14: Disculpas.

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A las seis de la mañana decido salir del cuarto. Me dispongo a ayudar a Emeliette y me sorprendo al ver entrar a Adam a la cocina con un enorme ramo de rosas en las manos.

- ¿Crees que esto está bien? -Pregunta, pero parece no notarme.

-Están perfectas -señala ella, con los ojos iluminados de felicidad.

- ¿Y qué puedo decirle?

-Dígale que lo siente, es por eso que le ha comprado esas rosas, niño Adam.

-Pero, ¿cómo?

-No lo sé, diga algo que le salga del corazón -le aconseja y yo frunzo el ceño confundida.

-De acuerdo, ¿crees que aún esté durmiendo?

-No, está aquí -responde ella y escucho el sonido del jarrón quebrándose al impactar contra el piso.

-Mierda -murmura y yo me acerco a ver el desastre que ha hecho.

Me agacho a su lado y mientras él recoge las rosas, yo tomo los vidrios y los echo al basurero. Su cara está roja y no sé si es de la vergüenza o del enojo de que se le hayan caído las rosas.

- ¿Estás bien? -pregunta, y deja caer las rosas al desayunador antes de verme las manos.

-Lo estoy -respondo y veo pequeños cortes de los cuales no sale sangre, tan solo pellejitos de fuera-. Debiste tener más cuidado.

-Y se supone que tú debías estar dormida en tu cuarto -replica molesto-. Sino, no se me hubiesen caído las rosas.

- ¿Se supone que debía estar dormida? -Cuestiono con incredulidad-. Son las siete de la mañana. No hubiese podido dormir de todas formas.

-Pues...

-Está bien -respondo, tomando las rosas-. Sé que te cuesta disculparte. A veces a mí también me cuesta. Pero no te preocupes.

Coloco las rosas en una jarra para el fresco y les echo agua fresca para que no se dañen pronto. Son rosas rojas, rosas que hacen que su significado sea realmente intenso, y los latidos de mi corazón se vuelven fuertes de solo saberlo.

-Gracias por las rosas -digo, antes de que se vaya, con las mejillas coloradas.

Emeliette me mira y lanza una gran carcajada, contando en su mente un chiste personal. Y me recuerda de pronto a papá; él también se reía de Samuel, cuando hacía cosas realmente inocentes, o de Amelia y Anabelle. Era como si fuéramos un chiste propio, algo que no se debía contar, algo que estaba en su mente.

Adam y yo desayunamos separados. Él se lleva su desayuno a su oficina, excusándose con que tiene mucho trabajo y yo desayuno junto a Chunky, sentada en el sofá con el televisor encendido. Luego, le ayudo a Emeliette con los quehaceres de la casa y a Angie con el cuarto de Nanette y Naiely. Y durante ese lapso de tiempo, solo puedo pensar en las rosas. En las rosas que Adam me regaló, en las rosas que he plantado y en su significado, y me pregunto un largo rato si él sabrá el significado de esas rosas. Pero lo evito.

A las once, le ayudo a Emeliette con el almuerzo, esta vez ella se encarga del postre y yo me encargo de hacer el resto. Preparo medallones de pollo, arroz, ensalada y zanahorias con vinagre y chile. Emeliette prepara Musse de chocolate y sirve la mesa. Y pasa lo mismo que en el desayuno, sin embargo, esta vez decido almorzar al lado de la piscina, bajo la sombra de un árbol de mangos que no dará frutos sino hasta que el verano vuelva.

Y me quedo un largo rato ahí, es bonito, muy bonito. Casi media hora después, voy a la cocina y lavo los trastos sin que Emeliette se dé cuenta, ayudo a Angie a recoger la ropa y a doblarla, y luego vuelvo al árbol. Aunque quiero leer un poco, no me lo puedo permitir justo ahora. Estoy demasiado cansada para poder hacerlo.

Belleza y RencorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora