8: Padrinos.

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Tengo una extraña sensación en el estómago que no me deja en paz. Se ha quedado callado durante casi quince minutos mientras lee una pequeña libreta y yo ya no sé qué hacer. He carraspeado la garganta disimuladamente, he tratado de decir algo, sin embargo, no me he atrevido a mencionar algo.

Tras al menos dos minutos, él deja de lado el libro y me mira a los ojos.

- ¿Tu paciencia no se agotó? -Pregunta-. Yo hubiese dejado esta oficina desde hacía mucho rato.

-Pude haberlo hecho -asiento con la cabeza-. Pero no lo hice y está bien. No importa.

-Maravilloso -asiente con la cabeza-. Estuve hablando con tu padre hace unas horas. Tu hermana se va a casar.

-Lo hará.

-Y nosotros debemos ir a esa boda como una pareja verdaderamente casada -dice y el corazón se me acelera-. Soy padrino de Branden y me han pedido que seamos padrinos de boda; el abogado ha dicho que podrían darse cuenta del enredo en el que te ha metido tu padre e irían a la cárcel, incluyéndome. Es necesario que portes un anillo y algo que diga que estamos... legalmente casados.

Por primera vez, me veo reacia a hacer algo que no quiero. Pienso que él me prometió que no haría nada de lo que yo no quisiera y no lo pienso hacer. No me casaré con él. Además, ¿qué edad podría tener? No parece mayor de los treinta, eso lo hace casi seis años mayor que yo. Me rehúso a hacer algo como eso, ¡y más para Amelia, que parece odiarme cada vez más!

-No -digo, aunque sé que no tengo juicio en esto-. No, por Dios, no. Jamás.

-No está a tu disposición -me recuerda-. Tendrás que hacerlo, simplemente hacerlo y ya.

-Estás loco. ¿No te parece suficiente ya con tomarme como un premio? ¿No te es suficiente alejarme de mi familia para esto? ¿O hacerme vestir de esta forma? No quiero ni me casaré contigo -escupo-. No lo haré. ¡Ya no puedo soportar que hagan esto conmigo!

- ¡He dicho que esto no está a tu disposición! -Grita tan fuerte que me hace sentarme de golpe-. ¡No es mi culpa que tu familia te haya vendido! ¡Puedo hacer lo que se me plazca!

-Pues no conmigo -replico también gritando.

Me levanto de la silla y sin querer tirarla, salgo de la oficina casi corriendo y busco alguna forma de salir de esta casa. Yo no quiero vivir así. No es lo que soy, no es lo que quiero ser.

Necesito escapar, ampliar mis horizontes y vivir como lo he planeado para mis hermanas. Ellas no lo quieren, aunque pueden, y yo que quiero, tengo que hacer que se pueda.

Él me toma del brazo y me jala hasta mi habitación, donde me encierra como si nada.

- ¡No saldrás de ahí! -escupe furioso-. No te puedes ir hasta que tu padre me diga que me pagará el dinero o que tú quieras que estén en la cárcel, incluyéndote.

Miro la puerta como lo haría un reo y volteo hacia la que es mi cama. Miro a mi alrededor y no puedo evitar sentir que las lágrimas me inundan los ojos. Escucho su respiración agitada tras la puerta y puedo sentir cómo la mía es igual, aunque no por el enojo. Es más por la tristeza de no poder hacer esto como yo quiero.

Me siento en el piso y dejo que las lágrimas fluyan. Él se va y la noche pasa, también la madrugada, pero mis lágrimas no lo hacen. Y me rehúso a que Angie entre y me vea de esta forma, así que me encierro en la habitación, y previamente en el baño. Ella toca, y toca, y toca la puerta, pero no respondo. Entonces llega él.

Casi derrumba la puerta, con sus manotazos fuertes y seguros, con verdadera imponencia. Los latidos de mi corazón se vuelven casi como caballos corriendo y el miedo me atenaza las entrañas, pero no me muevo de mi lugar. Ya no quiero ser utilizada, no quiero ser sumisa a lo que sea y ya.

- ¡Abre la puerta! -grita furioso-. ¡Amaia, abre la maldita puerta ya!

- ¡Tú me has dicho que no saldré de aquí! -grito de vuelta, envalentonada-. ¡Pues no lo haré!

- ¡No puedes vivir encerrada toda tu vida en ese cuarto!

