dieciséis.

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La cara de Taeyong está arrugada, y es demasiado graciosa mientras aprieta los ojos y tensa los labios; Yuta también quiere cerrar sus ojos, como él, y gritar, gritar sintiendo que sus piernas flotan en el aire, que se sacuden de un lado al otro, revolviéndole el estómago y el cabello mientras su amigo se aferra al cuerpo de seguridad. A Yuta le encantan los parques de atracciones (así no lo admita), las luces multicolores moviéndose y dejando una estela brillante ante sus ojos oscuros, iluminándolos al igual que las lágrimas que ya no puede contener. Finalmente grita, la gente a su alrededor le sigue y Taeyong igual, ya todos de cabeza para caer lentamente en un inicio y por el contrario rápido en la última vuelta.

Lo llaman "El extremo", Yuta lo recordará como la maldita atracción que le hizo tambalearse y tener que sujetarse de su amigo para poder bajar las escaleras, aun si el mencionado está peor que él. Se sientan en unas bancas a reposar, con cierto cosquilleo recorriéndoles el cuerpo y su respiración pausándose a cada momento. ¿Cuánto hacía que no iba a uno de esos parques? El recuerdo más cercano ese donde sus compañeros de clases se olvidaron de él en octavo grado, a lo tuvo que regresarse a casa solo. "Sin embargo, hubo muchos fuegos artificiales ese día".

—¿Quieres ir... a La bailarina ahora? —pregunta el mayor, espabilándose— Aún nos quedan varios boletos.

—Siento que mi alma abandona mi cuerpo... Pero —responde el menor, chocando contra el espaldar de la banca— si tú quieres ir.

—Parece que no estás en condiciones.

—Sí lo estoy... Solo dame unos segundos —ríe Taeyong, y le da una palmada en el hombro. Yuta la corresponde palmeando su muslo, deliberadamente dejando su mano sobre este.

Para Taeyong no hay ningún problema, y es que tocarse es una necesidad entre ellos. Es el certificado de que el otro el real, y el tacto y calor ajenos son los sellos que validan que no están soñando. El mundo a su alrededor sigue oliendo a palomitas con mantequilla y algodón dulce, a hotdogs, a hamburguesas, y ellos huelen al otro ya que incluso comparten la ropa. Es estupidísimo, como diría Jaehyun, pero a ellos les gusta y eso es lo que importa. Les gusta sentirse así, uno al lado del otro, atentos a sus palabras y a cada acción que ejercen.

Es bastante tarde cuando regresan al departamento. Los padres de Taeyong son dos fantasmas, pues no se sabe si están; empero estén o no, lo que sí saben es que no los recibirán y mucho menos van a verlos. Caminan, de todas formas, en puntillas hasta el cuarto del Lee, y apenas están en la puerta cuando Yuta sostiene por la cintura al más bajo, para plantarle un beso en la nuca. Taeyong sonríe irremediablemente y voltea, dándole un buen beso en los labios al mayor, imitándolo a la hora de apretarlo contra sí. No se despegan, ni siquiera al llegar a la cama, y cuando el menor siente su espalda rebotar sobre el colchón, Yuta, todavía encima, se quita el abrigo y la camiseta, dejando su pecho al descubierto y a Taeyong con un notario shock. Y no es que le moleste la vista; le encanta.

A Taeyong se le olvida toda la adrenalina que vivió en el parque de diversiones, la vista frente a él, que en realidad no se distingue más que como una silueta pobremente iluminada por las luces de la ventana al costado, hace que su corazón bombardee sangre con vehemencia, hasta sonrojarle los mofletes y de combo, causarle un leve temblor en las piernas. Ahora sí se arrepiente de no haberle preguntado nada sobre sexo a sus amigos del instituto; de no haber buscado detalles sobre las relaciones gay en Internet a excepción de ese patético porno que suele ver de tanto en tanto. Yuta le besa, con intensidad, ellos chocando sus pechos y sus dientes con la mayor inexperiencia. Pronto siente sus lenguas rozarse, sin siquiera un rastro de pudor.

Aquello es una locura, piensa Yuta muy para sus adentros; pero es sábado, un día antes de su cumpleaños, y sabe que lo más probable es que no vuelva a ver al coreano después de esos dos días. También es un ignorante refiriéndose al sexo, es de suponerse si le ha huido a las personas por cantidad de años, si ha evitado la amistad con sus compañeros y vecinos simplemente porque no le cayeron bien. Es de obviarse que nunca, siquiera, ha tenido una pareja con sus casi 20 años de edad. Su abuelo, conociéndolo, siempre le repitió que era muy malo depender de una sola persona en el mundo ya que esta podía irse en cuestión de un segundo. Yuta le da totalmente la razón a su familiar, porque en serio es horrible sentir que Taeyong es todo su mundo ahora, y que no hay muchas maneras de mantenerse juntos después.

Jamás fue un niño esperanzado, y es difícil encontrar una palabra que le defina mejor como adulto que cínico.

Quiere desmesuradamente que Taeyong dependa de él, que se quede a su lado; no obstante, pese a sus deseos, sabe que no es lo correcto y aun más: que es imposible. Taeyong le quiere, él es capaz de confirmarlo, pero nunca ha estado completamente solo como para arraigarse de sobremanera a alguien. Yuta, enfrentándose al hecho de que no queda otra persona sobre la faz de la tierra que se interese por él además de Taeyong, no tiene extensas posibilidades. Debe avanzar, conocer más gente, sobrevivir e ignorar las sendas ganas de morir que recientemente le tiran de la venas. Pero es tan difícil. Es difícil cuando la soledad se acostumbra a rodearte.

Gime suave, contra el oído de su amigo quien, si utilizáramos la definición correcta, sería su amante. Acaricia los brazos más pálidos, los aprieta bajo su tacto dejándoles unas tenues y breves marcas rojas. Entonces lo sucumbe la explosión del placer, haciéndolo caer como si fuera un muro de altura colosal; uno viejo, dañado por la erosión y por el abandono. Cae, sí, empero, no lo recibe el polvo del suelo, lo recibe el pecho de Taeyong, que parece un sube y baja ante el apogeo, y aquellos brazos que apretó pasan a rodearlo en un cálido y reparador abrazo. Están por poco sudados, sus cuerpos trémulos y sus almas en resonancia.

"Es tan molesto que me abrace y que me guste. Se siente tan agradable..." suspira Yuta al mismo tiempo que Taeyong, y este, por un porcentaje de curiosidad y por otro bueno de capricho, se mantiene acariciando su espalda desnuda.

"Todo esto es molesto... Siempre fui de los que no necesitaban abrazos"

"¿Qué me hiciste, Taeyong?" vuelve a suspirar. Y Taeyong, al contemplarlo ido, le lee la mente por un segundo.

—Yuta —susurra el moreno con voz rasposa en plena madrugada, sus manos reposando sobre los omóplatos de quien llama—, ¿algún día me creerás?
»Quisiera me creyeras cuando digo que te quiero como a nadie.

NODS ‹ yutaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora