No consigo dormir durante toda la noche, a pesar de que me pesan los párpados. Por la mañana nadie se acerca al cuarto y me siento bien de poder estar un largo tiempo a solas.
Cuando ya no aguanto estar haciendo nada, decido que es hora de salir. Me doy una ducha y me visto con una camiseta azul y shorts, no me pongo zapatos, no me dan ganas de usarlos. Y ni siquiera me detengo a ver mi cara en el espejo. Sé que debo tener un ojo inflamado, los labios hinchados y debo tener tal vez, un hematoma en la mejilla, o la nariz hinchada. Mi cara duele demasiado para poder averiguar dónde me ha golpeado peor.
Los pasillos se ven vacíos y no se escucha ni siquiera el ruido de Emeliette rondando por la cocina. Los gritos de Angie no parecen existir y ya que Víctor y Antonio son los únicos que no se mantienen del todo en la mansión, no me molesto en buscarlos.
En la cocina veo a Emeliette, está preparando una tetera con hierbas y agua caliente. Al verme, bendice al cielo mil veces y a la vez, se entristece de mi aspecto. Es ridículo, porque he sentido eso. Cuando te alegras de que alguien esté vivo, pero te entristece el ver su imagen desfigurada. A Samuel y a Saint los golpeaban siempre, y yo debía ayudarlos a sanar, por eso, la vez en la que le hicieron daño a Adam, pude ayudarlo con facilidad.
- ¿Quiere desayunar algo? -Me pregunta-. Le diré a mi niño Adam que ya ha despertado. Ha estado muy preocupado por usted.
-Gracias, Emeliette -digo con amabilidad-. Yo me serviré, no te preocupes. ¿Para quién es ese té? ¿Adam tiene visita?
-El señor alcalde está en la mansión -explica-. Pero niño Adam me ha dicho que no importa con quién esté, que él vendrá a verla.
-No le digas que estoy despierta -le pido, sirviéndome un poco de leche fría-. Iré a ver mis rosas y ayudaré a Angie a lavar la ropa, Adam debe estar muy ocupado.
-De acuerdo -contesta, pero sé que no está muy segura.
Toma la tetera y la coloca sobre una bandeja junto a un plato de galletas de trigo y tres tazas de porcelana. Supongo que la esposa del alcalde debe estar en la casa también, así que no le pregunto nada más.
Tras desayunar, voy al cuarto y aliño la cama. Arreglo los cojines y quito unas extrañas manchas de sangre; mi sangre es mucho más clara, por lo que supongo que es sangre de Adam. El corazón se me encoje de solo pensar lo herido que estaba anoche, y también de lo agresivo que se portó. El miedo que nunca antes sentí, lo sentí ayer de solo verlo golpear y dejar medio muerto a Samuel. Y me pregunto cómo estará Samuel justo ahora.
Luego de limpiar el cuarto, paso al jardín. Las rosas empiezan a sacar unos pequeños palitos y me siento orgullosa de lo que están logrando mis pequeñas. Busco una pequeña rama de árbol y la utilizo para sostenerlas, las riego y les echo un poco de abono. Suena como una locura, pero también les hablo; ellas escuchan y obedecen, y son coquetas, les encanta cuando les dicen lo bellas que serán o son.
Justo estoy levantándome del suelo cuando veo a una señora tomada de la mano del señor alcalde. Adam sale junto a ellos como si fuese una corta visita y al verme casi corre hacia mí.
-Amaia -me toma entre sus brazos y besa mi nariz-. ¿Te sientes bien? ¿Quieres ir a un hospital?
Yo lo alejo lentamente y lo veo fijamente. Su labio peor que el mío, con rasguños en la cara y el cuello, y un montón de hematomas alrededor de la cara. No puedo evitar abrazarlo y pedirle mil veces perdón por todo lo que pasó ayer.
-No fue tu culpa -dice y besa mis manos-. Olvídalo, Amaia.
Me arrastra con él hacia los dos señores y me presenta como su esposa. Ambos me saludan con amabilidad, tratando de no inmutarse por mi cara dañada. Me alegra el respeto que consiguen tenerme, y también me alegra que Isabelle -la esposa del alcalde- me reconozca como Amaia, la chica que regalaba rosas en el mercado. Me confiesa que tiene un jardín de rosas hecho solo con las rosas que yo le di y que lo cuida con el alma, y rápidamente hacemos amistad.
Adam y Francisco nos dejan solas y se dedican a pasear por los jardines mientras mantienen charlas sobre negocios.
- ¡Tienes que darme semillas! -exclama.
-Tengo algunas -respondo feliz.
Tomo de una canastita llena de cosas que Geovano usa para limpiar las plantas, cortarlas y mantenerlo todo en orden y de ella saco dos bolsitas de semillas. Se las obsequio a Isabelle y hablamos durante un rato sobre las plantas.
-No me parece que Adam nos haya mencionado una boda -dice tras un rato de silencio.
Los nervios se me ponen a flor de punta y no puedo evitar toser como si me ahogara. Ella me ayuda a recomponerme y suspira.
-Bueno, no hicimos nada en especial -explico-. Fue aquí en el patio, solo él, las niñas, Emeliette, Angie, Víctor, Antonio y yo.
-Oh -dice-. Bueno, siendo así... pero se casarán de nuevo, ¿no? Con fiesta y esas cosas. Tenemos que darles regalos y verte vestida como una hermosa novia.
-La verdad es que no lo sé -digo, y en realidad quiero decir que es totalmente imposible-. Pero no te preocupes, no hay necesidad de regalos.
Ella tan solo asiente con la cabeza y me explica que han sido amigos de Adam desde que estaban pequeños, me explica que conocieron a Helena y lo mucho que les entristeció "la noticia" cuando se enteraron. Estuvieron apoyando a Adam un tiempo y estuvo bien, se los agradezco de verdad. Me cuenta lo difícil que fue para él el tener que pasar por aquello y lo mucho que les sorprendió cuando se dieron cuenta de que se había vuelto a casar, mucho más conmigo.
Pasamos casi toda la tarde con ellos. Hablamos sobre cosas triviales y algunas sin sentido. Le enseño a Isabelle a preparar el postre y dejando de lado a Emeliette, ambas nos encargamos del almuerzo.
La familia Yorkshire se va a las siete y media, y Angie sale vuelta loca, confesando lo poco que soporta a Isabelle, por ser demasiado dulce y de voz chillona, yo río y Adam solo la regaña con la mirada.
Ambos subimos al ático y le leo durante casi dos horas seguidas, llegando casi a la mitad del libro, queriendo seguirlo, pero muertos de sueño.
- ¿Hoy puedes dormir conmigo? -pregunta, mientras bajamos las escaleras para cenar.
Yo lo veo a los ojos y niego con la cabeza. No dormiremos, o es un mensaje implícito para tener... sexo, o querrá que lea toda la noche para él. Además, le gusta abrazarme y yo pago todo con buenos dolores en la espalda al final, dormimos de más y termino por sentirme mal por no ayudar a Emeliette y Angie en los quehaceres de la casa.
- ¿Por qué?
-Porque está mal.
- ¿Qué está mal en que yo pida dormir con mi esposa? -pregunta y no me pasa por alto el tono seguro que usa para decirlo-. Es algo que, de hecho, hacen siempre los esposos.
-No estoy lista para eso -admito-. No creo que...
-Será solo dormir -me abraza por la cintura, y quiero golpearlo porque sé que si hace eso no podré resistirme.
-No, Adam...
-Vamos, nada más dormir... si quieres podríamos... ya sabes...
- ¡Adam! -exclamo-. ¿Ves a lo que me refiero?
-Yo me refiero a que leas para mí -dice con fingida inocencia-. A menos que tú quieras otra cosa... no me molestaría, eh.
-No, no vas a convencerme de dormir contigo -me doy media vuelta, beso sus labios y retiro el cabello de su frente-. ¿Qué tal si mejor mañana vamos a un picnic?
-Eso sería más para Nanette y Naiely que para mí -replica con aburrimiento-. Mejor vamos a un lago, rentamos una cabaña y la pasamos solos tú y yo... ¿qué tal?
- ¡Picnic será! -Exclamo, como si estuviera de acuerdo con mi idea del picnic-. ¡Emeliette! ¿Me ayudarías con una canasta para picnic?
Adam bufa, casi resignado, y me sigue sonriendo por toda la casa. Sé que le terminará gustando el estar juntos en un picnic, no iremos lejos; atravesáremos alguna montaña, recorreremos algún río y nos sentaremos a ver los lugares más preciosos de Pèrouges. Conozco bien esa tradición; mi familia, cuando no estaba rota, lo hacía.
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Belleza y Rencor
RomansaEra quien robaba las miradas de las personas, no era el hecho de que su aspecto era aterrador, también era porque sabían quién estaba con él. Era la maldad, en todo su esplendor, opacador y desgraciado, al lado de la belleza y dulzura de aquella jov...