- ¿Ah, no? -Salgo del baño y me paro frente a la puerta-. Pues he iniciado a hacerlo.

- ¡Abre la puerta! -grita y golpea más duro.

-Así no se resuelven las cosas, señorito -lo regaña Emeliette llegando-. A ver, niña Amaia, salga de la habitación. Es hora de desayunar, cambiarse y darle la bienvenida a un nuevo día. ¡Y mi niño Adam se va a disculpar contigo por haberse portado mal!

La idea resulta bastante interesante, pero sé que no voy a salir hasta que no se escuche de boca de él.

- ¡No pienso disculparme con ella! -grita, y lo hace como si me lo dijera más a mí que a la señora Emeliette.

- ¡Y yo no saldré!

- ¡Pues no salgas! -Grita-. Ya tendrás hambre y querrás salir.

- ¡No lo haré!

La señora Emeliette bufa y le dice algo que no logro escuchar muy bien, entonces él se va bufando del lugar. Yo me dejo caer sobre el baúl pegado a mi cama y miro al techo con frustración. Se siente bien rebelarse de vez en cuando.

-Ya se fue, señorita Amaia -dice Emeliette.

Yo me acerco a la puerta y dejo que ella y Angie pasen a mi habitación. Al verme, ambas notan mi terrible aspecto y me ayudan a vestirme como una señorita. Luego, me confiesan que han escuchado todo lo que pasó anoche y que ahora saben por qué me siento tan mal en la mansión, y por qué Adam nunca había hablado de mí con ellas.

No consiguen hacer que salga del cuarto, así que Angie trae un poco de comida para mí al cuarto. Yo le agradezco que haga tal cosa y ella me dice que de todas formas él le hubiese ordenado que lo hiciera. Me confiesan que en realidad, nadie suele enfrentarse a él y que les ha sorprendido demasiado el hecho de que yo haya sido quien lo enfrentó. Y me digo a mí misma que soy una estúpida.

-Cualquier cosa que necesites -me dice la señorita Emeliette-. Díselo a Angie y ella lo traerá para ti.

Tan solo asiento con la cabeza y le aseguro que así será, aunque no quiero pedirles nada. Angie pasa contándome un sinnúmero de cosas muy graciosas durante toda la mañana, y me tomo el tiempo también, de contarle acerca de mi libro favorito.

A la hora del almuerzo, las cosas se tornan muy incómodas. Naiely llega a comer a mi cuarto mientras Nanette se queda con Adam en el comedor. No me sorprende que Nanette se quede, me sorprende que Naiely llegase a mi habitación.

Por la tarde, Nanette se asoma y jugamos un largo tiempo con un castillo y cuatro Barbies. Nos probamos ropa y las maquillo como puedo, dejándolas como todas unas reinas de la belleza.

Angie se las lleva en la noche y me trae unas cuantas galletas con leche, de paso. Me desea buenas noches y se va a dormir por órdenes mías. Yo también trato de dormir, sin embargo, hay algo que no me lo permite. Ya no tengo el libro, Victor se lo fue a dejar al señor Arthur, no hay nada por hacer en esta habitación y la noche no parece estar mejor.

Entonces alguien toca la puerta de mi habitación. Me sorprende que alguien lo haga, porque Angie simplemente entra y Emeliette llama mi nombre. Nanette y Naiely están dormidas a estas horas y la única opción lógica que queda es Adam. Una parte de mí quiere creer que no es él, que es Víctor o Antonio, pero la parte más sensata sabe que sí es él. Lo tiene por seguro.

Me acerco a la puerta y coloco mi mano en el pomo de la misma, apunto de abrirla, entonces él habla.

-Lo siento, Amaia -dice-. Sé que te prometí que nada que no quisieras pasaría, y lo siento. Esto me pone los pelos de punta.

Quiero decir algo, pero me he quedado muda.

-Hoy Naiely me dijo algo que me hizo comprender lo idiota que fui al tratarte de esa forma -comenta-. Eres una dama, sea como sea, mereces un buen trato. Quiero de verdad que estés conmigo; porque sé que con tu familia sufres.

Quiero corregirlo, decirle que no sufro con mi familia, pero me callo.

-No quiero molestarte, simplemente quiero que sepas que... si quieres hablar conmigo, puedes llamarme -dice-. De alguna forma lo resolveremos, juntos.

Belleza y RencorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora