121. Paraguas

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Una mañana lluviosa y nublada. Una tranquila manera de terminar la semana.

El techo y parabrisas del auto eran golpeados por las gruesas gotas de una manera casi rítmica. Algún que otro trueno resonaba a la distancia y de vez en cuando, un débil rayo iluminaba su paso por entre las nubes. El olor a petricor no se podía ignorar; aunque tampoco lo quería.

Amaba ese aroma a asfalto mojado.

No fue sino a pocas cuadras de la escuela que un chico en particular me llamó la atención. Él y la enorme maqueta que llevaba firmemente delante con sus manos por los costados de la base.

– Caminaré desde aquí – comenté, colgándome la mochila sobre uno de mis hombros y tomando el paraguas junto al asiento, desabrochandolo de la ajustada tira que comprimía la fibra y su esqueleto de metal. Mi madre me miró como si estuviera demente, mas no objetó debido a que debía llegar a su trabajo a tiempo. Ahorrarse unas cuadras no le vendría mal. Se despidió al bajarme del auto y abriendo el paraguas, retrocedí a resguardar al chico y a su proyecto.

Éste alzó la mirada, sin aflojar sus hombros encogidos. Pequeñas gotas de lluvia se depositaban entre sus mechones castaños, así como el pasto era presa del rocío de las madrugadas en otoño. Su ceño fruncido desapareció y sus ojos se posaron en mí, conteniendo alivio y alegría con una chispa de sorpresa en ellos.

– Eres mi salvación. Te lo agradezco– dijo el muchacho una vez resguardado de la lluvia y con una pequeña y delicada sonrisa en sus labios. Respondí con una sonrisa similar.

Al llegar bajo techo, cerré el paraguas y le pregunté si su maqueta llegó en una pieza.

– Está algo húmeda, pero sobrevivirá –dijo el chico, devolviendo su mirada hacia mi– En serio, gracias. Te debo una.
– No hay porqué.
– Te diré que; si me saco de ocho para arriba, te invito a Salir– propuso el chico, acercándose a mí, pasándose una mano por el húmedo cabello.
Mis ojos le sonrieron y éste lo tomo al gesto como un sí.
– En el café Rockstone. A las cinco– fijé, el chico asintiendo sonriente. Tomó la maqueta nuevamente y se encaminó a su salón por el pasillo – No te olvides de llevar el paraguas_ agregué
– Tal vez lo haga para que salgamos otro día– se giró el castaño, guiñandome el ojo– Soy Cameron, por cierto.

Cameron Dallas Imagines IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora