12: Lectura.

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-Pienso entonces las cosas que sus verdaderos amigos han dicho de ella: «maravillosa», «divertida», «hermosa», «cariñosa». «Querida». Megan cometió un error. Son cosas que suceden. Nadie es perfecto. -Finalizo de leer la última página de un capítulo y miro a Adam, sentado en la silla frente al desayunador.

- ¿Ya has terminado? -pregunta.

-Bueno..., es bastante tarde y tengo sueño -respondo adormilada-. Tú también deberías ir a dormir.

-Quiero que me leas un poco más -dice-. Es que... es muy lindo.

No puedo evitar reír. Quisiera seguir leyéndole, sin embargo, sé que no es la mejor idea. Mañana iré al pueblo con él por algunas cosas que necesitan en la mansión y debemos ir muy temprano ya que debemos ir a dejar a Nanette y Naiely a casa de una de sus amigas, fuera del pueblo. No tendré descanso y no quiero desvelarme, ya serían dos noches seguidas y los ojos no me dan para eso. Estoy lo suficientemente agotada como para caer sobre la cama y dormir durante horas hasta que me duelan los ojos por tanto dormir.

-Mañana te seguiré leyendo en el auto, en el mercado y de camino con Naiely y Nanette -le digo-. Te lo prometo, Adam.

-Por favor -suplica-. Un capítulo más.

-Ten -le entrego el libro abierto-. Tú puedes seguirlo leyendo, yo ya no quiero estar despierta.

Él niega con la cabeza y se levanta de su lugar antes de tomarme de la mano y llevarme por el pasillo que da a su habitación y su oficina. Abre una de las puertas y me pide que lo espere mientras él se encierra en el lugar. Miro el libro y quisiera leer más, para saber qué ocurre con la chica, pero no puedo hacerlo. Tras un rato, Adam abre ambas puertas y me deja pasar a su cuarto.

Entro con los nervios a flor de piel, y a pesar de que esperaba una habitación ordenada y realmente limpia, no me sorprendo de ver el terrible desorden que mantiene en ésta. Libros tirados en el piso, cuadros rasgados, las paredes rayadas y vidrios rotos por todas partes. Sobre la cama una fotografía de una mujer preciosa descansa y me pregunto quién o qué significa para Adam. Él nota que ha olvidado ese detalle y la quita del lugar, metiéndola en un cajón de las mesitas al lado de su cama.

-Sé que no es la mejor parte de la mansión -dice-. Pero quiero que te acuestes en mi cama y me leas, aunque quedes dormida.

No puedo evitar sonreír enternecida, más por su manera tan nerviosa de expresarme que desea que lea para él que por las palabras. Así que, sin pensármelo dos veces me siento en su cama. Él toma asiento en un sofá largo y se acurruca con una manta, sonriente como un niño con un nuevo regalo.

Y leo unos cuatro capítulos más para él. Durante casi dos horas me la paso leyéndole los sucesos que debe pasar Rachel para saber qué ha sucedido, y a pesar de que quiero continuar leyendo, no lo consigo. Él se duerme a mitad del siguiente capítulo y decido no seguir sin él, porque me ha gustado leerle un poco, así que lo levanto y lo ayudo a acostarse en la cama grande y fresca que mantiene como suya.

Estoy justo por irme a mi cama cuando él me hace caer a su lado de manera rápida. Trato de alejarme, pero me tiene sostenida como una niña sostendría un peluche para protegerse de los monstruos que la atacan por la noche.

-Adam, tengo que ir a dormir a mi cuarto -susurro a su oído.

Él se da vuelta y nuestros labios casi se tocan. Trago duro ante la cercanía de nuestras pieles y el sentir su mano alrededor de mi cintura. Él está demasiado adormilado para notar el efecto que está causando en mí.

-Quédate a dormir -susurra-. No voy a hacerte el amor. Te prometo que no hoy.

Se cierra y me aprieta contra su cuerpo, suelta mi cabello y hunde su cara entre mi cuello, aspirando el aroma de mi cabello. Sonríe y cómodamente se aferra más a mí. No me queda más opción que dejar que me aplaste contra él, a la espera de que me deje libre, pero ese momento nunca llega y las luces se apagan. El sueño que tengo se hace tan grande que me veo obligada a dormir a su lado, acurrucada como un bebé, aspirando su aroma varonil.

La mañana llega, y me sorprendo cuando en realidad no son los gritos de Angie lo que me despierta. El peso de un brazo alrededor de mi cuerpo me hace recordar adónde estoy y además, el terrible desorden que hay en el lugar. Quiero saber por qué, saber qué es lo que puede ser tan valioso para mantener esto tan mal, pero jamás me atrevería a preguntarle.

Me fijo en el reloj colgando de la pared y me sorprendo al saber que son casi las diez de la mañana. Salto de la cama, con los zapatos puestos y muevo a Adam de un lado a otro. Él suspira, se da vuelta y abraza a una almohada.

-No -gruñe.

- ¡Vamos, despierta, es tardísimo! -exclamo.

-Son las cinco de la mañana.

-No, son las diez -replico y él abre un ojo con total inocencia.

Al verme, se da cuenta de que esto no es un sueño extraño en el que quien lo despierta es su madre para poder ir a la escuela. Soy yo, Amaia Foissard, su prisionera. Se levanta de golpe y casi me pasa llevando en busca de quién sabe qué.

Abre la puerta de su habitación y grita a Angie que llegue de inmediato. Ella aparece en la puerta, con inocencia en la mirada y nos dice que nos miró tan bien dormidos que no quiso molestarnos. Nos avisa que ha alistado a las gemelas y que todo está listo para su viaje, tan solo falta el que pasemos por las cosas al mercado.

Salgo casi como un rayo de la habitación de Adam y me doy una ducha en la mía. Me pongo una camisa blanca, un short de color crema y un par de sandalias cafés. Dejo mi cabello suelto, aunque aparto los posibles cabellos rebeldes de la cara con un pañuelo en la cabeza. Preparo mi canasta y saco siete euros que tenía ocultos por si necesitaba algo más. Entonces salgo de la habitación y me encuentro con Adam cerrando la pretina del suéter de Naiely muy mal.

Me agacho a su lado y lo ayudo, y sin siquiera haber desayunado, nos vamos. Adam se queja durante un largo rato, hasta que yo saco el libro de la canasta y sonríe encantado. No leo, solo le digo que si se tranquiliza, le leeré todo lo que quiera. Y de hecho, lo hace.

En el mercado compra frutas que le ayudo a seleccionar, pasamos por un supermercado y compramos unos cuantos dulces y le pido que vaya él solo a dejar a las niñas mientras yo me paseo por el pueblo en busca de unas cosas que necesito. Me asegura que en veinte minutos estará de regreso y le pido que conduzca con cuidado por las calles. Me despido de Naiely y Nanette, y les deseo unas felices vacaciones en el campamento de Juliette, su amiguita. Ellas también me desean buenas vacaciones y se van junto a Adam.

Lo primero que hago es ir en busca de las semillas para mis rosas, compro rojas, rosadas y amarillas. Luego, paso por la panadería y hablo un rato con el señor Cionelli, que me felicita por haberme casado en cuanto nota el anillo. Y mi sorpresa es ver a Amelia pasar por la panadería, vestida distinta, con más joyas y mejores vestidos.

-Amelia, hermana -la saludo con amabilidad.

-Hola, Amaia -saluda ella, pero lo hace como si en realidad gruñera y luego se dirige al señor Cionelli-. Tres baguettes, dos cangrejitos y una tarta de manzana, por favor.

El señor Cionelli le sirve. Y yo aprovecho para preguntarle por nuestra familia. Ella me asegura que está todo de maravilla y me parece que sus ojos casi salen de su lugar al ver el anillo en mi dedo, luego hace una mueca desdeñosa y se va sin despedirse.

-Me parece que está un poco descontenta -bromea el señor Cionelli-. Bueno, mi niña Amaia, ¿y tú qué haces por el pueblo teniendo tantas personas que vengan por ti?

Quiero corregirlo, porque no tengo una cantidad exorbitante de personas que vengan por mí, pero no lo hago. En cambio le digo que mi "marido" pasará por mí ya que está dejando a mis "hijastras" a una fiesta. Prefiero no entrar en detalles, y él también lo prefiere. Así que tras unos diez minutos, decido volver hacia el lugar en el que puedo encontrarme con Adam.

Las personas en el mercado parecen mirarme como una máquina especialmente nueva, como un aparato impresionantemente distinto y prometedor, como si regalara diez euros a quienquiera que se topara conmigo. Eso me dio miedo, debo admitir.

Al poco rato, Adam aparece. Se estaciona frente a mí y me abre la puerta para que entre al auto. Me pregunta qué hice en el pueblo y le contesto que he comprado rosas y he hablado con mi viejo amigo el panadero. Él me comenta que llegó justo a tiempo a dejar a las pequeñas y me pide que por favor, siga leyendo para él. Yo sin rechistar y con todo el gusto lo hago.

Belleza y RencorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora