Me tiemblan los dedos desde que me levanté. He pasado toda la mañana con los nervios de punta y Sean lo ha notado. Parezco una tonta, pero me es imposible no pensar demasiado en el tema de la muerte de Samuel. No es que realmente no pudiese superar su muerte, sino a quien lo asesinó.
Le doy un sorbo a la taza de té que mis manos sostienen y miro a mi alrededor pensativa. A los diez minutos pasa Sean con su nuevo uniforme de trabajo, es consciente de que se supone que debo ir a vender al mercado, así que me pregunta si me lleva.
-Estoy un poco enferma -respondo con sencillez-. Y no he horneado nada, así que no. Gracias, suerte en tu trabajo.
-Como quieras -se encoje de hombros y besa mi frente-. Ten cuidado. No pienses mucho.
-Trataré -digo, pero en el fondo sé que no es muy sencillo.
Cuando te quedas sola en tu casa hay una gran variedad de cosas que puedes hacer para distraerte; limpiarla, leer un poco, lavar la ropa, cocinar para ti, ver la televisión, hacer ejercicio, bailar y cantar hasta que te duela todo, llorar tu dolor y dormir.
Está perfectamente limpia. No tengo un solo libro. Solo tengo una muda sucia y no quiero lavarla. No tengo hambre. No me gusta la televisión. No consigo tener fuerzas pata hacer ejercicios y mucho menos para bailar. Ya no me quedan lágrimas para llorar y no conseguiré dormir, así que la única opción que encuentro es caminar.
Me doy una ducha, a pesar de que no hace mucho calor, y tras ponerme un suéter de franela, salgo de la casa. Sigo el camino hasta el portón principal y camino con las manos en los bolsillos, observando todo a mi alrededor.
Las flores silvestres crecen y la carretera está parcialmente húmeda. Los animales cantan sus canciones ininteligibles y los autos pasan a toda velocidad si lo hacen. Durante quinientos metros noto que es todo lo mismo; calle húmeda, senderos con flores silvestres y animales cantarines. Mas cuando llego a otro camino, la piel se me pone chinita.
Conozco perfectamente el camino, sé adónde da y me aterra realmente llegar ahí. Podría ir, porque necesito aclarar un par de cosas con Adam, pero también podría no hacerlo. No es lo justo para mi salud mental de cualquier forma; si realmente lo asesinó, entonces me sentiré culpable y, ¿qué haré? Y si no lo mató y todo ha sido una mentira, ¿cómo me sentiré?
De cualquier forma me afectará y no quiero seguir sintiéndome mal. Así que sigo caminando hacia adelante, hasta llegar al lugar que llegué aquella noche. No recuerdo que Adam haya amenazado a Samuel con matarlo, pero sí recuerdo la seguridad con la que sostenía el arma.
No quiero seguir comiéndome el cerebro, pensando en cosas como estas, así que me doy vuelta y con miedo tomo camino hacia el camino que para mí está prohibido. Atravieso el pequeño bosque, con algo de miedo, ya que parece algo siniestro a pesar de que deben ser las ocho de la mañana, más o menos y llego al portón abierto.
Atravieso toda la entrada, encontrándome el auto de Adam estacionado en el lugar de siempre, con uno de los vidrios rotos. Llego hasta la puerta principal y toco con cuidado, o más bien, con miedo.
Me he arrepentido demasiado tarde, lo sé, pero tampoco me importa demasiado. La puerta se abre, y no es Emeliette quien me recibe, mucho menos Angie, Víctor, Antonio, Geovano o siquiera Helena. Mucho menos alguna de las gemelas, no, es justo la persona con la que yo necesitaba hablar.
- ¿A-Amaia? -entorna los ojos para verme mejor y abre los labios sorprendido-. ¡Oh, mierda! ¿Qué haces aquí?
-Necesito hablar contigo -es lo único que sale de mis labios-. ¿Podríamos?
Él se hace a un lado en la puerta y me deja pasar. Sus movimientos son bastante bruscos y mecánicos, por lo que deduzco lo nervioso que se encuentra con esto. No lo juzgo, yo también me sentiría nerviosa si el caso fuese al revés, y él ha estado actuando al menos, contenido.
Cierra la puerta justo después de que yo llegue y echo una mirada al espacio. Todas las cortinas están abajo, las luces apagadas y las puertas y ventanas cerradas. Todo se envuelve en oscuridad y frío. Las cosas están algo desordenadas, o fuera de lugar y no consigo ver del todo bien a Adam.
-Yo... bueno, me hubieras avisado que vendrías -tartamudea-. No quiero sonar como una mala persona, pero... ¿qué haces aquí?
-Necesito averiguar algo -respondo-. ¿Podemos hablar en tu oficina?
-No hay nadie en la mansión -explica-. ¿Qué necesitas? Lo que sea... yo te lo daré.
Tomo asiento en uno de los sillones, él no se sienta ahí, sino que se sienta en el piso, recostado al sillón, y me mira. Es como si desde ahí pudiese verme mejor, porque tiene una extraña sonrisa tirando de los labios. Mi corazón se acelera con eso y vuelven entonces los caballos, elefantes y la brillantina.
-Estuve hablando hace un tiempo con Helena -inicio, sin saber bien como hacerlo-. Y me ha dicho algo que...
- ¡Te juro que no me he acostado con ella! -salta-. No la he besado, no la he tocado de la forma en la que crees. Te juro que yo... yo...
-No ha sido eso -suspiro, aunque algo de mí se tiñe de alivio-. Me ha dicho lo que hiciste la noche en la que volví del hospital.
- ¿Sobre... las niñas y lo de la mansión?
-No, Adam, no eso -niego rotundamente con la cabeza-. Me ha dicho que me drogaron y que tú... que tú... bueno, no me lo dijo exactamente, yo lo deduje; tú asesinaste a Samuel.
Él se queda en silencio durante un largo rato. Es como si tratase de recordarlo. Mira a la alfombra, como perdido y decido seguir hablando.
-Me he sentido un poco cansada y eso no me deja dormir, no es justo que me esté matando el cerebro si esto es equivocado y... yo necesito saberlo -las lágrimas me asaltan-. Esto no es sencillo, Adam. No lo es, y quiero saberlo. Dime la verdad, por favor, aunque de verdad lo hayas matado.
- ¿Y qué pasaría si fui yo quien lo mató? -Pregunta-. Me vas a odiar. ¿Y qué pasaría si no fui yo? ¿Me volverás a amar?
-Esto no es de...
-No sabes lo mucho que te necesito -dice-. Lo mucho que te metiste entre mi cerebro y mi corazón, Amaia, lo mucho que me duele saber que ya no eres mía. Esto no es de amarme, no es de amarte, pero ya te he perdido, ¿no? Sé que no te sentías bien conmigo, pero, ¿te preguntaste qué sentía yo?
-Lo hice, Adam. Lo hice tantas veces y tú nunca me hablaste. Me abandonaste.
-Tenía demasiado... no sé cómo explicártelo, Amaia. Él te había hecho llorar, te hizo daño y supe que no te gustaba cómo te sentías con esas cicatrices -dice-. Te amé y te amo tanto que duele, en el hospital él quiso... quiso hacerte realmente daño y fue cuando todo ya se tornó peor. No podías vivir de esa forma y nadie además de mí podría hacerlo.
Mis manos se van a mi boca para ahogar un extraño grito. No sé si son los nervios, el miedo, el dolor o el sentirme... de extraña e insanamente bien. Adam realmente mató a Samuel. Adam mató a Samuel por mí...
- ¿Lo mataste?
-Sí -dice y suspira-. Me arrepentí solo porque sentía que ya no te merecía; tú eras siempre tan buena, tan amable y tan merecedora del amor de alguien bueno, como tú, que... me sentí asqueroso.
- ¿Por eso acabaste con nosotros?
-No era solo eso. Las personas empezaron a sospechar del por qué los Foissard desaparecían, y yo no podía estar así. Tendrían pruebas de que yo lo había matado, y entonces nos separamos. Te separé de mí... sabía que era una idiotez, pero funcionó. Logré alejar a los policías de mí ya que se suponía que no tenía motivos para relacionarme con la familia Foissard y... el resto ya lo sabes.
No sé qué decir, no consigo poder siquiera respirar. Me quedo quieta, con el alma en los pies y los nervios a flor de piel.
- ¿Esto significa que ya no volveré a verte? -Pregunta-. ¿Me odias? ¿Me tienes miedo? ¿Crees que soy verdaderamente un monstruo?
Las preguntas se quedan colgando. Yo ya no sé qué decir o qué hacer. Ya no sé siquiera cómo he llegado a todo esto.
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Belleza y Rencor
RomanceEra quien robaba las miradas de las personas, no era el hecho de que su aspecto era aterrador, también era porque sabían quién estaba con él. Era la maldad, en todo su esplendor, opacador y desgraciado, al lado de la belleza y dulzura de aquella jov...