Lluvia

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Moriré dejando paso a mucha lluvia. Tanta como esos días en los que te preguntabas qué era la vida sino una competición para ser el mejor en un patio donde cada uno buscaba tener sillón. De primera fila, para no perderse las peleas entre chicas, las castigos injustos y las celebraciones de los goles que sonaban de una punta a la otra.

Dejaré paso a una lluvia que recordará esa que invadía el patio, y ls recordaré turbia, en otros días madura y otros muy, muy, muy feliz.

Recordaré esos chicos y chicas-amuleto que se acompañaba hasta la saciedad los unos a los otros en el colegio, para sentirse mejores en esos uniformes de rayas que tan poco estilo tenían. Diciéndose es mi novio que tan bien les hacía sentir y que tan poco sentían. Qué contradictorio y qué tan real todo.

Porque, tristemente, de pequeños a veces usábamos a algunas gente como amuletos. Ahora lo llamamos postureo. O amigos de mentira. Cuestión de tiempo y de formas.

Cuando tienes  pocos años, las cosas tampoco las piensas con detenimiento y sueles hacer daño con facilidad. Juzgas rápido al gordito e incluso te ríes de él. Piensas que no es algo malo. Nadie dice lo contrario. Nadie se atreve a levantar una voz. Tú no eres diferente.

-Menuda suerte- piensas.

Moriré dejando mucha lluvia. Recordando esas veces en que la profesora no venía a clase y decidíamos hacer escaleras con las sillas. Esas ocasiones en las que jugábamos a escondidas a la consola en aulas vacías y nos intercambiábamos los cromos que no teníamos.

Moriré recordando, como hago la mitad del tiempo que paso en mi vida. Rememoraré todos esos momentos en los que no tenía mayor preocupación que me pillaran sin los deberes hechos. Recordando a Madre Cecilia ponerme los mejores huevos fritos que he probado, y viendo cámaras secretas en cada baño de la escuela.

Mucha lluvia dejare a mi paso. Limpiando las calles de rramaron antaño lágrimas por cosas de niños que no eran más que eso: cosas de niños. Lo hará arrastrando la tinta, los lápices y quizás hasta los chicles de debajo de las mesas, y se irán, se esfumarán. Absolutamente todo.

A un lugar que no conozco y en el que no creo. Pero sé que cuando sea el momento podré ver en ráfagas, en diapositivas de Power Point o en lo que narices pase cuando te mueras, una infancia de niños. De llantos. De risas. De moratones y rodillas marcadas. De chiquilladas y de rebeldías.

Moriré cuando sea el momento y se que no recordaré entonces, como tampoco lo hago ahora, una mala infancia. Hubo malos días, pero no fue una mala infancia, no fue una mala vida.

El patito que nunca llegó a ser cisneWhere stories live. Discover now