Me llamo David Calvo y nací un día sin importancia de un año sin mayor gloria. Tuve la fortuna de disfrutar de la mejor familia del mundo. Y lo comento porque muchos, tristemente, no han contado nunca con esa suerte.
Y yo, quizás idiota, decidí despegarme de ella a mis 18, con una maleta en mano y una decenas de sueños en otra. Me alejé de todo lo que había vivido y sentido en aquella casa de dos plasas para saber que era eso de pagar cuentas por mi cuenta y entender por qué la gente odia a su casero.
Me aleje de todas aquellas calles con olor a ayer y todo aquello que no quería volver a ver. Con unos pequeños ahorros y unas ganas inmensas de comerme el mundo, lo hice. Y consigo recordar al fin por qué me fui a mis 18. Y las razones por las que debería de hacerlo, aunque solo las cuente con los dedos de una mano.
Desde que tengo eso que llaman razón, escribo. Ya sean odas a la tristeza o experiencias que nunca antes había vivido. Y lo guardo absolutamente todo. Aunque desde que conocí a una de esas personas que te cambian la vida intento ser menos redundante. Por que, como ya sabrás, si breve y bueno, dos veces bueno.
Guardo muchas de las cosas que escribí cuando me enamoré. Las conservo como si realmente fuera poesía. Aunque, como diría Lo reto sesma, *ni aquello era amor, ni esto es poesía*.
Nunca he sido de esos que abren la puerta y deciden dejarlo todo atrás. Y nunca lo hice por completo. Porque, por mucho que nos asuste el pasado, olvidarlo es imposible.
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El patito que nunca llegó a ser cisne
RandomEs te libro no es prosa. no es normal ni pretende serlo. No es ficción ni llegará jamás a ser poesía. Porque no quiero llevar el peso de ser poeta a mis espaldas, si no puedo a veces siquiera llevar el de ser un referente para algunos, ya que en oca...