza y esta se siente con tanta intensidad, con tanto poder sobre su pecho, que le cuesta respirar correctamente y el frío colándose por los agujeros tiesos de su nariz se suma a participar en su maratón. Mas él puede con eso y más, Taeyong es un dios en estos instantes.

Es un dios que baila por las calles.

Baila con la melodía urbana que permanece en su cabeza, y sonríe, puesto no recuerda la última ocasión en la cual le invadió una alegría semejante. Pasa por el cafetín de la 48, ese que visitó en el pasado con Jaehyun y Taeil, y esquiva a un grupo de personas por enésima vez, y aunque en Corea el color predominante es el gris para él; hoy es el rosado, el amarillo, el morado, y ese naranja rojizo que empieza a mezclarse con las otras pinturas en el cielo conforme avanza la tarde. Y corre, con más velocidad, las gotas de sudor resbalan por sus sienes y sus brazos se agitan de adelante hacia atrás. Taeyong es tan exagerado que incluso salta, dejando alerta a los extraños a su alrededor, quienes podrían pensar que se trata de un ladrón escapando con un tesoro inclusive, o un lunático que recién se sacó la lotería. ¡Ellos no lo saben! No tienen idea de por qué el moreno luce tan excitado, y de todas formas no importa, porque después de un rato olvidarán a Lee Taeyong, ese que entonces destaca a mansalva por su energía y su manera de moverse entre la multitud. Es imparable y audaz ante ellos cuando roza sus ropas y les hace preguntar qué sucedió, cuando les hace girarse y fijarse en su dirección, cuando despierta su curiosidad y un segundo luego su irritación.

Y al fin aquel dios uniformado encuentra su destino, está a una calle del bendito lugar. Casi de noche, le cuesta tomar aire y está despeinado, y contrastando la desesperación con la que aceleró las anteriores tres cuadras, ahora sus pies caminan despacio. Se toma su tiempo cuando pisa las primeras cerámicas del gran aeropuerto de Incheon, viéndose él diminuto por la relevancia de la estructura. En vez de preocuparse por la mascarilla que suele usar, cae en cuenta de que se cansó, tiene sed, y también hambre, y eso es claramente su culpa por salir de la forma en que lo hizo de su casa, gritándole a su padre "¡ya vuelvo!", tomando una chaqueta, las llaves, y cayéndose de las escaleras por descuidado y en consecuencia lastimándose el trasero si bien ya no lo siente. Las manos de Taeyong tiemblan, sus ojos buscan por todas partes, y uno de los guardias de seguridad no le quita la vista de encima pues viste el uniforme de colegio a tales horas, estando solo.

"¿Habré llegado a la zona equivocada?" se pregunta después de un rato, perdido, y entonces, se palmea la frente con fuerza. "¡Olvidé mi celular! ¡Sabía que se me quedaba algo!"

Quiere echarse llorar, ¿qué sabe él si Yuta ya se ha marchado? Tampoco es como si fueran a esperarlo por más de una hora de retraso.

—Taeyong —escucha, y le basta voltearse para dejar de ser un dios. El verdadero ser de los cielos es quien le llama.

Yuta le observa con una sonrisa resplandeciente en la cara, su cabello alborotado y una mochila a espaldas. De pronto él ya no está nervioso. Ahí, parado frente al japonés, no hay nada más que un simple mortal. Pero eso es excelente; se trata de un mortal completamente feliz después de todo.

 —Yuta —llama de vuelta—, ¿ya comiste? ¿Cómo estuvo el viaje?

NODS ‹ yutaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora