Consigo hacer que Sean acepte ir conmigo a ver la mansión que papá me dio para conocer mejor el lugar en el que viviré, para saber qué le falta y qué se necesita de verdad.
No queda demasiado lejos de la mansión de Adam. Tal vez a unos quinientos metros o menos. Es un lugar precioso, lleno de plantas y hojas secas, a pesar del tiempo que lleva abandonada, todo está intacto. Cuando entramos a lo que parece ser un castillo -al menos, para mí lo es-, rebuscamos por todos lados las cosas. Y al final, lo único que hace falta en la casa es una buena limpieza, y Sean me ayuda con lo primordial; limpiamos ventanas, barremos y sacudimos el polvo de los muebles emplastecidos, limpiamos el piso con agua y jabón, o al menos, la mayor parte de la mansión. Y no terminamos hasta las doce en punto, tan solo para almorzar. Pido una pizza con ayuda de Sean y seguimos nuestro trabajo de limpieza.
Mientras yo limpio la cocina, él se encarga de barrer las hojas secas y el corredor, mientras yo limpio el ático, él limpia las cuatro otras habitaciones, mientras yo limpio las escaleras y la sala, él limpia el gran comedor y es así como terminamos a las cuatro de la tarde, cansados y sudados, con los pies adoloridos y felices.
-Podrás venir a vivir aquí conmigo -le digo-. Planeo darle cada centavo a Adam y estaremos juntos, Sean.
-Esto suena perfecto -dice y suspira-. Cómo me hubiese gustado que mamá estuviera con nosotros.
Sean siempre fue el varón más apegado a nuestra madre, él y yo fuimos siempre más unidos por ser los más conformistas y desastrosos. Pasábamos jugando y saltando, y a veces desobedecíamos por conseguir un poco de alegría que terminaba por volverse una ola de problemas con nuestros padres. Pero nunca, jamás y nunca, nos odiamos entre nosotros. No éramos los hijos perfectos, pero tampoco éramos los peores y está bien, suele pasar.
-Ya lo sé -respondo, dejando de lado la escoba-. Será mejor que vayamos con Adam. No sabe que estamos aquí y puede que no lo haya notado, pero no importa demasiado.
-A sus órdenes mi capitana.
Caminamos de vuelta, y parece que en realidad, caminamos seis kilómetros y no quinientos metros. Al llegar, Antonio, Víctor, Angie y Emeliette casi nos ahogan de preguntas y tan solo les decimos que ya no hay más por qué preocuparse. En realidad, no por nosotros.
Preparamos mi maleta; la misma maleta sucia y vieja, llena de mis harapos de trabajo y apenas un vestido precioso, mis zapatos y mi único libro. Sean se la lleva y no llama la atención con eso, le pido que por favor, consiga cinco mil euros y que ya luego se los pagaré, tan sólo para librarme de Adam.
Ya no me necesita más. Tiene a Helena, se ha divorciado de mí y apenas si consigo una mirada suya. No necesito tenerlo siempre conmigo, cada instante, cada segundo... no, yo solo quiero que todo esto acabe. Si él me amara... si él me amara como lo hago yo, esto no sería necesario y le prestaría la mansión a Sean, pero no se puede. No puedo cambiar las cosas.
Sean vuelve por la noche. Me entrega el dinero que le he pedido y me avisa que ahora en la mansión ya hay agua, luz y cable de TV, que él mismo se ha encargado de pagar esos servicios. Entonces me siento preparada para poder despedirme de Adam.
Atravieso el pasillo que da a su cuarto y toco la puerta con cuidado. Él murmura un «pase» y yo entro, como si me doliera una pierna.
-Oh -murmura al verme-. Pasa, Amaia.
Cierro la puerta detrás de mí y dejo los cinco mil dólares sobre su escritorio. Él levanta la vista extrañado.
- ¿Qué es esto? -Pregunta-. ¿Lo has encontrado en mis pantalones? Amaia, solo se los hubieras dado a Angie y...
-No -lo corto-. Es el dinero que mi padre te debía.
- ¿Qué?
-Al parecer, para que todo volviera a nosotros, él debía morir -explico-. Y he decido reembolsarte el dinero que te debía. Me ha dado una mansión y muchas cosas que no se comparan con su amor, pero me harán... necesitarte menos a ti.
Su rostro ahora es de verdadera preocupación, me hace sentir como la mala de la historia justo ahora.
-Me voy -aclaro-. Hoy mismo, y solo quería darte el dinero.
Él se pone de pie de inmediato y se coloca frente a la puerta. No comprendo su histerismo, porque el día de ayer me ignoró, o durante todas estas semanas lo ha hecho. No le pertenezco, no soy importante para él.
- ¿Cómo que te vas?
-Necesito alejarme de ti -explico, y me duele ser tan directa-. Ya no puedo seguir así.
-Amaia, no, por favor, no, ¿qué haces?
- ¿Cómo que "por favor, no"? -cuestiono-. Adam, he estado hablando con la pared. No me hablas, no me tocas, no me dices nada y ni siquiera me ves. Siquiera una mirada, siquiera una palabra... pero nada.
»Quise comprenderte, trabajas y yo no puedo ser siempre tu prioridad, pero... pero así no puedo -digo-. Ya no quiero esto para mí.
-Me prometiste que no te irías -escupe.
-Las promesas se rompen -gruño-. Te divorcias, te alejas, te vuelves todo eso que creí que no eras. Me pregunté muchas veces qué de malo hiciste para que Helena te abandonara y te amé, Adam. ¡Ni siquiera te importó hacerme daño! Me veías, derrumbándome ante ti, y fingías que nada pasaba. No te importé, no te importé y jamás te importaré como ella.
- ¿Ella? ¿Quién es ella?
-La mujer con la que te casaste hace años, la madre de tus dos hijas, la verdadera señora Voinchet -respondo-. Aléjate, no hagas esto difícil.
-No es fácil.
-Corrijo, no me hagas esto más difícil de lo que ya es -le digo-. Además, ¿por qué te importa tanto que me largue? Helena está ahora contigo.
Él se hace a un lado y me deja pasar ahora.
-Espera -dice-. Yo... yo... ¿he escuchado mal o dijiste que me amaste?
-No, no escuchaste mal -digo-. Te amé.
Doy media vuelta sobre mis talones y camino hasta Sean. Mi hermano me ayuda a caminar y no me da tiempo ni de despedirme. Me encuentro con Helena en la entrada y ella ni siquiera me da atención. Es mucho más bella en persona que en fotografías y la envidio. No solo la envidio, también, me odio.
ESTÁS LEYENDO
Belleza y Rencor
RomanceEra quien robaba las miradas de las personas, no era el hecho de que su aspecto era aterrador, también era porque sabían quién estaba con él. Era la maldad, en todo su esplendor, opacador y desgraciado, al lado de la belleza y dulzura de aquella jov...