22: Hermanos.

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Nanette y Naiely me saludan casi a gritos. Se despiden de su amiga, Juliette, y corren a abrazarnos, a Adam y a mí. Luego, subimos al auto y ellas nos relatan todo lo que pasaron, felices y contentas.

Nosotros confesamos que pasamos también unas buenas "vacaciones" y ellas dicen que nos extrañaron demasiado. Todo resulta casi demasiado mágico para ser verdad.

Emeliette nos prepara un almuerzo riquísimo y nos mima durante un largo rato, con postres, ayudándonos con las maletas y comentando que mis rosas crecen muy rápido. Adam se dedica a trabajar toda la tarde, recuperando el tiempo que perdimos en el campamento y procuro ocultar los moretones que llevo en el cuello, sus manos marcadas alrededor de mis muñecas y las mordidas en las mejillas.

Fue algo a lo que, por el resto de mi vida, le llamaré la cosa más hermosa e inolvidable que pudo pasarme. Su manera de tratarme, sus manos recorriendo mi piel, nuestra piel junta... todo. Nunca me trataron mejor que como él lo hizo y he quedado maravillada.

Nanette y Naiely se dedican a jugar en la piscina con unas casitas inflables y pelotas de plástico, yo me siento a verlas y a decir quién marcó puntos y quién no. Todo resulta natural, de la manera más tranquila posible. Entonces Adam me avisa que ha ocurrido un problema mientras nosotros no estuvimos.

Al parecer, en una de sus mansiones -yo no era consciente de que él tenía más- fue alterada la seguridad y se llevaron unas cuantas cosas, no de gran valor, pero deben ir a ver. Se llevará a Víctor, Antonio y a Emeliette con él. Angie estará en la ciudad con su marido y Geovano tendrá el día libre. Por tanto, mañana yo debo cuidar de Nanette y Naiely.

Le aseguro que está bien, que al menos llevaré a cabo mi plan del picnic con ellas. Me besa en la frente y me dice que soy libre de hacer lo que se me plazca en la casa, siempre que no termine lastimada o algo peor.

Por la noche, me encargo de ayudar a las gemelas a vestirse y acostarse cómodas. Les leo un cuento corto y no me canso de hablar con ellas, ellas terminan por cansarse de gritar y saltar, y no es hasta que están completamente dormidas que salgo del cuarto.

Adam está sentado en una de las sillas del desayunador, con las manos entrelazadas, hablando con Emeliette sobre qué harán en la mansión que fue asaltada. Yo también me preocupo, y me siento culpable de que Adam no se haya enterado antes ya que estuvo distraído mimándome.

-Creo que será mejor que vayamos a dormir -dice y besa la sien de Emeliette-. Descansa, Emeliette, mañana nos espera un viaje largo.

Ella nos desea buenas noches y se va a dormir. Yo le sirvo un poco de té a Adam, para calmar sus nervios y luego nos vamos a la cama. Dormimos juntos, nuevamente, aunque esta vez, no me molesta tanto el que duerma sobre mí. Me hace el amor y me hace sentir bien, tras haberlo hecho, diciéndome lo mucho que me necesita y lo mucho que ha llegado a quererme, y yo también le digo lo mucho que lo quiero y lo necesito.

Por la mañana, cuando despierto, es gracias a Adam. Me llena de besos y se despide de mí con uno aun más profundo. Le pido que se cuide, que cuide de todos y que no se preocupe por mí ni por Nanette y Naiely, yo sabré cuidarlas bien.

Me quedo en la cama unos diez minutos, luego me dedico a preparar algo rico para desayunar con Nanette y Naiely. Ellas llegan cuando apenas estoy haciendo los huevos revueltos y me ayudan a servir la mesa sin mucho esfuerzo, demostrando nuevamente que son niñas muy inteligentes.

Las envío a ducharse luego de jugar casi una hora entera con ellas, y aprovecho para también darme una ducha. La hago lo más corta posible y me visto cómoda. Ellas son demasiado inocentes para saber por qué estoy tan marcada.

Jugamos un largo rato en el patio, les leo cuentos y las ayudo a cambiar un poco su cuarto. A la una de la tarde inicio a hacer el almuerzo, y trato de engañarlas con un poco de postre. Mientras el arroz está y yo pongo la carne en la olla, alguien toca la puerta.

Las niñas hacen ademán de ir, pero me adelanto y abro la puerta. Casi se me cae el alma al piso al ver el rostro de Samuel, Saint y Anabelle frente a mí, con cosas de jardinería en sus manos.

Me empujan y entran como si fuese su casa y yo coloco a Nanette y a Naiely detrás de mí para protegerlas. Si el caso es que vienen para herirme, preferiría que me hirieran a mí y no a dos niñas tan indefensas.

-Hermana -saluda Anabelle sentándose en el sofá-. ¿No nos vas a dar algo de tomar?

- ¿Agua o... jugo de naranja? -pregunto, aunque tengo un mal presentimiento.

-Agua, agua -responde Samuel, y me fijo que su cara está aún marcada por los golpes que Adam le propinó.

Sin querer dejar la sala sola, le pido de favor a Naiely y a Nanette que traigan agua para mis hermanos. Me siento mal por usarlas de esa forma, pero no quisiera que mis hermanos hicieran algo malo. Las cosas de jardinería que traen no me dicen nada bueno. Geovano es el único jardinero y tiene el día libre, además, Adam no me avisó de que alguien llegaría a limpiar o ayudar en el jardín.

-Quita esa cara, Amaia -me ordena Saint-. ¿Qué tanto nos ves?

-Me ha tomado por sorpresa, solo eso -respondo con un hilo de voz.

Nanette y Naiely me entregan los vasos de agua y yo se los sirvo, no queriendo que se les acercan a mis hermanos.

- ¿Es que tenías miedo?

-No, no, en absoluto -trago duro-. Ya saben que es muy difícil verlos por aquí y...

Saint se acerca y de pronto, me golpea. No sé cómo lo hace, pero con un movimiento rápido, termino arrodillada frente a él, con la cara ardiente. Me ha dado con la pala. Alejo a Nanette y a Naiely, quienes inician a llorar, aterradas. Intento ponerme de pie, pero Samuel es demasiado rápido, me lanza contra el piso y tira de mi cabello con fuerza.

- ¡Nanette, Naiely! -Grito-. Enciérrense en la oficina de su padre, y no salgan hasta que yo vaya. ¡Ya!

Anabelle ni siquiera consigue tocarlas, escucho el sonido de la puerta de la oficina cerrándose y me siento feliz de que al menos podré protegerlas.

- ¿Por qué tan indefensa? -Pregunta Anabelle-. ¿Dónde está tu querido esposo?

-Está por venir -replico con seriedad.

Samuel me da otro golpe y yo casi corro a mi habitación. Estoy a punto de llegar, pero el peso de unas tijeras en mi espalda me hacen caer. El dolor es tan grande que casi no puedo ni respirar, y todos los sentidos se me nublan.

-Vas a pagarlo, Amaia, todo -escupe Anabelle-. Por haberme quitado siempre lo que era mío, por ser siempre tan mojigata, tan maldita, por haber arruinado la boda de Amelia, por olvidarte de nosotros mientras vives en esta mansión, por haberte enamorado de esa maldita monstruosidad y habernos arruinado. Vas a sentir el verdadero dolor, y nadie te querrá, llena de cicatrices, como una asquerosa y horrible larva.

-Pagarás lo que tu maldita bestia me ha hecho, Amaia, y me iré al infierno feliz -escupe sobre mi cara-. Me revolcaré en el fuego feliz y ahí te veré, maldita zorra.

Golpea tan fuerte mi cuerpo, los tres lo hacen, que ni siquiera dejan que las lágrimas salgan de mis ojos. Y sin darme cuenta todo se torna oscuro para mí, y los odio con el alma.

Belleza y RencorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora