ocho.

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Hay un montón de gente alrededor, muchos revisan sus celulares mientras caminan y otros, acompañados, hablan entre sí. Taeyong no está pendiente de la hora, ni de cuál es su vuelo o de si debería hacer fila en otro lugar, solo espera a que Taeil aparezca y así, al fin pueda irse. En el aeropuerto todos parecen ocupados, todos parecen sumergidos en sus propios mundos y ahora que lo piensa mejor, él también está sumergido en el suyo.

Está pensando en Yuta; en su sonrisa brillante y en la forma de su nariz, en sus delgados dedos y en su cabello lacio. Piensa en su barbilla y posterior en su cuello, en cómo su manzana de Adán se moviliza cuando bebe del té negro que prepara su abuelo y en cómo, nerviosamente, evita su mirada cada que vez que él busca contacto visual. ¡Qué tonto de su parte pensar en todo aquello! Y no porque esté mal el contenido en sí, sino porque lo piensa en presente, y es obvio que a partir de ahora, deberá dejarlo como un recuerdo, en el pasado. 

De un momento a otro le tocan el hombro, haciéndolo reaccionar. Es su primo que lo mira de arriba abajo, sin poder evitar sonreírle y apretarlo entre sus brazos. Y Taeyong sonríe igual, porque ¿para qué mentir? Le gusta que lo abracen, le gusta sentirse de esa manera: notado, recibido, y más importante, querido. 

—¿Nos vamos? —pregunta su familiar, tomando su maleta. Taeil es mucho mayor que él, mas lo gracioso yace en que es más bajo, y eso que Taeyong no ha dejado de crecer. 

Cuando ya están en el avión, el hombre nota algo despistado a su joven primo, por lo que le pregunta qué sucede, y este, en vez de responder con claridad, cuenta:

—Hice un amigo aquí.

—¿Un amigo?

—Sí —habla con cierta con dulzura el menor. Taeil supone que la cosa tal vez vaya más allá, sin embargo, no desea preguntar demasiado.

—¿Cómo se llama?

—Yuta.

La respuesta es inmediata, como la reacción de Taeil, quien tensa sus cejas y demuestra una especie de ¿extrañez? En realidad Taeyong no logra captarle del todo. Solo se percata de que a su primo el nombre, quizá, le sea familiar. Le pregunta al respecto, pero este niega con una risa forzada, y entonces, escuchan una voz que avisa están a punto de volar. 

Al estar por la nubes, Taeyong siente que los oídos se le tapan un poco, sus manos se afincan en sus piernas de la misma forma en la que su cuerpo lo hace del asiento, y de pronto, como si hubiera recordado el tema y decidiera hablar, Taeil le comenta, con una voz tranquila y más suave de lo usual:

—Yo una vez conocí a un Yuta. Por supuesto, también era japonés.

Taeyong pestañea y logra olvidarse (un mínimo al menos) de la leve sensación de mareo que le empieza a atacar. 

—¿De verdad? ¿Cómo?

—Era estudiante de intercambio cuando iba al colegio.

—¿Era tu amigo?

—Puede decirse... —Taeil lo piensa, pero lo dice de todas formas—. No obstante, él murió ya hace mucho.

—Oh... Lo lamento —responde con pena Taeyong, sintiendo que no debió sacar el tema. A nadie le gusta hablar de personas muertas.

—No, no... solo... Me parece curioso.

—¿Por qué?

—Porque yo también tenía un amigo llamado Taeyong. 

La conversación es irónica, solo para la percepción de Taeil por lo menos, quien decide dejarla por sentada, y aunque su primo intenta descifrar a qué se refería, termina por rendirse y luego de pelear unos momentos para acostumbrarse al vuelo, se queda dormido como un bebé recién nacido en su cuna.

Mientras, el Yuta que conoce se atraganta de fideos para no echar a llorar.

NODS ‹ yutaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora