Prólogo

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Celo necesitaba una chaqueta cuando le conocí, ahora necesita un prólogo. Y yo, que aún sigo aprendiendo a decir que no, he de admitir que también quería aprovechar la oportunidad de dejar constancia de mi pasado por esta historia, que no es otra que su vida. Pero si no soy muy de leer prólogos, imagínate de escribirlos. Así pues, por si acaso eres como yo, intentaré decir lo mucho que me gustaría en poco espacio:

Me gusta escuchar donde la gente oye y me gusta ver donde la gente mira. Por encima de eso, me gusta conocer a gente que hace lo mismo. Es por eso que he intentado ser ese primer lector que merece esta obra y estar a su altura. Ojalá no sea el único y tú, querido amigo, sepas ponerte a un lado mientras dejas la puerta abierta para que pueda pasar David (que, por si no lo sabías aún, es mucho más que Celo). Pero esto solo podrás descubrirlo si finalmente me equivoqué al sentenciar que la poesía murió por falta de receptores. Porque, para que la poesía sea poesía, alguien tiene que recibirla con su corazón abierto. Porque ¿hace ruido el árbol poema que cae cuando no hay nadie para escucharlo?

Resultó ser este el escondite de David, entre difíciles conjugaciones y whatsapps. Y creyéndose oculto y seguro en una guarida impenetrable, se expuso al máximo aquí dentro. Deberíamos sentirnos privilegiados de haber entrado su casita en el árbol y que ahora nos deje entrar a ella. No todo el mundo es tan valiente como para sincerarse, aunque sea a solas frente al papel. No todo el mundo es tan valiente como para publicar sus fotos desnudas en forma de palabras. Y eso es lo que David ha hecho. Por eso te pido que no leas esta obra si no vas a estar aquí y ahora, ya que es lo mínimo que necesitarás para poder ir allá donde te va a llevar él. Y merece la pena.

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El patito que nunca llegó a ser cisneWhere stories live. Discover now